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BERNARDO SANJURJO | Pintor y exdirector de la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo

"La asignatura de Historia del Arte acababa en Goya, y Tàpies y Chillida eran locos de la vida"

"Mi padre era muy conservador, tal vez porque la Guerra Civil le marcó en esa dirección, y en cambio mi madre era más liberal; ya en la democracia, él votaba a Fraga y ella a Felipe González, lo que le reprochaba"

Bernardo Sanjurjo, en su domicilio y estudio de Oviedo, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA. nacho orejas

De Fraga y de Felipe. "En la Guerra Civil mi familia no sufrió dificultades, salvo un tío mío, un hombre encantador que tuvo problemas porque era de izquierdas. Era analfabeto, pero daba gusto oírlo hablar. Había vivido mucho porque había navegado muchos años, pero en la guerra lo detuvieron porque navegaba en un barco inglés que abastecía de carbón a los barcos de la República. Lo metieron en el penal de Santander, tuvo problemas, aunque no graves, y luego se fue a la Argentina, a Buenos Aires. Volvió y murió en Tapia de Casariego, donde viven una hija y unos nietos. Mi padre estuvo en la guerra, que le marcó mucho y le dejó traumatizado para toda la vida. Estaba haciendo la mili, estalló la contienda y automáticamente ya no volvió a casa. Estuvo con los nacionales en el frente de Oviedo y en otros destinos. Mi padre era muy conservador, tal vez porque la guerra le marcó en esa dirección, y, en cambio, mi madre era más liberal. Ya en la democracia, mi padre votaba a Fraga y mi madre a Felipe González. Como mi padre era un poco autoritario, le reprochaba a ella que votase al PSOE, pero mi madre era muy lista y hacía lo que le parecía. No coincidían en eso y sin embargo se llevaban bien".

Francisco, el pintor. "Fuimos seis hermanos: el mayor, Marcelino, que murió de bebé; luego, una hermana, Lola; a continuación vine yo y el hermano que me seguía, Paco, también murió a los pocos meses, de una bronquitis. Era la época en la que empezaba la penicilina y el médico se la recetó, pero la traían de América, de contrabando, y tenía que venir en hielo. Oí comentar que incluso la penicilina pudo haberle matado. Después vinieron los gemelos, Consuelo y un chico que también se llamó Paco, que fue aparejador y trabajó en una constructora de Oviedo, pero murió de una leucemia, muy joven, a los 30 años. Así que quedamos Lola, Consuelo y yo. En aquellos años vivíamos sin grandes cosas, pero sin agobios, gracias a mi madre, fundamentalmente, y al trabajo de mi padre. Fui a la escuela del pueblo, jugaba, iba a nadar o remar en la ría y a los 10 años empecé a trabajar con mi padre en casas donde lo llamaban, en Tapia, Vegadeo, Ribadeo, o en el astillero de Figueras. Tenía su clientela y era apreciado como buen profesional. Dejé de ir a la escuela, pero estudiaba por la noche. Había un maestro, Manuel del Outeiro, con el que yo iba por la noche, después de trabajar. Lo recuerdo con gran cariño y nos sacó de la burrez a medio pueblo o casi todo el pueblo. Pero a los 18 años me dije: 'Esto no puede ser, necesito moverme, buscar otro lugar'. La pintura artística ya me interesaba mucho y entonces vine a Oviedo. Hay una cosa que influyó: mi padre tenía un hermano que era pintor también y del que hay cosas por la zona. En la capilla del cementerio de mi pueblo hay un Cristo yacente en el frontal del altar pintado por él. Yo a él no lo conocí, porque murió en 1941, en Vigo, en el hospital psiquiátrico. Y allí está enterrado. Hace poco averigüé dónde estaba su tumba, en un viaje a Santiago, al Centro Galego de Arte Contemporáneo, y al Museo Marco de Vigo. A este tío, Francisco Sanjurjo, mi padre lo adoraba y cuando hablaba de él, siendo yo niño, veía cómo le brillaban los ojos".

