Carantoña, una firma indeleble en el 25 aniversario de su muerte

El popular periodista, hijo adoptivo de Gijón, dejó una huella en la ciudad que aún perdura: «Un artículo suyo valía como veinte editoriales»

Francisco Carantoña, junto al "Elogio del Horizonte".

Francisco Carantoña, junto al "Elogio del Horizonte". / Gabriel Cuesta

Gabriel Cuesta

La firma de Francisco Carantoña Dubert permanece indeleble en la historia de Gijón. Hoy jueves se cumplen 25 años del fallecimiento de un reconocido periodista que durante casi medio siglo plasmó negro sobre blanco la actualidad a través de sus mordaces artículos de opinión sobre una ciudad «con una manera de ser muy peculiar», como él mismo reconocía. Una calle y una estatua recuerdan para siempre a este hijo adoptivo de la villa.

Fallecido a los 71 años tras combatir una larga enfermedad, Gijón se despidió el 8 de octubre de 1997 de un periodista «paradigma de lo local y al mismo tiempo cosmopolita por excelencia», según le definió el fundador de Canal + Juan Cueto, durante su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad a manos del alcalde Vicente Álvarez Areces. Nacido en la localidad coruñesa de Muros de San Pedre, su huella periodística quedó plasmada en las calles gracias a un claro análisis de su sinergia: «Quien se mueva con naturalidad por Gijón, puede tener la seguridad de que va a integrarse». Llegó en 1954 para asumir la dirección del diario «El Comercio» (estuvo al frente durante 41 años) tras licenciarse en Ciencias Químicas y formarse posteriormente en la Escuela de Periodismo de Madrid. «Era un personaje formidable. Más que un poder, era una potencia. Él solo era como un pleno municipal. Un artículo suyo valía como veinte editoriales», recuerda el periodista Alejandro Ortea.

Nunca llegó a trabajar codo a codo con él, pero Ortea fue uno de tantos gijoneses en cuya casa se colaba cada día en las páginas de papel la particular mirada de Carantoña sobre el pulso de un Gijón en plena época industrial, bajo el régimen franquista. «Conseguía contar evadiendo la censura. Nunca le secuestraron ningún periódico. Tenía esa habilidad de la que otros carecían», ensalza Ortea. También Pedro de Silva, expresidente socialista del Principado, conoció a Carantoña como lector, cuando era un niño. La vida después le cruzaría en el camino del director de «El Comercio», cuando, siendo aún estudiante de Derecho, ejerció como articulista en el diario. «El considerable volumen de Carantoña, en el orden físico, periodístico e intelectual ocupaba en realidad todo el periódico, y desde éste irradiaba su poder de opinión hacia la ciudad, que llegaría a pensar como él, en uno de los más fascinantes casos de identificación que haya conocido la historia del periodismo, casi una especie de posesión», relata De Silva.

Silueta de Carantoña en el parque de Begoña. | Ángel González

Silueta de Carantoña en el parque de Begoña. | Ángel González / Gabriel Cuesta

Entonces Gijón perdió a un comunicador con una personalidad marcada, de raza y peculiar. Su estilo rezumaba una sutileza más propia del periodismo ejercido en Madrid que el de provincias. Ponía el foco en lo local, en cualquier detalle del que se percatase en uno de sus paseos, y al mismo tiempo citaba en uno de sus artículos al rotativo francés «Le Monde». Un cierto aire bohemio que llevaba hasta en su forma de escribir: siempre a mano, nunca a ordenador o a máquina. Hasta el punto de que no todos los talleres sabían interpretar su letra. Ya jubilado, reconocía que sus artículos de opinión (llegaba a hacer tres al día) «cobraban vida» cuando los enviaba por fax. De Silva, ya como político, tuvo que lidiar con su acidez y extrovertida pluma. «Cuando años después estuve en la política, la ratio de opiniones suyas favorables arroja un resultado exiguo respecto de las desfavorables, pero cada uno tenía su ideario. Siendo yo presidente, él insistía en que lo tuteara, pues siempre le había tratado de Sr. Carantoña mientras él me tuteaba, pero me mantuve firme en que siguiéramos en ese modelo de trato, en homenaje a los viejos tiempos, un juego casi de familia».

Era una escena cotidiana verle leyendo la prensa internacional en el Café Imperial de la calle Corrida. Ahora da nombre a una calle de el Llano y su figura se eleva en el parque de Begoña. «Opinaba documentado, con gusto e ironía. Era un titán de la escritura y escribía con soltura desde cuestiones internacionales a locales. Alguien inteligente que entendió pronto la mentalidad de Gijón y Asturias», ensalza el periodista Javier Morán. Se trató de un gallego con un «sentimiento de playu puro» y el «humor irónico y cáustico de nuestra tierra», como rememoraba Pepa Osorio en este periódico pocos días después de su fallecimiento para ensalzar también su «espíritu liberal y objetivo». Eso sí, tampoco dejaba atrás su Galicia natal. Le gustaba conducir y acudir a Muros de San Pedro el fin de semana, unos viajes que él mismo relataba en «La vida y sus vueltas».

El periodista Orlando Sanz compartió ocho años como redactor jefe junto a Carantoña. «En la redacción siempre llevaba él la dirección. Parecía que había dos periódicos: el suyo y el mío. Recuerdo cómo cogía todos los teletipos nacionales y se los llevaba al despacho para devorarlos. Era un buen periodista metido en la esfera nacional. Fue una pena que se marchase tan pronto porque su trabajo fue muy importante desde la dirección de Gijón», recapitula Sanz sobre su etapa previa a su trabajo en LA NUEVA ESPAÑA.

Además de hijo adoptivo de Gijón, Carantoña fue presidente del Foro Jovellanos. Como escritor, publicó varios títulos y numerosas obras sobre arte y la figura de pintores como Evaristo Valle o Nicanor Piñole. Su etapa como director de «El Comercio» se cerró en 1995, cuando se jubiló y fue sustituido en octubre por Juan María Gastaca, de aquella director adjunto, desde la venta del diario al grupo vasco Correo. No dejó de escribir sus columnas. Siguió trazando opiniones afiladas con su pluma hasta cinco días antes de su muerte. Entonces su voz escrita se apagó, pero dejó una huella eterna en su Gijón de adopción.

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