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ANDRÉS AGUADO | Profesor recién jubilado, impulsor de la Milla Internacional de Infiesto, acaba de ser nombrado hijo adoptivo de Piloña por su promoción de los valores humanos en el concejo, en el que vive desde hace más de tres décadas.

"En Sestao el ambiente estaba enrarecido por los atentados de ETA y decidí cambiar el rumbo"

"Cuando hice la mili nos visitó Neil Armstrong: era un tiarrón más alto que el Rey Juan Carlos I, que también apareció en compañía de Adolfo Suárez"

Su jura de bandera en Alcalá en 1977.

La Milla Internacional de Infiesto, que dejó de celebrarse hace una década, concentró en la calle Covadonga de la villa piloñesa a los mejores atletas del mundo durante 17 ediciones. Su fundador, el vallisoletano Andrés Aguado Núñez, planea retomar el evento tras una década de parón en la que se ha centrado, entre otras cosas, en cuidar a su mujer, fallecida tras hacer frente a una larga enfermedad. Con la jubilación como profesor del colegio de Infiesto recién estrenada, el nuevo hijo adoptivo de Piloña recibe a LA NUEVA ESPAÑA para repasar sus "Memorias", que se publican en esta primera entrega y en otra más en la edición de mañana.

Traspinedo y un encierro. "Nací en Traspinedo, un pueblo de mil habitantes típico de Castilla, cuyas calles discurren en torno a la iglesia de San Martín, donde me bautizaron. Antes había más viñedos que ahora, aunque siempre fue un pueblo agrícola y ganadero. La gente allí es muy trabajadora, pero durante la primera semana de julio para y se vuelca por completo en las fiestas de Santa Isabel durante cinco días. Lo más famoso de la celebración son los encierros, que tienen mucha más duración que los de Pamplona, puedes estar como dos o tres horas corriendo y escondiéndote de los novillos, aunque sólo sueltan dos o tres. En el encierro puede participar quien quiera, también las mujeres. Una vez, cuando contaba con 22 años, me cogió uno de 425 kilos de peso, me sacó volando por los aires. Cuando me levanté por la noche para ir al baño hasta me mareaba".

Labranza. "Mis padres, Saturnino Aguado y Esperanza Núñez, eran los dos naturales de Traspinedo y se dedicaban a la agricultura. Cuando hacía falta, mi madre hacía peonadas y salía al campo a recoger y pelar achicoria. Mi padre trabajaba en La Pilarica, una de las dos fábricas de achicoria que había en el pueblo. Allí se tostaba la planta, que iba a parar a Cuéllar y se convertía en café. Yo iba a visitar a mi progenitor a la hora del bocadillo porque me gustaba charlar con las mujeres que limpiaban en la fábrica. Me decían que tenía unos ricinos muy guapos. Mis hermanos y yo acompañábamos a mi padre cuando iba a recoger remolacha a un campo cercano. Nos subíamos en un carro con mulos de madrugada y pasábamos mucho frío. Eso es lo que tiene Castilla. En verano estás a cuarenta grados y en invierno a menos dieciséis".

Cigüeña. "Mis padres siempre nos trataron con muchísimo cariño a mis hermanos y a mí, que soy el segundo de los cuatro. El mayor es Luis, con el que me saco cuatro años, después está Antonio y por último Chari, que mi madre tuvo a los 45 años, lo que era un poco locura para la época, pero ella siempre quiso ir a por la niña. Cuando nació Antonio nos tuvimos que mudar porque la casa, que era de mi abuelo Mariano, la heredó mi tío Gregorio, que se casaba y necesitaba espacio para empezar su nueva vida. Mi padre construyó con mucho esfuerzo una nueva en Traspinedo, que tenía una planta y un desván. Allí nació mi hermana y fue entonces cuando reparé en que la cigüeña no existía. Mi padre quería mantener el misterio y decía que el ave había entrado por la ventana a dejar a nuestra hermana, pero cuando vi al practicante ya no me lo creí. La casa la calentábamos con leña, mediante el sistema de la "gloria", que permitía a través de conductos en el suelo repartir el calor por dos habitaciones y el comedor".

Enciclopedia. "Cursé estudios primarios en el colegio público para chicos de Traspinedo. Cuando me mandaban a algún recado al edificio de las chicas me ponía colorado. Teníamos la Enciclopedia de Álvarez, que se fabricaba en Valladolid pero se estudiaba en toda España. Me gustaban la geografía y la literatura y salir a recibir las lecciones en el exterior. Lo que más me marcó fueron las charlas de ética del profesor don Esteban Fraile, que un par de veces por semana nos hacía pensar sobre lo que estaba bien o mal. Gracias a él descubrí mi vocación de maestro. Siempre fui un buen estudiante y por eso don Esteban convenció a mis padres para que me dejaran seguir estudiando. Mi hermano mayor ya estaba en La Horra (Burgos) en un colegio de frailes y un fin de semana que fuimos de visita me hicieron allí un examen de dos horas en el que quedaron probadas mis capacidades, pero mis progenitores no tenían dinero para pagarme la estancia. Entonces resolvieron mandarme con mis tíos, Julia Aguado y Honorio Oliveros, a Basauri, a cinco kilómetros de Bilbao, en terrenos de Vizcaya, para formarme".

Pescadería. "Tenía 12 años cuando un 11 de abril de 1969 me planté en Basauri para echar una mano en la pescadería de mis tíos y sacarme el Bachillerato por libre. El local era alquilado y estaba en la calle Navarra, hoy conocida como Lehendakari Aguirre, número 21. Anexo teníamos una tienda en la que vendían huevos, pollos y conejos. Íbamos por los caseríos buscando los animales que luego sacrificábamos para la venta. Por las tardes estudiaba un par de horas en una academia. En tres años hice los seis cursos de Bachiller, iba a dos cursos por año y daba asignaturas como Francés y Latín. Los fines de semana iba con mis tíos a La Rioja a comprar champiñones al por mayor en un cuatro latas; echábamos el día por allí y a la noche estábamos de vuelta para empaquetarlos a kilo y venderlos".

