Washington / Bruselas,

Agencias

La OTAN elevó ayer el nivel de sus advertencias al régimen del coronel Gadafi al punto máximo desde el inicio de la revuelta popular libia, el pasado 16 de febrero. En paralelo, la Alianza anunció que aviones espía AWACS de alerta temprana vigilan ya el país las 24 horas del día. El presidente de EE UU, Barack Obama, anticipó la posibilidad de una intervención militar internacional, que, explicó, ya estudia la OTAN, al tiempo que abogó por la imposición de sanciones «firmes» a la Libia de Gadafi.

«No puedo imaginarme que la comunidad internacional y Naciones Unidas permanezcan al margen si el señor Gadafi y su régimen continúan atacando a su pueblo sistemáticamente», advirtió con dureza el secretario general aliado, Anders Fogh Rasmussen, quien estimó que la actuación de las autoridades libias puede estar incurriendo en «crímenes contra la humanidad» con su respuesta a los rebeldes, que calificó de «escandalosa».

Los países miembros de la OTAN han solicitado a su Comité Militar que comience a preparar la planificación militar «necesaria» y «prudente» para poder hacer frente a «cualquier eventualidad» en Libia, informó Rasmussen. No obstante, el secretario general de la Alianza insistió en que una eventual intervención requerirá un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU y precisó que, por el momento, el organismo de seguridad euroatlántico «no tiene intención de intervenir en Libia».

La autorización de la ONU no es el menor de los escollos con el que se encontraría una intervención, ya que Rusia y China no parecen dispuestas a respaldarla y ambas disponen de poder de veto. El ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, fue tajante al respecto ayer por la tarde: «No vemos una intervención extranjera, mucho menos militar, como un medio para resolver la crisis en Libia», explicó Lavrov, para quien «los libios deben resolver sus problemas por sí mismos».

El secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, instó ayer por teléfono al ministro de Exteriores libio, Musa Kusa, a detener los «ataques indiscriminados contra civiles», a cesar en el «uso desproporcionado de la fuerza» y a cumplir con su «responsabilidad» de proteger a su población en lugar de atacarla.

Según fuentes diplomáticas, la OTAN maneja por ahora varias posibilidades de actuación, entre las que figuran una zona de exclusión aérea sobre Libia o el bloqueo naval para impedir la entrada de armas y mercenarios en el país. Con todo, Rasmussen fue bastante claro sobre el alcance del embrollo en el que se encuentra sumida la Alianza.

«Es un dilema para la comunidad internacional. Por un lado está la voluntad de acabar con el baño de sangre, pero por otro hay que tener cuidado con la sensibilidad en la región en lo que concierne a una operación que sería percibida como una intervención externa», admitió.

La reticencia árabe a una intervención de las antiguas potencias coloniales parece, sin embargo, irse resquebrajando. De hecho, Francia, que desde el domingo trabaja junto a Reino Unido y otros países en un borrador de resolución sobre la zona de exclusión aérea, confirmó ayer que el secretario general de la Liga Árabe, Amro Moussa, respaldó su creación durante una entrevista mantenida el domingo en El Cairo con el ministro galo de Exteriores, Alain Juppé.

Otra de las ideas que se abre paso es la de reforzar la capacidad ofensiva de los rebeldes, hasta ahora pobremente armados. Así, el portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, confirmó que mejorar la capacidad armamentística de los rebeldes es una de las opciones estudiadas por Washington. A este respecto, el diario británico «The Independent» afirmó ayer que EE UU ha pedido a Arabia Saudí -a cuyo monarca, Abdulá, intentó asesinar Gadafi hace un año- que arme a los rebeldes libios, especialmente con baterías antiaéreas, para evitarle así tener que involucrarse directamente en el conflicto.