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Memorias 1 | MARÍA DOLORES FERNÁNDEZ VEGA | Exprofesora del colegio de las Teresianas e hija del hostelero de Casa Tuto

"Estalló el polvorín de los Jesuitas y lloré porque llevaba 10 días sin ver a mis padres"

"En mayo de 1934 mi padre fue a Valencia a comprar mosaicos de Manises para la nueva sidrería de Casa Tuto, pero recién inaugurado el local llegó la Revolución y se incendió el edificio, junto con el de la Universidad"

María Dolores Fernández Vega, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA, ante el Rectorado de la Universidad. rubén ibáñez

Entre Neri y "Felipa". "Mi madre, Neri, nació el 26 de mayo y creo recordar que en el mismo año que mi padre, en 1892. Le pusieron el nombre de Neri por San Felipe Neri, que era el santo del día. En casa de mi madre tenían por costumbre que el día del nacimiento llevaban a la criatura al Juzgado, para inscribirla, y después iban a la Balesquida, para hacerla cofrade. Por el nombre de Neri, mi madre tenía polémicas con Tuto, que cuando se enfadaba la llamaba 'Felipa'. '¡Yo me llamo Neri', replicaba ella, y él volvía a la carga: 'Pero ¿tú has visto a alguien que se llame Loyola en lugar de Ignacio? Pues eso'. Y ella respondía; 'Y tú ¿no has visto a ningún Javier?', por Francisco de Javier. Mi abuelo materno era Manuel Vega, y mi abuela, Dolores Gutiérrez. Los dos eran de Faro, en el concejo de Oviedo, y él tenía una carpintería en la calle del Rosal, y la abuela traía cacharros de barro de Faro para venderlos allí mismo, que es donde nació mi madre".

Sidrería y Revolución de Octubre. "Hacia mayo de 1934 mi padre hizo un cambio y puso una sidrería en la planta baja. Él tenía buen sentido de la hostelería y pensó que Oviedo no daba para tener dos restaurantes a la vez, en el bajo y en el primero. Yo creo que en aquel tiempo también hubo un 'boom' de sidrerías en Oviedo. Así que quedó la sidrería abajo, el restaurante en el primero y nuestra vivienda en el segundo. Mi padre fue a Valencia a comprar mosaico de Manises para las paredes, y estaba recién puesto, e inaugurada la sidrería, cuando estalla la Revolución de Octubre de 1934. Se incendia el edificio de la Universidad y el fuego llegó hasta el edificio de Casa Tuto, que quedó destruido. A continuación, doña Quintina le encargó a mi padre la reconstrucción. 'Mira Tutín, mis hijos están estudiando fuera y yo no puede moverme porque soy mayor, así que encárgate tú y hazla como quieras". Y se encargó mi padre, que se puso de acuerdo con el arquitecto Julio Galán para que hiciera el proyecto".

Un embarazo de regalo. "Mi madre tuvo embarazos muy difíciles. Tuvo un primer hijo, Felipe, que murió con dos añinos de meningitis. Después vino mi hermano, Ángel, que nació en 1918 y murió en 1981, justo el año en el que el colegio de la Teresianas, en el que yo era profesora, subía a su actual emplazamiento en Ules, detrás de Casa Lobato. El embarazo de Angelín lo tuvo mi madre a la vez que María Campo, madre de Sabino Fernández Campo. Eran amigas y María le decía a Neri: 'Vas a tener un niño'. 'Pues yo quería una niña', porque ya tenía un niño. Las dos esperaban por una niña, pero llegó Sabino, y yo siempre dije 'qué suerte tuvo con el chico, con lo listo que es'. Sabino y mi hermano nacieron con una diferencia de días, pero en el mismo año de 1918. Después de tener a Angelín, tuvo más embarazos, pero abortaba o tenía malos partos, con niños que no salían adelante. Y por fin llegué yo, el 18 de julio de 1925. Ella había quedado en estado, aunque don Gaspar Santurio, el ginecólogo, le había dicho: 'No te quedes más en estado'. Y ella le preguntaba: '¿Y qué hago, don Gaspar?'. Pero se quedó en estado y el viernes de Dolores de 1925 fue a ver a su madre y le dice: 'Madre, vengo a felicitarte y te traigo un regalo'. '¿Qué me traes, Nerona?', porque cuando en su familia querían provocar a mi madre la llamaban 'Nerona'. 'Madre, de regalo le traigo una noticia: en julio le traeré una niña y le voy a poner su nombre'. 'Ay tontona, no tuviste más que hombrones hasta ahora y los que no llegaron a término eran también hombres, ¿y vas a tener ahora una niña?'. 'Pues ya lo verá, madre'. 'Dios te oiga, pero va a ser otro chavalón, así que no te emociones, pero que lo logres'. Nací y me pusieron María Dolores. Las Teresianas, cuando llegaron a Oviedo, se instalaron en la calle del Rosal, en una casa de don Jesús Moral, médico, y mi madre, de jovencita, decía: 'Si tengo una niña, la llevaré a las Teresianas'".

