La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ana González Rodríguez

Mar, empresa y cultura

La apuesta del Ayuntamiento por la economía azul tiene un aliado indispensable en Pymar

Desde los inicios de su historia, Gijón ha mirado al mar. A él debe su propia existencia y en él ha encontrado sustento y aliciente para desarrollarse a lo largo de dos milenios, en una relación constante e ininterrumpida que ha pasado por diferentes periodos y que ha tenido una de sus últimas manifestaciones en la época industrial. El desarrollo del tráfico marítimo y la situación estratégica de nuestra ciudad hizo que las factorías navales fijaran sus ojos en ella y la eligieran como sede de sus instalaciones. Durante el siglo XX, las grúas de los astilleros formaron parte indisoluble de nuestro paisaje urbano, y aunque es cierto que en las últimas décadas su presencia se ha tenido que aminorar, no lo es menos que la fabricación de embarcaciones continúa siendo uno de los puntales de nuestra economía. De hecho, podemos decir que el mar se ha redescubierto en los últimos tiempos como un canal irrenunciable para la comunicación y para la distribución de mercancías, lo que hace que la construcción de barcos resulte muchísimo más necesaria, si cabe, de lo que había venido siendo a lo largo de nuestra historia.

En ese sentido, es de agradecer la implicación de la sociedad de Pequeños y Medianos Astilleros en Reconversión con Gijón. No sólo porque mantienen viva una actividad que forma parte de nuestra historia reciente y constituye uno de los rasgos de nuestra idiosincrasia, en tanto que gracias a ella se garantiza la construcción naval no sólo en Gijón, sino también en Asturias y en España. La apuesta por la economía azul, una de las líneas en las que trabajamos desde el Ayuntamiento, también tiene en Pymar a un aliado indispensable, como lo tiene en muchos otros proyectos de ciudad en los que la sociedad colabora siempre que así se le solicita. Podrían ponerse varios ejemplos que ilustran esta generosidad y altura de miras, pero quizá el más evidente sea el de la Semana Negra, un festival ineludible dentro de la programación cultural gijonesa y española (no en vano, obtuvo hace unos meses la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Cultura) que, tras dos años de exilio forzado por las circunstancias sanitarias derivadas de la pandemia, puede ver materializado este verano su sueño de regresar a los terrenos del viejo astillero, ese paisaje portuario que tan grato resulta a un evento que, de hecho, nació entre los diques del Musel y vivió sus primeras ediciones a la sombra de aquellas grúas cuyo perfil se recortaba contra el horizonte de la zona oeste. Es una gran noticia que, en este verano que se ve al fin liberado de pandemias, la Semana Negra y los astilleros puedan volver a reencontrarse en otra muestra de que la buena colaboración entre lo público y lo privado sólo puede redundar en beneficios para el conjunto de la sociedad.

Compartir el artículo

stats