Marina en El Ferrol. "Creo que de él viene mi afición a la pintura, pero a veces sigo preguntándome: '¿Pero cómo se me metió en la cabeza lo de ser pintor?'. En los años de la escuela venía a Oviedo en el Alsa, por Castañedo y La Espina, y tardaba medio día en llegar. Y en el viaje me preguntaba: '¿Adónde coño voy?', porque mi despiste era total y tampoco nadie te orientaba. El arte es un demonio muy complejo y muy difícil, que exige mucho sacrificio, formación y búsqueda, y eso nadie te lo facilitaba. Había empezado a dibujar con un señor en Castropol, Marcelino Candaosa, que conocía mucho a mi tío. Fue un hombre entrañable conmigo y tenía un taller de carpintería, de ebanistería fina, exquisita, y hacía retablos para iglesias de toda la contornada. Era soltero y vivía con unas hermanas que tenían un hotelito. Pero lo que él me enseñaba tenía poco que ver en lo que yo buscaba. Y en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo me pasó lo mismo. Sí, dibujabas mucho, pero mi preocupación no era ésa. Aquello era como aprender a escribir, pero mi preocupación era adónde me podía llevar. La vida fue rodando y me fui a la mili. Me tocó Marina en El Ferrol del Caudillo. Para entonces yo quería ir a Madrid, porque tenía claro que si no podía hacer Bellas Artes tenía que desistir de ser pintor".

Cabo de sonar. "Aquel cuartel era una locura, con cerca de 3.000 soldados, y mandado por Pita da Veiga, que luego llegó a ser ministro de Marina, y era un señor bajito con pinta de tener mala leche. Pero, mira por dónde, el jefe que yo tenía en la brigada, un teniente, don Jerónimo González, era un tipo estupendo y se enrolló conmigo. Enseguida pidieron a alguien que supiera pintar, pero por aquello que siempre te decían -'No te apuntes a nada, porque acabas pintando letrinas o el comedor de la tropa'- yo no respondí. Pero un piloto de Marina que había en esa brigada se enteró de que era para hacer unos paneles en los dormitorios y me dijo que me presentara. Les hice unas cosas que les gustaron y me dijeron: 'Siga, siga', así que no hice más instrucción ni nada parecido. Eran paneles muy sencillos con la simbología, señales y banderines de la Marina, y lo pude bordar. Después empezaron a seleccionar a los soldados no analfabetos para destinarlos como cabos y a mí me tocó cabo de sonar, es decir, irme a un submarino dos años. Me podía morir y le dije a don Jerónimo que quería irme a Madrid. 'Si tienes alguien en Madrid que te reclame, no hay ningún problema', me dijo. Y tuve la suerte de que conocía a alguien para el que había trabajado en Castropol, un médico militar de la Armada, don Vicente Espinosa. Le escribí y a vuelta de correo, con el membrete del Ministerio de Marina, me respondió que no había problema. Me mandaron a las oficinas del Ministerio, en la Cibeles, y estuve un tiempo trasteando en lo más bajo: limpiando y barriendo, pero al poco tiempo me llevaron a una oficina, donde el jefe me preguntó si sabía escribir a máquina. 'Pues no'. 'Sí, hombre, ¿cómo no vas a saber? Tú siéntate ahí y escribe a tu novia o lo que quieras'. Y allí me quedé. Después vino otro jefe todavía mejor".

Pura rutina. "Había ido a Madrid en 1962 y pasé ese año dibujando en el Círculo de Bellas Artes y en la Escuela de Artes y Oficios. Y en junio de 1963 me presenté al ingreso de la Escuela de Bellas Artes. Había 25 plazas y éramos casi 500 aspirantes. El examen era de dibujo artístico y durísimo: reproducir una estatua griega con 15 días de trabajo. Luego pasaba el tribunal y me acuerdo de que el día que nos iban a decir los aprobados todos le preguntaban al conserje, que dijo: 'Lo único que sé es que aprobó el marino'. Yo era el que iba vestido de marino. Allí estuve cinco años, yendo todos los días a clase, porque el jefe del Ministerio sólo me pedía que al final del curso le llevara las notas y fotos de mis trabajos. Tenía beca para los estudios y, como los dos primeros cursos los hice estando en la Marina, pude ahorrar. También pintaba y vendía alguna cosa, y me fui apañando hasta que terminé. En 1968, al acabar Bellas Artes, me encontré con el mismo problema. La enseñanza en este país era calamitosa; era oficio puro y duro. La Escuela era muy cómoda: 'Dibuje usted tal, pinte usted tal...', pero no era suficiente para mí. Pintar es un problema intelectual, no manual y ahí está el verdadero problema. Hay gente que pinta de maravilla y hoy existen mil maneras dentro del mundo de la plástica que te llevan a caminos expresivos fenomenales, pero, insisto, ¿adónde me conducía? En la Escuela había detalles muy curiosos. La Historia del Arte, una materia lógicamente fundamental, se acababa en Goya, pero desde él hasta el presente estaba todo el arte contemporáneo. Y lo figurativo era totalmente dominante, de modo que Tàpies y Chillida eran tenidos por locos de la vida. Era un desastre, porque ellos eran la brecha por la que te podías escapar. Así que tenías que buscarte la vida, porque los estudios eran pura rutina".

