La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

médico

Juicios y prejuicios

Juicios y prejuicios

Para vivir, nuestros sentidos y la mente seleccionan, en general con éxito, lo que estiman que nos favorece. Casi nunca participa la razón, es decir, apenas nos damos cuenta de este proceso. Su papel debería ser comprobar que ese ser inconsciente que también somos está haciendo las cosas bien. Más profundamente, el cerebro dirige y vigila las operaciones básicas metabólicas. Ahí sí que no tenemos acceso, si digerimos mal poco podemos hacer para remediarlo, como tampoco podemos elegir la frecuencia del latido cardiaco. Algo podemos hacer para conseguir que la nuestro sistema se encuentre en una situación favorable y no tenga que hacer demasiados esfuerzos de adaptación que le lleven al agotamiento. Es la higiene, una forma de vivir que ya recomendaba Hipócrates hace 2500 años. Sin saber muy bien de qué se trataba, pensaban que la enfermedad era un desequilibrio que podría restituirse con comidas equilibradas, paseos, baños y cuidado del cuerpo. Seguimos pensando así: un cuerpo graso, escaso en músculo, exigido en exceso por las comidas y las bebidas está sometido a una tensión que pocas veces aguanta. Esas enfermedades de inadaptación son las más frecuentes.

Otras inadaptaciones tienen que ver con cómo estamos en el mundo que nos rodea. Los niños nacen con un cerebro muy inmaduro, una regalo evolutivo que nos permite hacernos a la sociedad donde nos criamos. Pero esa adaptación puede tener consecuencias negativas. Pensemos en el racismo y la xenofobia. Los bebés ya en los primeros días de vida muestran preferencia por la cara de su madre frente a la de extraños y son capaces de distinguir las caras de la personas de su grupo étnico. Y como una muestra más de que la belleza no es algo opinable, prefieren las caras con rasgos atractivos. Se está formando un sistema de representación que refleja el entorno en el que se cría; si lo hace solo entre mujeres, prefiere sus rasgos y los distingue mejor, lo mismo ocurre si lo hace entre hombres; o si lo hace en una familia blanca a los tres meses los prefiere y sabe distinguirlos pero no es capaz de diferenciar a los negros, a los que tiende a rechazar. Como una cualidad interesante, a los seis meses todavía pueden discriminar entre las caras de monos, habilidad que se pierde a los nueve.

Los estudios demuestran que incluso antes de que juzguemos el sexo de la persona que tenemos delante, la clasificamos racialmente: necesitamos solo dos décimas de segundo. El sesgo en nuestro juicio es alarmante. A niños de de cuatro años edad se les mostró caras de personas con rasgos ambiguos que podían ser encajadas en asiáticas o blancas. Algunas eran sonrientes, otras enfadados. Los niños blancos clasificaron como blancas las caras sonrientes mientras lo mismo que hicieron los asiáticos: solo los sonrientes juzgaban que pertenecían a su etnia. Como cabe esperar, si las caras tienen rasgos ambiguos que hace difícil clasificar entre blanco y negro los segundos considerarán negros a los que sonríen.

Somos racistas. No está en nuestros genes pero sí en nuestra naturaleza. Ser racista es una condición que adquirimos en nuestra crianza, más intensa cuanto más uniforme sea la sociedad en la que crecemos pero también depende de sus valores. Oigo decir con frecuencia que los afro-americanos, son tanto o más racistas que los blancos. Es posible que como una forma de defensa ante los prejuicios raciales de los blancos, los negros se defiendan de así. Pero parece que es una actitud más racional que inconsciente. Lo prueba que los niños afro-americanos en los test con caras no muestran preferencia por las negras frente a las blancas ni juzgan que las sonrientes son de su propia etnia. La posible explicación está en la pronta inmersión en una sociedad dominada por los blancos en los roles más prestigiosos. Creo que fue Obama el que dijo que cuando por la noche en una calle desierta oía pasos se tranquilizaba si quien lo seguía era un blanco. Hay un componente cultural ahí que se puede modificar. Si en las películas cada vez hay más negros en el papel de héroes, si son ellos los que arriesgan la vida por salvar a blancos o como en "Matar a un ruiseñor" el abogado blanco pone en peligro su prestigio por defender a un negro prejuzgado como delincuente, ese racismo que tiene que ver con juicios de comportamiento se aminorará. Lo mismo que si en la vida cotidiana se establece relaciones empáticas transculturales y transraciales.

Nuestro cerebro tiene mecanismos de adaptación que nos facilitan la vida. Pero cuando la sociedad cambia, esos rasgos ancestrales pueden ser una carga. El cerebro consciente tiene capacidad para corregirlos. Para ello en primer lugar hay que reconocer que hemos realizado un juicio basado en criterios oscuros, probablemente no funcionales. A partir de ahí hay que hacer un esfuerzo para situar el juicio en la esfera de la razón.

Compartir el artículo

stats