La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nuevas epístolas a “Bilbo”

Mujeres de la limpieza

La crudeza de lo cotidiano

No te vayas a pensar, perro consentido, que la vida muelle que llevas se asemeja a la de la mayoría de los humanos. Podría relatarte, y no parar, historias de opresión, de desigualdad, de injusticia social, de soledad, de pobrezas, de abusos de poder. No lo haré para no amargarte esa existencia canina tuya tan placentera en apariencia. Digo “en apariencia” porque tampoco tú eres muy cristalino que digamos en la manifestación de las emociones, o no sabemos interpretarte. Te contaré hoy que cuando leí una selección de cuentos de Lucía Berlin bajo el título de “Manual para mujeres de la limpieza”, además de impresionarme la crudeza de los relatos, conocí que los mismos provenían de la propia biografía de la autora: personaje maldito, con una historia sentimental atormentada, una salud muy endeble y serios problemas económicos que solventó limpiando casas ajenas. El libro y la personalidad de la autora me recordaron la voz de ultratumba de mi madre, que me atreví a plasmar en el libro que ya te mencioné en otra epístola:

De madrugaba, la ciudad se desperezaba. A las seis y media, cuando salía a limpiar el colegio, los autobuses proseguían sus primeras rondas circulatorias. Mujeres de la limpieza aguardaban en las marquesinas o caminaban con presura. Las madrugadas alumbraban, expelían mujeres de mi misma ralea, de mi misma casta principalmente. Un hombre fumaba y hablaba solo, apoyado en la fachada del portal número tres de la calle Marqués de San Esteban. Los semáforos guiñaban desde distintos ángulos e intersecciones. Las aceras despedían un fuerte olor a detergente aromatizado. A las siete de la mañana, el proceso de desentumecimiento podría considerarse finalizado. Los coches salían de sus guaridas. A las ventanas de los edificios, salvo contadas excepciones, asomaban aún las penumbras de sus adentros. Las cúpulas de la iglesia de San José estiraban sus cruces para oír mejor a las gaviotas. La luz natural sustituía las de las farolas que se apagaban de repente...

Pasarlas de a kilo significaba vivir de prestado; chapotear en las ciénagas finales de cada mes con el lodo al cuello; saberse embargada, sentirse desazonada por las amenazas cortantes de la luz o los avisos de desahucio del hogar alquilado, perseguida por los débitos registrados en la cartilla del banco y en la libreta de la tienda del barrio; tener todo crédito agotado, todo anticipo consumido, recorridas las catorce humillantes estaciones del vía crucis de la mendicación. Pasarlas putas consistía, sobremanera, en tumbarse a cualquier hora del día o de la noche investida por el camisón del fracaso; arrebujarse entera con la frazada; simularse muerta para eludir aleteos de mariposas de sirope o zumbidos de moscas cojoneras.

Compartir el artículo

stats