El legado de un dibujante soñador: el genio que vivió entre Asturias y Cuba

Una exposición en el Evaristo Valle reivindica el genio de José Luis Posada, un artista global que vivió entre Asturias y Cuba

Autorretrato de José Luis Posada y, a la derecha, el artista, con la Catedral de La Habana al fondo.

Autorretrato de José Luis Posada y, a la derecha, el artista, con la Catedral de La Habana al fondo. / Lauren García

Lauren García

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"En Cuba lo denominaban ‘El Gallego’ y en España lo llamaban ‘El Cubano’. Nació en Villaviciosa, al lado de una ría, y murió en Cuba al lado de un río, en San Antonio de los Baños". Con estas dos poderosas afirmaciones el crítico de arte y editor Francisco Zapico resume la vida inabarcable de José Luis Posada (1929-2002), dibujante y artista multidisciplinar de largo recorrido y enérgica mirada. El Museo Evaristo Valle de Gijón inaugurará el 21 de abril la exposición "Otras guerras", con obra del asturiano Mariano Moré y pinturas a tres manos de Roberto Matta, Antonio Saura y José Luis Posada publicadas en un especial de "El Caimán Barbudo", revista a la que Posada puso nombre.

La serie de litografías "Todavía" de Posada evoca el horror del niño que salió con su familia de España en la Guerra Civil y sufrió el maltrato en los campos de acogida franceses, hasta recalar en Cuba. Todo ello avivó su sentido crítico y produjo un arte que emana compromiso.

Gretel Piquer, de la Fundación Museo Evaristo Valle, afirma que hay en esa obra "características que entroncan con el surrealismo pictórico clásico: la intercomunicación o simbiosis entre lo mineral y lo orgánico, lo mecánico y lo humano, lo humano y lo animal… Es decir, la plasmación de un reino natural indiferenciado; también lo viscoso, el enmarañamiento y la levitación".

Francisco Zapico, uno de los principales expertos en la obra de Posada, indica que "en el Evaristo Valle hay 1.500 obras, sobre todo la parte gráfica, dibujos y grabados. Todos los años se expone allí algo de él; el año pasado fueron cinco dibujos grandes dedicados al propio Evaristo Valle. Trabajó la mitología asturiana y vasca. Desde Cuba estableció puentes; era un soñador gigante que te liaba. Viajó mucho a Estados Unidos y llegó a exponer en Nueva York". "Fue el grabador y litógrafo más importante de Asturias y un caricaturista maravilloso", "un trabajador brutal. Se empeñaba en ser pintor, pero era más bien dibujante", añade.

Posada trabajaba en La Habana en un luminoso estudio en la plaza de la Catedral, al lado de La Bodeguita del Medio, y fue director del Centro Experimental de Gráfica de La Habana. El pintor Manuel Grande, que le conoció, afirma que "era entrañable. Siempre en diálogo artístico llegábamos a ideas que lanzábamos como metáforas al infinito. Bromeaba mucho, no se sabía si hablaba de verdad o mentira. En el mundo de la pintura nadie presta atención al diálogo y hablar con Posada es como estar pintando". Opina que "sus obras han de ser comparadas a las de Goya".

José María Gómez Montoya fue mecenas de Posada a través de la Fundación Koldo Mitxelena, de San Sebastián, y tuvo en sus manos "La ciudad herida", la obra inacabada del pintor en homenaje a La Habana, que califica como "alucinante". Dice de él que poseía "una fuerza de espíritu y de la naturaleza que no se apoyaba en nadie: la persona se hace artista en la Revolución".

Imagen autocaricatura de José Luis Posada

Imagen autocaricatura de José Luis Posada / LNE

Desde 1990 Posada pasaba temporadas en Llavares (Villaviciosa), en una antigua casa que fue en su día una escuela. Cultivaba especialmente la amistad literaria con las poetas Carilda Oliver Labra y Dulce María Loynaz. Ilustró, entre otros, a Nicolás Guillén, Hemingway o Salvador Espriu. De la amistad surgía una colaboración, y viceversa. También una edición de "Cien años de soledad", que permanece inédita. Gladys Posada, su sobrina, lo recuerda así: "Mi abuelo tenía un negocio de coches y los hijos trabajaban en el concesionario. Mi padre decía que empezaba a escaquearse y esconderse a dibujar, a pesar de las riñas. Enfocó su figura con admiración y adoración. Fue autodidacta y logró tocar todos los palos, como el cine, teatro o ballet".

En una entrevista publicada en LA NUEVA ESPAÑA un año antes de su fallecimiento, José Luis Posada subrayaba que "los artistas son unos condenados". Él vivió esa condena y vivió y creó en los amplios márgenes de la duda.

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