De lo local a lo global

Una ciudad que ha configurado su identidad contemporánea a partir de la suma de identidades dispersas, y el hecho de disponer de unas páginas que cuenten los avatares diarios de esa personalidad poliédrica

La escultura «Sombras de luz», de Fernando Alba, que recientemente  celebró sus 25 años desde su inauguración. | Pablo Solares

La escultura «Sombras de luz», de Fernando Alba, que recientemente celebró sus 25 años desde su inauguración. | Pablo Solares / Ana González Rodríguez

Ana González Rodríguez

Ana González Rodríguez

Nos definimos por lo que somos, pero también por el lugar que ocupamos en relación a los demás, por el modo en que interactuamos con ellos, por el papel que se nos concede, o al que aspiramos, dentro de un determinado sistema. Si estas aseveraciones pueden encontrar su aplicación en cualquier ámbito de la vida, entiendo que se ilustran especialmente en el plano político, aquel que, por su propia definición, se fundamenta en una interpretación del mundo para organizar los aspectos que lo vertebran mediante una lógica que sirva a lo que de modo genérico llamamos bien común. Debemos ser conscientes de quiénes somos y del papel que ocupamos en relación a cuanto nos rodea, y de las fortalezas y debilidades que se deduzcan de esa dialéctica han de terminar surgiendo las reflexiones, los análisis, las prácticas, que nos permitan avanzar.

LA NUEVA ESPAÑA entendió pronto que la realidad de una comunidad autónoma como Asturias no podía entenderse sin prestar la atención debida a cada una de las partes que conforman una realidad que podría parecer homogénea si se la observa desde la lejanía, pero que descubre todas las complejidades a medida que se aplica la lupa a su cotidianidad para que florezcan facetas y aristas que por lo general pasan inadvertidas a simple vista. El día a día de una región donde conviven de igual a igual la industria y la ganadería, la agricultura y la pesca, lo urbano y lo rural, la costa y la montaña, no puede comprenderse sin la atención pormenorizada a cada uno de esos aspectos diversos y su ensamblaje posterior con una perspectiva más amplia que abarque el todo, que extraiga las conclusiones pertinentes a partir de la suma de las partes y las emplee como mimbres del debate colectivo que contribuya a explicarnos como sociedad.

Hace treinta años este periódico tomó plena conciencia de esta idea y comenzó a ponerla en práctica. Hasta aquel momento, la redacción de LA NUEVA ESPAÑA se encontraba en Oviedo y tan solo contaba con pequeñas corresponsalías en otros puntos relevantes de la comunidad –Gijón, Avilés, las cuencas mineras– que comenzaron a revelarse insuficientes cuando la consolidación de la aventura democrática, con la consabida y necesaria descentralización, permitió que los distintos concejos y la propia autonomía vieran reforzada su idiosincrasia y adquirieran una nueva voz con la que hacer valer sus necesidades. La edición gijonesa del periódico, la primera que se puso en marcha, supuso seguramente una dura prueba porque obligó a poner en funcionamiento un nuevo método de trabajo, pero también fue la confirmación de que el propósito obedecía a la demanda de una sociedad que se había hecho mayor de edad y requería de un periodismo distinto que contara, desde una óptica nueva, el trajín de sus trabajos y sus días.

Dice un aserto ya clásico que no hay nada más universal que lo local –máxima que interiorizó y reformuló muy bien nuestro recordado Juan Cueto (una de esas personas que se hicieron gijonesas por voluntad propia, igual que nos hemos hecho unas cuantas más y, por suerte, se harán otras muchas) cuando se sacó de la manga aquel concepto que hablaba de lo "glocal" (a pesar de que algunos afirmen que es un anglicismo)–, y aunque se trata de una máxima de la que podemos extraer ejemplos abundantes en la literatura y en las artes, también es uno de los principios básicos del oficio periodístico: a la gente le interesa más aquello que le resulta más cercano, porque se siente reflejada en ello, porque se percibe retratada, y porque alimenta su toma de razón acerca del lugar que ocupa en el mundo. Gijón es una ciudad que, a su vez, ha configurado su identidad contemporánea a partir de la suma de identidades dispersas, y el hecho de disponer de unas páginas que cuenten los avatares diarios de esa personalidad poliédrica, al tiempo que la sitúan ante el espejo del resto de Asturias, supone para ella un aliciente irrenunciable con el que seguir transitando el largo camino de la historia. En las últimas tres décadas, las personas que desde las dependencias de la calle Corrida primero, y de Rodríguez San Pedro algo más tarde, fueron dando cuenta de lo que sucedía, se comentaba y se pensaba en este cantón norteño y milenario, han dado testimonio de los avances y los retrocesos, las reclamaciones y los olvidos, las alegrías y las tristezas, que han venido marcando el pulso del concejo. De Cimavilla a El Llano, de Somió a La Calzada, de Laviada a El Coto, LA NUEVA ESPAÑA de Gijón ha venido trazando el biorritmo de una ciudad que es la mayor de Asturias y que, precisamente por eso, constituye uno de los puntos de referencia más importantes de la comunidad autónoma. Lo saben bien todas las personas que por la mañana adquieren este diario o lo consultan en la red, y lo conocemos perfectamente aquellas otras que hemos ocupado puestos de responsabilidad y teníamos en sus páginas la primera consulta obligada en cuanto despuntaba el alba y llegábamos a nuestro despacho. En sus noticias, en sus reportajes, en sus entrevistas, en sus artículos de opinión, la ciudad se manifiesta como el organismo vivo que es, un gran circuito que conecta visiones y sensibilidades distintas pero confluyentes en la vocación de aspirar siempre algo mejor, en el reconocimiento en torno a unos principios y unos valores comunes, a una determinada manera de estar en un mundo del que formamos parte del que esperamos que nos tenga en cuenta.

Los periódicos son algo más que meras herramientas para testimoniar el curso del presente. Son el espacio donde, en vivo y en directo, se va escribiendo la historia al tiempo que se articula. En estas últimas tres décadas, LA NUEVA ESPAÑA de Gijón se ha afanado en contar esta pequeña historia nuestra que contribuye a conformar la gran historia general de esta comunidad y este país, poniendo así una pieza más en ese enorme puzle que conecta lo local con lo global. Las personas que lo hacen posible cuentan con mi respeto, con mi aprecio y con mi admiración. También con mi enhorabuena y mi deseo de que la aventura y la ventura prosigan durante, al menos, treinta años más.