Interpretar el paisaje. "Yo empezaba a pintar y a vender, y mi primera exposición fue en el Ateneo de Madrid. No sé si tenía un estilo definido, porque lo mío era una búsqueda. Y empecé por el paisaje, a interpretarlo. En la Escuela había un curso entero de paisaje y el profesor era Martínez Díaz, que me apreciaba mucho e incluso me apuntó la posibilidad de quedar con él en la Escuela, haciendo las prácticas, lo que significaba normalmente acabar heredando la plaza. Pero me fui por otro lado. Sin embargo, el paisaje me interesaba, porque el arte -y cada vez lo veo más claro- es una manera de expresión libre, amplia, no sujeta a ataduras, y el paisaje te daba cierta libertad. En el último curso de la carrera habíamos estrenado un nuevo edificio de la Escuela, en la Ciudad Universitaria, al lado de Arquitectura y del INEF. Había unos espacios fenomenales y con vistas a la Casa de Campo y a la Dehesa de la Villa. Pinté mucho en esa época e indagaba como un topo, intentado encontrar la luz mientras interpretaba el paisaje".

Premio en Luarca. "Recuerdo una anécdota curiosa del año que terminé la carrera y fui por el verano a la casa de la ría, la de mis padres y de mi infancia. Yo pintaba y mi hermano Paco, el aparejador, daba clases de Matemáticas a chavales de la zona. Y un día llegan Jesús Villa Pastur, el secretario del Ayuntamiento de Luarca, Turiso de apellido, y Manolo Moya, un chico luarqués que murió más tarde en Francia. Yo estaba pintando algo de Castropol, porque lo habré pintado doscientas veces. Era un cuadro grande y estaba a medias. No conocía a ninguno de los tres visitantes y Villa Pastur era, de partida, muy soso y hermético, pero luego, si llegabas a conectar con él, era muy simpático. Llegamos a apreciarnos mucho y aquel día me dijo que iban a convocar un concurso de pintura en Luarca y querían que yo participara. 'Estoy con este cuadro'. 'Pues éste'. 'Pero está a medias'. 'Vale así'. 'No, no vale así'. 'Pero, hombre, es que tienes que presentarte'. En ese momento me acordé de que tenía unas cosas en la galería de Carmen Benedet, en la calle Argüelles. Se lo dije a ellos, vinieron y escogieron un cuadro de un paisaje simplificado, con unas franjas de ocre amarillento, como las que ves en la Casa de Campo, con sus madroños o esos árboles pequeños. Pero las bases del concurso decían que tenía que ser algo relacionado con Asturias, y ellos llegaron con aquel cuadro y se montó el cisco, porque lo llamaron 'Playa de Penarronda', que es la de mi pueblo, Barres. Además, hicieron fotos de la playa y llegaron a Luarca con ellas, pero no había manera de que casasen con el cuadro. Ahí se armó el cirio porque me dieron el premio y aparece en LA NUEVA ESPAÑA un artículo de Jesús Evaristo Casariego en el que me pone pingando. Fui a ver a Villa Pastur y me dijo: 'Nada, olvídalo'. Casariego y él tenían peloteras; esas rencillas de familia que venían casi de la prehistoria. El cuadro del premio está ahora en el Ayuntamiento de Luarca".

Adoquines levantados. "En 1968 estaba desconcertado, pero me dieron una beca para hacer los dos cursos del CAP, el Certificado de Aptitud Pedagógica. La docencia era una forma de vida y además me gustaba; de hecho, he pasado toda mi vida en ella. El primer curso era teórico y el segundo de prácticas, y escogí una Escuela de Artes y Oficios, pequeña, en la calle Marqués de Cubas. Estuve ese año y después el director me dijo que la primera plaza de interino que quedara sería para mí. Al poco tiempo murió un arquitecto que daba clase allí y me dieron esa plaza de Dibujo Artístico y Técnico. Pero en 1973 me vine a Oviedo, aunque Madrid me encantaba. Había estado también en Francia, con una beca del Gobierno francés. Fuimos una chica vasca, Marta Cárdenas, que se casó después con el músico Luis de Pablo, y yo. Era el otoño de 1968 y todavía quedaban rescoldos del mayo anterior y adoquines levantados, pero la guerra ya había pasado. Todo me iba bien y quería vivir en Madrid. Incluso había apalabrado una casa grande en la calle Reina Victoria. Y me había casado con una compañera de curso, francesa, Françoise Peron. Tuvimos dos hijos: Pablo, que está en la Universidad Carlos III y en un instituto, y Miguel, que trabaja en Canal Plus".

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