La figura de la semana | Elena Rodríguez Díaz Catedrática de Ciencias y Técnicas Historiográficas, se incorpora a la Real Academia de la Historia

Elena Rodríguez Díaz: una historia de rotundo éxito

La docente, amable y muy viajera, estudió en las Ursulinas antes de convertirse en un referente de la codicología y la paleografía latinas

Elena Rodríguez Díaz.

Elena Rodríguez Díaz. / Mortiner

Alumna aventajada desde siempre, lectora aplicada, buena compañera, metódica. La historiadora Elena Rodríguez tiene un currículum envidiable e ingresa ahora en la Real Academia de la Historia para el que será uno de los momentos claves de su amplia carrera. Rodríguez nació en Madrid en 1961, pero se mudó a Gijón siendo aún muy pequeña, cuando su padre, marino mercante, vio en la ciudad –ni muy grande ni muy pequeña– y en su puerto local –con bastante movimiento y, en la época, en busca de mano de obra– un buen sitio para enraizar con su familia. Aquella niña que se interesaba por la poesía y por los cuentos cursó años después la licenciatura de Historia destacando ya desde el primer día de clase. Tanto, que cuando terminó la licenciatura, sus profesores la recomendaron para comenzar a dar clases como interina. Décadas después, tras toda una carrera como docente e investigadora, el perfil de la gijonesa ha llamado la atención de la Academia por ser una de las principales especialistas en codicología y paleografía y por ser una de las estudiosas con mayor proyección nacional e internacional de la materia.

Rodríguez estudió en el colegio de Las Ursulinas, desde párvulos y hasta terminar los estudios básicos, y guarda muy buenos recuerdos de aquellos años. Su entorno cuenta que suele rememorar aquella etapa con orgullo, con un sentimiento de pertenencia aún vigente, y que eso le llevó en su día a negarse a cambiar de centro en el último curso, cuando por primera vez se admitían grupos mixtos, para ir a los jesuitas. Rodríguez, mujer de carácter, siempre ha sabido hacer entender lo que quiere y justificar las decisiones que toma.

La historiadora comenzó su licenciatura en 1979, en aquellos años de la Transición con universidades masificadas. Con ella, cursaron su promoción alrededor de 250 estudiantes, que tenían que dividirse en tres grupos, con clases ininterrumpidas de mañana a tarde, para no colapsar las aulas. Hizo muy buenas migas con sus compañeros y profesores. Con los primeros era generosa –no se guardaba los apuntes solo para sí misma y no veía al resto de alumnos como competidores–; y con los segundos era muy disciplinada, entregando los trabajos a tiempo y muy bien redactados. La única pega de estudiar en Oviedo era el transporte. Rehén de los horarios de autobús, el grupo de alumnos gijoneses no logró disfrutar del todo el ambiente universitario de paseos y terrazas que sí pudieron disfrutar sus compañeros ovetenses. Cualquiera que no fuese de la capital debía conformarse con hacer piña en horario lectivo y tragarse el sueño de tener que levantarse un par de horas antes para llegar a tiempo a clase.

Una historia de rotundo éxito

Elena Rodríguez Díaz. / Mortiner

Curiosa por naturaleza, uno de los aspectos de la personalidad de Rodríguez que la hizo destacar antes incluso de licenciarse fue su capacidad de iniciativa. Una de sus profesoras de referencia fue María Josefa (Pepa) Sanz, que aterrizó en Oviedo justo cuando la gijonesa enfilaba la recta final de sus estudios. Un día, en clase, Sanz contó que había sido habitual utilizar papel de pergamino para encuadernar libros y que se podía detectar al tacto o incluso a simple vista. Tras las vacaciones de verano, la joven Rodríguez se acercó a su profesora para contarle que había encontrado uno de esos ejemplares en una parroquia. Al final, presentaron el fruto de ese estudio, que hicieron mano a mano, en un congreso nacional. Esa curiosidad es la que le hace ser también muy viajera; se ha recorrido medio mundo.

La alumna sintió una vocación bastante precoz por los periodos históricos de la Antigüedad Tardía y la Edad Media, un afición no tan habitual en unos años en los que lo contemporáneo parecía tener más salidas. A ella le gustaba, sobre todo, bucear entre documentos, recopilar información, dar con detalles que hasta entonces podrían haber pasado desapercibidos. Al terminar los estudios –se licenció en 1984 y se doctoró en 1989–, su carrera en el mundo de la academia parecía ya más que clara, pero en la Universidad de Oviedo solo había dos plazas de Paleografía y ambas estaban cubiertas. Rodríguez, entonces, parecía condenada a emigrar, pero sin saber muy bien a dónde. La casualidad hizo que la Universidad de Sevilla le preguntase a Sanz si conocía a alguien que diese ese perfil tan concreto que Rodríguez ya tenía, así que al final las piezas encajaron solas. Tras unos años como profesora titular, ahora es catedrática en la Universidad de Huelva. Por el camino, fue nombrada miembro del Comité International de Paléographie Latine en 2019 y presidenta de la Sociedad Española de Ciencias y Técnicas Historiográficas, la entidad de referencia de su gremio, en 2021.

Con esta trayectoria a sus espaldas, su entrada en la Real Academia de la Historia parece un paso acertado, de pura lógica, pero implica un cambio significativo en la carrera de la gijonesa. Avalada ya por una trayectoria investigativa –destaca sus aportaciones a la historia mozárabe– y por ser una de las principales especialistas en codicología y paleografía latinas, Rodríguez entra a formar parte ahora una institución centenaria de la que también forma parte el asturiano Enrique Moradiellos. Ella lo hará con la medalla número 12, vacante por el fallecimiento de Carlos Seco Serrano.

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