La verdadera mayoría de Gijón
Lucía se levanta temprano. A duras penas mueve el trapo por su casa en un ritual simbólico que lleva repitiendo durante las últimas décadas. Cuando las tiendas empiezan a levantar sus persianas, baja en busca de las ofertas del día. Todo el mundo la conoce: “¡Buenos días Lucía!”. Ella avanza todo lo rauda que puede por las calles. Calles que en ocasiones se tornan desconocidas. Avanzan las primeras horas de la mañana. Suena el timbre y se abre la puerta. Llega Carmen. En pocos minutos, Carmen hace su magia: llena la casa de Lucia de todo aquello que le recuerda a un hogar. Un olor a comida rica, una conversación agradable, unas manos que se desviven durante los escasos minutos que tiene para cuidarla.
Carmen es un soplo de aire fresco que inunda durante minutos la vida de Lucía.
Son las 12.45. Carmen debe salir corriendo. Su agenda no le permite digerir todo aquello que vive en cada visita. Historias, realidades y necesidades que guarda para sí. Parece que no le interesan a nadie. Todo por escasos 1.000€euros al mes.
Mientras tanto, Lucía pasa las horas mirando por la ventana; observando a un mundo que avanza sin fijarse en ella. Solo la asociación de mayores del barrio y la visita de su hija el fin de semana se convierten en refugio donde vivir. La asociación, que a pesar de todas las dificultades burocráticas y los escasos recursos, sigue reivindicando y haciendo. Y su hija, que detiene el ritmo frenético del mundo y su vida dos días a la semana para poder abrazar a su madre.
Como Lucia, muchas personas de nuestra ciudad sienten la inmensidad de la soledad. Una soledad que en muy pocas ocasiones viene sola. Soledad y dependencia suelen convivir bajo el mismo techo. Personas mayores que necesitan a esa sociedad que ellas ayudaron a construir y desarrollar. Sociedad de la que forman parte. Una de cada cuatro personas que viven en Gijón tienen más de 65 años; más de 12.500 superan los 85 años. ¿Está nuestra ciudad, región y sociedad preparada para reconocer esta realidad? ¿Acaso las personas mayores no tienen derecho a participar, a convivir, a contar con unos servicios públicos adaptados? ¿Les preguntamos?
No seremos capaces de dignificar una etapa vital tan importante, si no repensamos lo que estamos haciendo y lo que tenemos. El sistema de salud, los espacios públicos, los servicios de cuidados… Carmen es una de las muchas mujeres (curioso que empleo precario y mujer vayan siempre de la mano) que trabaja en nuestra región cuidando. Un “servicio” que podría constituir una fuente de arraigo y cuidados para ir mejorando las políticas y servicios que diseñan ayuntamientos y comunidad autónoma. Unas integrantes más de lo que debería ser un equipo multidisciplinar de atención al bienestar social en nuestros barrios.
Hasta que esta revolución llegue, hasta que abramos los ojos, Lucía y Carmen seguirán luchando por cuidar y vivir. Gracias Carmen, gracias Lucía.
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