Opinión

Mujeres mejicanas

No sé dónde se inició el uso de la expresión feminicidio, pero en los últimos años lo hemos sentido o leído en relación con Méjico, particularmente con Tijuana, ciudad cargada de ecos de aquellas películas del oeste tan llenas de estereotipos y tergiversaciones históricas. Ye lo que hay.

Allí en Tijuana, durante años, se ha llevado a cabo un silencioso proceso de asesinatos continuados que dio pie al neologismo feminicidio, tras años de ocultación por los poderes públicos y los medios de comunicación, aunque hoy, no creo que felizmente sea el adverbio adecuado, la ciudad ha descendido al tercer puesto mejicano en esa espeluznante estadística.

El caso es que las mujeres mejicanas han sido siempre, al menos desde la fundación de la moderna nación por el genio de Hernán Cortés, y con la imprescindible ayuda de doña Marina, la Malinche, la base del país. En un discreto y apenas intuido segundo plano ante el empuje del macho mejicano, pero con una labor de sustento sin la cual la nación, que tan bien cantan los Tigres del Norte en sus famosos Corridos, ya habría sido absorbida por su norteño vecino. La esencia de Méjico reside en sus mujeres.

En Julio habrá elecciones presidenciales, y si un disparo no lo impide, en Méjico e Hispanoamérica nunca se sabe, será una de esas mujeres la que sustituirá al pintoresco, por darle un adjetivo compasivo, Manuel López Obrador, pues son dos, Claudia y Xóchitl. La primera, posible ganadora de las presidenciales según las encuestas, va por Morena, el partido del actual presidente, y la segunda por la coalición opositora.

Ambas están en su sexta década vital, con muchos años de brillante desempeño profesional antes de entrar en política, la una en el dominio de la ingeniería y la energía, y la otra en las tecnologías de la información; ambas mujeres que se han hecho a sí mismas, y con grandes responsabilidades políticas en los últimos años; ambas una expresión de la riqueza del universo femenino mejicano.

Claudia Sheinbaum, la postulante de Morena, es hija de emigrantes judíos, el padre askenazi y la madre sefardí, y tras una brillantísima carrera universitaria e investigadora, ha acabado como gobernadora del Distrito Federal, arrasando en cuantas primarias internas se ha presentado. Ahora son las encuestas las que la dan como segura ganadora en julio, y, aunque algunos temen la influencia del ínclito López Obrador, a cuya sombra ha desarrollado su carrera política, me dice el instinto, o quizás los años, que, una vez en el Palacio Nacional de la plaza del Zócalo, antigua casa de Moctezuma Zocoyotzin, será su personal instinto de mujer política lo que prevalecerá.

Que viva Méjico, ¡carajo!… y sus mujeres.

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