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Tranvías

Días pasados acudí a la exposición del tranvía, en la Fundación Alvargonzález, de la que es comisario Ramón María. Curiosamente, la sala de exposiciones está en el edificio que construyera nuestro compañero de curso y amigo Chema Cabezudo. Bien, tras ver la muestra se me agolparon las vivencias, pues era viajero asiduo, los domingos y fiestas de guardar, en la ruta de Somió.

Recuerdo que iba con mi tío Pepe, tras lustrar los zapatos en el salón limpiabotas de la calle Covadonga (al lado de la Farmacia Toraño), desde la parada de La Plazuela y de ahí vía los Campos Elíseos, Plaza de Toros, El Mirador, El Puentín, El Pifu de la Guía, llegábamos a la Plaza de Villamanín. Mientras mi sublime tío leía la prensa, yo le daba al balón en Somió Park y tras entrar en las Agustinas Recoletas a saludar al Padre Juan, mercaba con la paga el Pumbi en el quiosco de La Plaza y me sentaba en un taburete de la barra de Casa Jorge a tomar una naranja, los fritos de chorizo y media docena de las riquísimas croquetas de América.

Reconozco que cuando vinieron los novedosos autobuses Leyland estaba encantado, pero con el tiempo, comencé a añorar el tranvía. Al día de hoy, cuando el revival de tan ecológico medio de transporte es una realidad (Valencia, Bilbao, Sevilla, Vitoria...) no acierto a comprender que en una ciudad plana como la nuestra el tema del tranvía esté aparcado sine diae. Hombre, lo entendería si este paraíso fuera la capital no marítima del Principado, pues allí lo que pide a gritos es una red de funiculares, pero dado que no es el caso, no acierto a comprender que por la mediana del Muro no circulen ya hasta Somió y pasando por El Molinón, los amarillos vagones de nuestro tranvía playu.

P. D. Querido Ramón María: en la documentada y preciosa muestra eché en falta el maletín de madera del cobrador y un cuadru de Nani Magdaleno. Un abrazu, comisario.

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