Opinión | Nuevas epístolas a "Bilbo"
Poesía eres tú
No sucumbas ante esa especie de piropo, Bilbo, ni aunque te lo sople a la oreja el mismísimo Gustavo Adolfo Bécquer. Tú no eres un poema, sino un bicho peludo perteneciente a la constelación canina. Y a mucha honra. Déjame decirte, a riesgo de pisar arenas muy movedizas, que la poesía no descansa en la extensión de los renglones. Ni reside en la rima o el ritmo (forma), recursos memorísticos útiles para la transmisión oral de las historias, luego relevada por amanuenses, copistas, impresores e infinidad de tinglados reproductores. Como tampoco la define esa tendencia epidémica de muchos autores a refugiarse en sus propias cuitas personales, sean de carácter amoroso o existencial (fondo). Me explayaré un poco más. Solo un poco para no embarrarnos demasiado.
La composición poética admite interminables disquisiciones: que si en prosa o en verso; que, si en aquella, habrá de extremarse su lirismo, que, si en este, mejor rimador que libre; que si aventaja la rima consonante a la asonante; que si la métrica de arte mayor o menor; que si el ritmo, que si la cadencia; que si los denostados encabalgamientos; que si las reiteradas aliteraciones; que si las sinécdoques, que si las metonimias... La verdad es que, aunque atento a las voces autorizadas y respetuoso con las reglas académicas, nunca me sugestionaron divagaciones de tal tenor. No suelo plegarme ni a los dictados de la ortodoxia ni a los caprichos de la heterodoxia. Prefiero dejarme llevar por mi particular intuición compositiva en cada poema, guste o disguste a los lectores.
Más allá de los tecnicismos correspondientes a la disciplina poética, me preocupa la salud actual de la poesía como género literario. Presiento (sin ánimo ninguno de pontificar) que con el paso de los siglos ha perdido gran parte del fervor y del favor popular; que su predominio desde la antigüedad ha ido, siglo a siglo, sucumbiendo ante otros géneros como el cuento, la novela, el noticiero, el cinematográfico, el catódico, incluidos los cancioneros populares. La poesía ya no acoge epopeyas homéricas ni cantares de gesta ni romances moriscos, pastoriles o heroicos, fuesen del romancero viejo o nuevo, ni atiende acontecimientos significativos o nimios desde tiempos antiguos. Sospecho, pues, que el declive de la poesía corre parejo a su paulatino desprecio por contar historias o a su renuncia involuntaria a contarlas. Tal parece que los siglos la abismaron en yoísmos impúdicos, en sensiblerías superficiales, en filosofías baratas, en sentimentalismos inmaduros, en descargas puramente emocionales, en violeteros juegos florales, en sarpullidos literarios, al fin, que atraviesan buena parte (no toda, claro) de la producción poética desde hace mucho. Mejor dejémoslo ahí por el momento y por si las moscas.
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