El arte de enseñar. "Con 16 años ya tenía sacado el Bachiller y me matriculé en COU en Bilbao porque había buenas comunicaciones con Basauri. Mi profesor don Esteban me había dicho que estudiara Comercio o Magisterio, pero me decanté por lo segundo. Entre 1973 y 1976 hice la carrera en la Escuela de Magisterio de Bilbao, en la especialidad de idiomas modernos, Francés e Inglés. Éramos unos 35 alumnos en clase. Un año después de acabar la carrera aprobé las oposiciones, nos presentamos más de mil quinientos para unas noventa y una plazas en Bilbao. En la primera de las tres pruebas, un examen de cultura general, ya echaron para atrás a más de ochocientos. Uno de los tres temas que me mandaron exponer ante el tribunal, el de métodos modernos de enseñanza de lectura y escritura, no me lo había preparado muy bien, pero le eché rollo. Estaba nervioso, pero me la jugué y salió bien".

Neil Armstrong y el Rey. "Una vez saqué la plaza de Magisterio me tuve que quedar en expectativa de destino para ir a hacer el servicio militar obligatorio. Estuve tres meses en Alcalá de Henares y doce en Ávila, en la Academia de Intendencia, donde hoy se prepara la gente para ser policía nacional. Llegué a cabo primero. Fue una etapa que recuerdo con mucho cariño a pesar de las heladas que tuvimos que soportar en 1978, con menos doce grados. Cuando estábamos de guardia nos traían café con coñac para combatirlas. Recuerdo que un día vino de visita Neil Armstrong, primer humano en pisar la Luna. Era un tiarrón más alto incluso que el Rey Juan Carlos I, que también apareció por allí ese día en compañía del entonces jefe de Gobierno, Adolfo Suárez, y el responsable de Defensa, Manuel Gutiérrez Mellado, que luego se rebeló en el 23-F. Desfilamos ante ellos. Ese día me tocaba guardia y tuve que mandar formar a los soldados varias veces, pero minutos antes de que llegaran las autoridades me relevaron. La mili sirvió para conocer a muchísima gente de otras comunidades y fue donde tuve mi primer contacto serio con el deporte".

Terrorismo. "Al acabar la mili me dieron a elegir entre Sestao o Ermua como destino para trabajar como profesor. Me decanté por la primera opción. Tomé posesión de la plaza el 8 de enero de 1979 y estuve en el colegio nacional Antonio Trueba durante tres años dando clase a niños de 4.º de Primaria. Fue una época convulsa y el ambiente estaba enrarecido como consecuencia de los atentados de ETA, que me hicieron cambiar el rumbo y buscar otro lugar donde vivir porque las calles estaban continuamente cortadas con manifestaciones y volaban cada dos por tres los botes de humo."

Asturias, vía de escape. "Un amigo de Sestao, Guillermo, me enseñó fotos de Asturias y me invitó a visitar la región un fin de semana. Acepté. Recorrí Avilés, Luanco y pase por Infiesto. Quedé enamorado. Al año siguiente con el concurso de traslados mi primera opción fue mi tierra, Castilla, pero no tenía puntos suficientes para quedar. Me dieron provisionalmente Elche, aunque la resolución definitiva fue el colegio de Infiesto, donde me quedé hasta que me jubilé durante este curso lectivo en marcha. Viví de alquiler en el primer portal de la calle Marqués de Vistalegre, luego en Pialla y hasta que me casé permanecí en el hostal Gran Vía".

Un gran amor. "A mi mujer, Susi Martínez, la conocí en el colegio de Infiesto, donde los dos trabajábamos como profesores en 1981. Su madre era de Belonciu y su padre, leonés, ocupó el cargo de alcalde en Piloña un par de años. En los claustros vi que ella tenía mucha personalidad y me gustó. La invité a tomar algo en la cafetería Malecón, que estaba enfrente de lo que hoy es la librería Rima en Infiesto. El destino jugó sus cartas y lo que iba a ser una estancia provisional en Infiesto se alargó más de tres décadas gracias a ella, que me enseñó a ser piloñés. Nos casamos el 23 de abril de 1983 en la iglesia parroquial de Infiesto muy enamorados. Tenemos dos hijos, Juan y Andrés, uno me salió periodista y el otro profesor. Para mí son un orgullo y un gran apoyo ahora que falta mi mujer, que falleció hace un año tras hacer frente a una larga enfermedad. Nunca olvidaré su positividad, que veo reflejada en mi nieta, Teresa".

Maratón. "En la mili comencé a hacer deporte y al acabarla en 1979 decidí correr la media maratón de Bilbao, aunque hice mal tiempo porque entrené sólo una semana. Empecé a participar en pruebas porque en el País Vasco siempre hubo afición y mi mejor marca fue en Bilbao en 1981, con 42 kilómetros en tres horas y veintiún minutos. Cuando llegué a Infiesto seguí entrenando y los paisanos de los pueblos quedaban asustados al verme pasar corriendo en pantalones cortos. Me decían que si les echaba una mano en el campo y bromas por el estilo. Metí el gusanillo de correr a chavales como Hugo Morán y José Junco, que iban a octavo de EGB y los llevé a Avilés para que los fichara la Asociación Atlética Avilesina en octubre de 1982. Esa tarde me dijeron que fichara yo también. A mí me parecía que yo ya estaba mayor, pero hice la licencia, corrí con ellos y sigo siendo socio".

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