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Manuel Vega-Arango Alonso

Trilerismo parlamentario

Sobre la votación de la reforma laboral en el Congreso de los Diputados

En las últimas horas hemos asistido a un nuevo episodio, que con toda seguridad no será el último, de lo que hace un tiempo hubiera llamado funambulismo o equilibrismo político, pero que me atrevería a calificar ya como vulgar trilerismo, a la vista del descaro y contumacia con que Sus Señorías nos vienen obsequiando con sus decisiones desde el hemiciclo parlamentario de un tiempo a esta parte.

La diferencia entre el funambulista y el trilero es abismal, pues el primero se vale de sus artes y equilibrios para montar su honesto show, y conseguir la admiración del público por su pericia. Ni trampa, ni cartón, señoras y señores. En cambio, el mezquino trilero busca el salirse con la suya gracias al engaño, a pillar por banda al inocente de turno para, a base de burdas trampas, llevar a su víctima al huerto, desplumarle, y si te he visto, no me acuerdo.

De un tiempo a esta parte, parece como si el Congreso de los Diputados, otrora pilar de nuestra democracia y base de civilizada convivencia, se hubiera convertido en un mercado persa, en un ruidoso bazar de impúdicos regateos en los que todo vale, y donde no hay reglas más allá del resultado. Parece esto un combate sin árbitros, un partido sin líneas ni cámaras, en el cual lo único que cuenta es la aritmética, con independencia de cómo se haya conseguido el objetivo. Tan sólo falta que un ujier nos coloque una mesilla portátil y tres vasos boca abajo debajo del estrado de oradores, para darle un poco más de ambiente al asunto.

El gobernar mediante el truco del almendruco lo hemos estado padeciendo reiteradamente, con votos independistas en cuestiones que afectan a toda la nación, a cambio de satisfacer sus intereses particulares. Partidos con un puñado de votos “trapicheado” como quien va a la plaza. Incluso con los moralistas de Vox de por medio, contribuyendo a sacar adelante decretos más que dudosos, para gestionar nada menos que los fondos europeos, es decir la pasta gansa y llena de ceros a la derecha. Ahora, Ciudadanos se presta también al contubernio, amparándose en el pueril argumento de evitar que otros voten en su lugar a favor de algo en lo que antes no creían, y ahora, de pronto, sí creen. Y cuando pensábamos que todo estaba visto, resulta que uno del PP, que lo único que tiene que hacer para cobrar del erario público y mantener su nivelón de vida es darle a la tecla, va y se confunde, y da a la que no es, cambiando con ello el destino de una ley laboral que afecta en la línea de flotación a todos los españolitos. Para rematar, la que cuida del gallinero, obediente, se hace a continuación la loca, y asunto terminado, no se nos vaya a enfriar la cena.

De verdad, yo ya no sé qué nos pasa. Estamos como anestesiados. Hubo un tiempo en que a nuestros dirigentes se les veía en ocasiones un tanto desmejorados, o al menos nos lo vendían así. “Es que el poder desgasta”, se oía decir al ver algunos rostros envejecidos, aparentemente preocupados por nuestras cosas. Ahora en cambio estamos viendo como nuestra clase política desfila cada vez más guapa, viste más elegante, y lleva una vida más sofisticada. Parecen todos y todas la mar de felices. Qué guay. Mires hacia donde mires, se les ve cada vez más estupendos y estupendas, más encantados de sí mismos, y mismas y mismes. Qué razón tenía el que nos hablaba de “casta” hace unos años, la verdad es que lo clavó, no pudo ser más certero. Desde el momento en que uno entra en el hemiciclo y pasa a ser miembro del club, tal cual parece que su vida cambia. Da igual la ideología, son todo risas, buen rollo, mejor vestir, y piel dorada. Los flacuchos engordan, los gorditos adelgazan, las canas se transforman en frondosas melenas, los cortes de los trajes se vuelven más rectos, y las mangas y hombros ya no van largos sino milimétricamente ajustados. Los armarios crecen, en calidad y en cantidad. Qué entrañable festival de buen vivir público, qué agradable situación en el frío mes de febrero, entre inflaciones, virus y amenazas geopolíticas varias.

Imagino quien haya tenido la paciencia de leer hasta aquí, pueda entender todo esto como un simple análisis superficial, un cabreo mañanero, o el testimonio de alguien que se ha levantado con el pie izquierdo. Quizás tenga razón en todo ello. Tan solo una cosa tengo meridianamente clara, a estas alturas: a nuestros jóvenes políticos de hoy, con independencia de su ideología y del partido en que militen, los otrora ciudadanos de este país, devenidos en obedientes súbditos, les importamos, dicho sea con todo el perdón, un huevo.

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