Parvulina en Recoletas. "Pero de muy pequeñita fui al colegio de Recoletas, que estaba al lado de casa, en el edifico actual del Rectorado de la Universidad. Allí hay un placa que dice 'Colejio de recoletas', así con 'j' de castellano antiguo. Se ve que en casa debía de estorbar y con 2 o 3 años estaba de parvulina en Recoletas, que era más bien internado para huérfanas del personal de la Universidad y donde se estudiaban cosas de mayores, por ejemplo, corte y confección. A los pequeños también nos atendían, como en una guardería y a ese colegio vino todo Oviedo. Todavía me encuentro con personas que me dicen: 'Te conozco de las Recoletas'. Pero, cuál sería mi estatura y qué poco debía de pesar que me acuerdo de estar sentada, al lado de la señora que daba corte, en aquellas grandes tablas que utilizaban las modistas para contar las piezas".

Un solo día de colegio. "Cuando hice la primera comunión, en 1934, dice mi padre: 'A esta chiquilla hay que mandarla ya a un colegio serio, no a una guardería'. Y entonces mi madre se acordó de las Teresianas. El primero de octubre de ese año me matricularon, y a los pocos días llega la Revolución de Octubre. Mi madre ya tuvo miedo de llevarme al colegio, así que sólo había ido un día. Pero ese día mi padre le dijo: 'Vaya, ahora que ya la matriculaste, ¿la dejas sin colegio?'. Y ella replicó: 'Tuto, que a los estudiantes y a los mineros los veo muy revolucionados y no puedo ir para allá con la chiquilla'. Y, con mucha vista, en vez de llevarme al cole, que estaba en González Besada, mi madre me llevó a casa de su familia, en el Rosal, donde vivía una hermana suya, ya que su madre, Dolores, había fallecido ya. 'Me la llevas a casa Tuto a la una', le dijo a su hermana, pero no fue posible, porque por la parte de la Universidad donde estaba la sección de Química, no nos dejaron pasar. '¿Dónde van ustedes?'. 'Es que esta niña viene del colegio y su casa está en la calle San Francisco', explicó mi tía. 'Pues si no quieren quedar acribilladas a balazos, no pasen'.

El polvorín de los Jesuitas. "Volví a la calle del Rosal con esta tía y las primas, y en Casa Tuto quedaron mis padres, con el cocinero, las camareras, las chavalas de la limpieza y con mi hermano, que entonces tendría 15 años, porque ya usaba pantalones bombachos, que sustituían al pantalón corto. Quedé diez días lejos de mis padres, noche y día, y cuando estalló el polvorín que había en el antiguo edificio de los Jesuitas, en la calle Santa Susana, me puse a llorar y a decir: 'Ay papá, ay mamá, ay hermanín del alma, que no los voy a ver más'. Pero precisamente aquella misma noche apareció un coche de Bomberos en la calle San Francisco y gritaron: '¡Los de casa Tuto, que salgan, que está prendiendo todo!'. Los cogieron por los patios de atrás y mis padres, con el cocinero, la tres chicas que tenían trabajando, y mi hermano, fueron a asilarse a la casa del Rosal

Colegio San Antonio. "Terminó la Revolución, pero en mi casa quedaron con miedo de mandarme a las Teresianas, que les parecía muy lejos. Además, tampoco podían pagar el colegio, porque después de la destrucción de Casa Tuto se quedaron a dos velas. Entonces me llevaron a un colegio que había en el Fontán, el San Antonio, donde me prepararon para el Ingreso de Bachillerato. Allí estuve dos años, pero seguía vinculada a las Teresianas, por afecto. Me examiné del Ingreso y estalla la Guerra Civil, así que se acaba el colegio, porque cerraron. Cuando se liberó Asturias, en 1937, se empezó a reanudar la actividad educativa. Durante la guerra, las Teresianas habían marchado a Luarca, porque tuvieron miedo, y cuando volvieron vinieron a la calle Fruela. Mis padres me mandaron entonces a ese colegio de Fruela, que estaba siguiendo la acera desde San Francisco".

