Imperio del corsé

Blanca Portillo, el éxito y sus atributos

Maribel Lugilde

Maribel Lugilde

Ha pasado casi inadvertido porque en un mundo cargado de ruido, en el gesto de la gran Blanca Portillo no hubo gritos, pancartas, desnudos, botes de pintura o cadenas. Ha sido un acto de rebeldía pacífico, humilde, con mínima ostentación, casi con vocación pedagógica. Portillo recogió la semana pasada el premio a su carrera en el festival de Málaga de Cine en Español, en vaqueros y camiseta, desnuda de todo accesorio, desobedeciendo el "dress code" de los grandes eventos, que impone, sobretodo a ellas, una competición descarnada por liderar el top de las "mejor vestidas". La acción y el mensaje de la intérprete, claramente muy meditados, tenían calado.

Me preocupé en analizar a fondo su indumentaria para abarcar la dimensión de su renuncia. Siendo quien es y dada la ocasión, seguramente hubiera podido elegir entre propuestas de las muchas firmas de moda que quieren figurar en los escaparates exclusivos de alfombras y escenarios mediáticos. Sin embargo, juraría que su camiseta y vaqueros no eran de estreno, aparentaban unos cuantos lavados, además de una talla generosa, una auténtica subversión a las figuras ceñidas hasta la asfixia que pueblan estos eventos. Nada de joyas, salvo un anillo. Maquillaje casi inexistente. Así recogió esta grande de la escena el premio a su carrera.

Al igual que la burbuja inmobiliaria, otra de apreturas y transparencias amenaza a las mujeres de dimensión pública, que compiten entre ellas y consigo mismas por superarse en una carrera impía que, en ocasiones, desdibuja el concepto mismo de vestido y lo convierte en un elemento incomprensible, incómodo, inviable, estridente. Una tiranía que acaba alcanzando a todas, sometidas escrutinio y quinielas finales. El efecto desciende a escalas locales: en el último acto de entrega de los Premios Princesa de Asturias, por ejemplo, algunos medios llevaron a cabo votaciones públicas para escoger a las "mejor vestidas".

Es obvio que Blanca Portillo quiso sacudirse por una vez de ese imperio desbocado del corsé, en el momento en el que más ella se sentía. Se regaló públicamente un espacio de libertad en uno de los días más señalados de su carrera. Nadie duda de que a Blanca Portillo le guste ponerse un vestido bonito y verse guapa; lo seguirá haciendo. Pero se ha salido por un día de esa dictadura exclusiva para ellas, mientras confesaba haber luchado toda su vida profesional con el obstáculo de su falta de belleza.

Al final de su discurso dio con los atributos que sí la acompañaban y eran el elixir del éxito: pasión, amor, valentía, sueños. Y también formación y cultura. Ojalá nuestros y nuestras jóvenes hayan tomado nota de esta gota de sabiduría contenida en un discreto gesto de rebeldía.

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