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Guía para seguir la primavera en Asturias

La estación entra con innumerables avisos, que no son difíciles de advertir ni de observar: flores, hojas, cantos, rituales de cortejo y migraciones

Guía para seguir la primavera en Asturias

No hay primavera sin flores, sostiene el refranero. Otro dicho popular sentencia que "cuando el cuco llega, ya es primavera". La floración y el retorno desde África del ave parásita, de canto inconfundible y bien conocido en el ámbito rural, son, en efecto, dos indicadores del cambio de estación, de la despedida del invierno, del frío, y de la entrada del período climatológicamente más benigno del año (el significado etimológico de primavera es "el buen tiempo"). Por el calendario, este año la estación comienza mañana, poco antes del mediodía (a las 11.28, hora peninsular española). Sin embargo, los diversos signos biológicos asociados a este trimestre se escalonan desde el final del invierno hasta la misma transición al verano.

A lo largo y ancho del mundo se celebra de muy distintas formas la llegada de la primavera, algunas tan antiguas como la egipcia Sham el Nessim, que reúne a las familias a orillas del Nilo a comer, cantar y danzar, y cuyo origen se sitúa hace 4.500 años, y otras tan simbólicas como el hanami japonés, que consiste en el disfrute estético de la floración de los cerezos locales o sakuras (el término que designa el festejo significa literalmente "ver flores"). Pero no es preciso acudir a ninguna convocatoria para recibir la estación de las flores, las hojas (en el territorio de los bosques caducifolios), los cantos y la reproducción. Sólo hay que seguir las señales.

LA NUEVA ESPAÑA propone hoy una ruta con 11 hitos repartidos por otros tantos lugares de la región, a modo de acercamiento a algunos de los acontecimientos y los procesos biológicos primaverales más destacados y accesibles a todo tipo de observadores.

Preludio. Antes de que finalice el invierno comienzan a resonar en los bosques las llamadas y los "tamborileos" de los pájaros carpinteros, desde el diminuto pico menor, del tamaño de un pinzón, que produce un repiqueteo rápido y agudo, hasta el picamaderos negro, del tamaño de una corneja, que golpea con fuerza la madera, haciendo que el eco de sus rítmicos redobles se escuche en las cuatro esquinas de los valles. Disfrutar de los reclamos y los "tamborileos" requiere un adiestramiento previo, una mínima familiaridad con los sonidos, para reconocerlos; una vez en el campo, en el bosque, se oyen fácilmente y, con suerte, puede sorprenderse, posados o en vuelo, a sus autores, pues en esta época son menos hoscos de lo habitual.

Entrado marzo y en abril se multiplican las señales y los escenarios. En el agua de lagos y humedales se reproducen los sapos comunes, con una competencia feroz entre los machos, por la escasez de hembras y por un sistema de apareamiento que prima el tamaño y la maña, y cantan, día y noche, en ruidosos coros, las ranas comunes. Aún en los humedales, en los de mayor tamaño (embalses y estuarios), es posible contemplar, sobre todo en abril, grandes concentraciones (cientos o miles) de golondrinas comunes y aviones comunes y, entremezclados con ellos, pequeños grupos de aviones zapadores y roqueros, y alguna golondrina dáurica.

Los prados son una explosión de color, con la aparición de las flores de una notable variedad de plantas herbáceas (no obstante, muy menguada por las modernas prácticas agrarias), aunque con dominancias marcadas de unas pocas especies (el sesgo lo marcan la época, el tipo de suelo y el manejo del terreno), como la margarita común, el diente de león y los pitinos ("Rhinantus minor").

Entre tanto, en la costa las colonias de gaviota patiamarilla se agitan con las manifestaciones de cortejo para renovar los "votos" de pareja o para buscarla: gritos y gestos ritualizados, a dúo, muy fáciles de observar.

A lo largo de toda la estación (generalmente con un pico de máxima actividad durante el período de celo) se escucha una verdadera sinfonía de cantos, que cambia sus voces y su melodía con el escenario, la geografía y cada momento de la primavera. Uno de los ambientes más propicios para paladear ese festín sonoro son los bosques de ribera, los que flanquean los cursos fluviales, donde se dan cita cantores tan prominentes como el mirlo común, el petirrojo europeo, la curruca capirotada, el zarcero políglota y la oropéndola europea, cuyo aflautado silbido (característico del hábitat y muy reconocible, aunque no resiste la comparación musical con ninguna de las especies precedentes) ha dado lugar al nombre onomatopéyico de "muchufríu". Esta última es, precisamente, una de las aves migratorias de llegada más tardía, por lo que se incorpora casi al término de la temporada canora.

