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Un hombre bueno que estaba cuando se necesitaba

Era muy cercano, recto en la iglesia, pero juerguista fuera cuando se juntaba para el vino y la partida con los feligreses

Conocí a José Luis Montero hace 36 años, cuando asumió la parroquia de San Andrés de Ceares y yo estaba en la asociación vecinal La Cruz. Desde el primer momento, demostró ser una bellísima persona, humano, cercano. Un cacho de pan en definitiva. Su hermano Antonio, al que sucedió como párroco tras su fallecimiento, ya lo era también. Toda su familia es muy cercana, con un toque campechano. Lo manifestó también cuando nos cedió desinteresadamente un local en la iglesia para la asociación vecinal.

Al pensar en su figura, me viene a la cabeza una palabra: bondad. Porque era todo bondad, allí siempre lo tenías para todo lo que necesitabas. Hay muchas anécdotas que lo corroboran. Lo recuerdo subido junto a mí en un andamio en la iglesia de Ceares un día de San José por la tarde. Porque José Luis era muy manitas. De los que tiraba de mazo para desarmar el altar y después cogía la brocha para pintar. No se achantaba ni cuando sufría algún percance. Una vez se cortó los dedos de la mano haciendo una vidriera, le pregunté que cómo estaba, que si había sido mucho, y su respuesta fue única: se puso a contar los dedos de la mano.

La noticia de su fallecimiento nos llegó por sorpresa ayer a la parroquia. Había estado ingresado unos días, pero había vuelto bien a casa de nuevo. Tuvo una muerte feliz y tranquila. Y nos deja un gran recuerdo.

Su perfil era el de cura de pueblo, de los que se junta para el vino y la partida, de tertulia con la gente. Siempre tan cercano y tan amable. Lo hacía además sabiendo diferenciar su papel. Dentro de la iglesia era muy recto, pero fuera, el mayor juerguista. Pedía seriedad cuando se trataba de un acto o tema religioso, pero fuera de esa situación podía tomar un vino, una sidra o un bocadillo de chorizo contigo.

La vuelta de la Semana Santa la celebró mucho. Le vino en un momento clave. Acababa de salir del hospital. Se veía con una fortaleza tremenda, le daba autoestima poder celebrar de nuevo esta fecha tan significativa. La disfrutó. Especialmente el Domingo de Ramos. Con la palma volviendo a entrar en la iglesia de San Andrés después de dos años. Fue feliz. Así lo recordaremos.

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