Que la contaminación se haya convertido en el eje central de la precampaña responde fundamentalmente a dos motivos fáciles de identificar. El primero es la imparable y loable sensibilización social con un problema grave que durante décadas se relativizó o, en el mejor de los casos, se aceptó como el peaje a pagar por la generación de riqueza y empleo de la industria pesada. Y el segundo tiene que ver con los cálculos electorales de los partidos, conocedores de que los barrios de la zona oeste, de lejos los más asediados por la polución, tienen muchas papeletas para convertirse en el escenario que decante la balanza el próximo 28 de mayo. Bienvenidas sean ambas razones si, juntas o por separado, permiten que se cree una atmósfera en favor de una mayor calidad de vida, alejada de aspavientos y oportunismos.