Siguiendo curso arriba los grandes ríos e internándose en los bosques de montaña y, más concretamente, en los hayedos, la floración explosiva del jacinto estrellado, que cubre el suelo con una alfombra azul brillante, creando un paisaje de ensueño. Este proceso se adelanta en unas semanas a la aparición de las hojas nuevas del haya, una estrategia común entre las hierbas forestales pues, una vez desarrolladas, aquéllas apenas dejarán pasar al suelo un dos por ciento de la luz solar que reciben las copas, dificultando los procesos biológicos de las plantas que viven literalmente a la sombra del árbol.

La estación se hace espectáculo de masas en su ecuador, entre abril y mayo. Masas de turistas, que acuden a observar osos a la cordillera Cantábrica, y de limícolas, que migran hacia el Norte siguiendo el borde costero y se estacionan, durante horas o días, en lugares propicios para descansar y alimentarse. Los parques naturales de Somiedo y Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias concentran, de este lado de la cordillera, el creciente interés por tener el privilegio de ver en su medio natural a los últimos osos ibéricos (la actual población pirenaica, fruto de reintroducciones, es anecdótica), en paralelo a unas condiciones propicias para abordar esa empresa con éxito (por el crecimiento sostenido de la población en las dos últimas décadas). Y en primavera son fáciles de seguir porque se nutren básicamente de gramíneas y otras hierbas, que exigen largos tiempos de alimentación para obtener la energía necesaria (no son herbívoros verdaderos y presentan una baja eficiencia en el aprovechamiento de la materia vegetal, lo cual, a su vez, condiciona una selección de las partes tiernas de las plantas, brotes y yemas, más digeribles pero escasamente nutritivas), de modo que se fijan en los mejores puntos de alimentación (canales en roquedos calizos y calveros de los piornales) hasta que agotan el pasto.

El espectáculo de la migración costera, capitalizado en esta época por las limícolas (en otoño el protagonismo lo asumen las aves marinas, que ahora vuelan más lejos, mar adentro, y se ven mucho menos), tiene sus puntos calientes en la ensenada de Zeluán, en la margen derecha de la ría de Avilés, y, en menor grado, en los estuarios del Eo y Villaviciosa (igualmente, merecen un subrayado los prados que rodean la ensenada de Bañugues, en Gozón, donde se detienen tradicionalmente los bandos de zarapito trinador).

Pasan, igualmente, abundantes aves de este grupo en otoño, pero ahora lucen mucho más, no sólo por un paso más concentrado, en el tiempo y en el espacio, sino, sobre todo, porque las aves (correlimos, agujas, andarríos, chorlitos, chorlitejos) ya viajan "vestidas" para criar, o con muda avanzada, sustituyendo el monótono plumaje invernal, liso, en tonos grises, pardos y blancos, por otro en el que aparecen vivos colores rojos, castaños y anaranjados, de manera que parecen especies distintas según la estación.

También gradualmente, a lo largo de la primavera, van tiñéndose de verde los bosques desnudos con la aparición de las hojas nuevas, más temprana en las especies adaptadas a los ambientes templados, en altitudes bajas, y más retrasada en las áreas de montaña (la secuencia se aprecia bien, por ejemplo, entre las diferentes especies de roble: carbayu, albar, rebollo y orocantábrico).

Y así cambian paisajes, sonidos, personajes. La primavera transforma por completo la naturaleza. Aunque las pautas, los tiempos, incluso los actores están variando, forzados por el cambio climático y también por los cambios socioeconómicos, por la evolución de las prácticas agrarias y ganaderas, que alteran los hábitats, los recursos, las relaciones entre especies, entre flora y fauna, entre el hombre y su entorno. La primavera, como el otoño, tiende a diluirse. Las fronteras con el invierno se han movido y se han difuminado. Aunque todavía se ve, se oye, se huele. Sigue trayendo el buen tiempo, la reactivación tras el letargo invernal, la eclosión de la vida.

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