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Toli Morilla

Solo de trompeta

Toli Morilla

Ritual de iniciación (y III): Farsajidi

Cuando pasé al instituto, una vez olvidado el uso de razón, empecé a fumar. El culpable fue James Dean. Por más que resultara difícil encontrar paralelismo entre mi estrenada adolescencia y el protagonista de Gigante, me fascinó. Fantasía aparte, yo tenía razones para ser rebelde y Dean, ya sin causa que abrazar, permanecía enterrado desde 1955.

El avance de la democracia occidental encontraba enemigos allá por donde iba extendiendo su influencia. Una falsa reforma democrática, auspiciada por los EE UU en 1978, prendió el conflicto en la antigua Persia. Mientras el pueblo vivía en la miseria, el sha Reza Pahlavi y su mujer Farah Diba aparecían rodeados de lujo y riqueza en extensos reportajes de revistas del corazón. Su exotismo oriental de papel satinado fue devorado en las peluquerías hasta que, en 1979, la revolución de los Ayatolá derrocó el régimen y miles de ciudadanos del actual Irán huyeron de las cenizas del ‘Imperio Pahlavi’ y de la ley islámica. A mí me lo contó Farshad Majidi. Compartimos pupitre durante un curso por causa de los EEUU, el sha, el Ayatolá Jomeiní y de una inicial coincidente. Casualmente, los dos únicos apellidos que empezaban con la M en el listado de alumnos eran Majidi y Morilla. La familia de Farshad profesaba la fe Bahaí, una religión sincrética y monoteísta que sigue las enseñanzas del profeta persa Bahá’u’lláh. Unos meses antes del estallido de la revolución habían encontrado refugio temporal en Asturias gracias a la perspicacia de su padre, un militar descontento al servicio del depuesto gobierno, que había desertado.

Procedente del éxodo rural en la posguerra española, a Marcial, fornido y tosco profesor de matemáticas, se le entendía mal porque hablaba rápido y vocalizaba fatal. El primer día de clase pasó lista para conocer a sus pupilos. Todo fue bien hasta que llegó a Farshad Majidi y no supo pronunciarlo; se hizo tal nudo en la lengua que cada intento fue jaleado como si fuera la actuación de un cómico del “Un, dos, tres”. Al fin, se desatascó. –¡Farsajidi! ¡Mojamé! A mí me sale más fácil Mojamé –exclamó metido en el papel. –¿No te dará más, eh?- remató con sorna. Majidi deseó volver a una trinchera en Teherán y esa mañana, vergüenza propia y ajena fueron compañeras de clase cuando el exiliado Marcial se pasó tres pueblos con el exiliado Farshad. Y así fue, como ‘Farsajidi’, luego haríamos bromas, se convirtió en mi compañero más allá del pupitre, del Marcial y de James Dean.

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