Casa reconstruida. "Durante la guerra, mi padre había mantenido abierta Casa Tuto, porque le daban un copo de suministro para que lo hiciera. Nos arreglamos a vivir todos en el comedor de casa, y también estaba con nosotros doña Quintina y su hija Rosario, viuda, con sus niños. Uno de ellos falleció hace poco, Fernando Valdés Quirós, médico cardiovascular. La casa acababa de ser reconstruida en 1936 y doña Quintina había venido a vivir al tercer piso: 'Tuto, yo me vengo contigo", pero cuando abren el paso del Escamplero, ella prefirió marchar a León, porque tenía miedo. Recuerdo los bombardeos aéreos durante la guerra, y cómo salíamos de casa para ir al sótano de los edificios de enfrente y dormir toda la noche sobre una mesa. Así que, al abrirse el cerco por el Escamplero, doña Quintina le dijo a mi padre: 'Mira Tuto, tengo mucho miedo y soy muy mayor'. '¿Y cómo se va a arreglar?'. Ella tenía casas en la calle Marqués Santa Cruz, pero durante la guerra nadie le pagaba las rentas. El único que lo hacía era mi padre. De aquella eran 900 pesetas y mi padre le dio 3.000 pesetas, 'por si acaso', para que fuera a León. 'Yo tengo que ir a por suministros a León e iré a verla y llevarle las mensualidades', le dijo. Tuto siempre decía: 'Mi madre y doña Quintina', porque a las dos las apreciaba muchísimo".

Simplemente Química. "En colegio de las Teresianas en Fruela hice primero y segundo de Bachillerato, y luego el colegio pasó a la calle Juan Botas, al edificio donde está hoy el Mercadona del Fontán. Más tarde ya subimos a nuestra casa de Besada, y digo 'nuestra casa' porque ese colegio fue mi segunda casa. Terminé el Bachillerato e iba a matricularme en Filosofía y Letras. Tenía buenas notas, entre notables y sobresalientes, pero normalina. La verdad es que quería marchar fuera a estudiar, pero Tuto me contestaba: 'Hija, las hijas están bien con los padres, ¿por qué quieres irte?'. Dos compañeras mías habían marchado a Santiago y me apetecía ir con ellas a estudiar Farmacia. Pero Tuto me decía: 'Aquí hay muchísimas carreras?', y yo le replicaba: 'Aquí hay Química, simplemente Química, y Derecho, y Filosofía y Letras, y acabaste de contar, papá'. 'Pero estás cerca de casa, mujer?'. Fui a matricularme en Letras y viene una chica amiga: '¿No te matriculaste en esto de las 14 asignaturas de Magisterio? Sí mujer, que hacen falta maestros porque murieron muchos por la guerra, y ahora, con esas 14 asignaturas, lo estudias'. Era la última convocatoria de algo que había habido desde la guerra, y con lo que reducían los estudios de tres años a uno. Aquella chica me dijo también: 'Vete y cógete cualquier asignatura'. Y ese septiembre me matriculé en Caligrafía, Economía Doméstica y alguna asignatura más. Luego tardé en terminar esos estudios, pero no tenía prisa, porque Tuto no me dejaba marchar. Cuando ya acabé Magisterio, las Teresianas me enviaban por el verano a las chicas que suspendían en junio, y yo las preparaba para septiembre. Y la verdad es que todas aprobaban".

A rezar rosarios. "Yo seguía trabajando en Casa Tuto. Mi padre reñía con los clientes, porque él era un poco exigente y había sido criado con mucha disciplina, porque aquellas hermanas Doral eran como generales. Tuto decía: 'Todo lo que aprendí fue con ellas, porque vine del pueblo sabiendo leer y escribir solamente'. A los empleados y a los clientes les tenía prohibido cantar, porque, al ser un chigre, como decía la gente, querían cantar, discutir de política o de fútbol. Y le decían a mi padre: '¿Qué quieres, que vengamos a rezar el rosario? Porque, ¿qué vamos a hacer en un chigre'? Y él respondía: 'Esto no es un chigre'. 'Pues un bar'. 'Tampoco es un bar'. 'Bueno, un taberna'. 'Tampoco'. '¿Y qué es, entonces?'. Y remataba él: 'Esto es Casa Tuto, y en casa de Tuto se hace lo que manda Tuto'. Una vez le preguntaron los clientes: '¿Y tú que votarías?'. 'A un gobierno de orden y respeto'. Y con los cánticos les decía: 'Los que cantan muy bien tienen que ir al Campoamor, y los que cantan mal al Campo San Francisco'. Un día llegó una pandilla de clientes de siempre, en la que había abuelos, padres y nietos y se presentaron con rosarios en las manos. Él, que los ve entrar, pregunta: '¿Dónde van ustedes?'. 'Tuto, no nos dejas discutir de fútbol, ni de política, y no nos dejas cantar? Entonces vendremos a rezar el rosario'. Pues eso me ofende más todavía, porque no hay que hacer mofa de la religión. Así que hagan el favor y retiren esos rosarios y siéntense normalmente".

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