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La gran nevadona

Se cumplen 130 años de la ola polar que causó 30 muertos y derribó miles de casas, cuadras y cabañas en Asturias y Cantabria

Túnel de acceso a viviendas en Pajares (1953). Manuel Martín de la Madrid

Cuentan los más veteranos de las dos Asturias, las de Oviedo y las de Santillana, que oyeron a sus abuelos contar relatos extraordinarios sobre un invierno lejano, en el que nevó y nevó y volvió a nevar, tanto y con tanta furia que quedaron borrados los caminos y los prados, las vegas y hasta muchas casas, cuadras y cabañas. Abuelos que repetían cada invierno, cuando más apretaba el frío, frases que aún perviven y que casi todos hemos oído alguna vez a nuestros mayores: "Lo de antes sí que eran nevadas", "ya no nieva como antes" o "para nevadona, la de los tres ochos". El origen de estas frases y de aquellos relatos es la tremenda ola de frío polar que sufrieron Asturias y Cantabria durante los meses de febrero y marzo de 1888, hace ahora justo 130 años. Aquella "nevadona de los tres ochos", también conocida como "la monumental", dejó una treintena de muertos, miles de edificaciones destruidas y decenas de miles de bajas en las cabañas ganaderas. Algunos expertos, como José Miguel Viñas, consultor de la Organización Meteorológica Mundial, consideran aquel episodio "uno de los últimos coletazos de la Pequeña Edad del Hielo".

Cuentan las crónicas que todo comenzó el día de los enamorados, invención muy posterior, por cierto, con lo que parecía que iba a ser una nevada más de aquel crudo invierno. Pero no dejó de trapear hasta el día 20, lo que provocó ya serios problemas en las zonas de montaña. Después llegaron tres días de fuertes heladas y, a continuación otros siete días, con sus noches, de nevada incesante, aún más intensa que la anterior. Más heladas en las siguientes jornadas, y una mejoría del tiempo que generó un intenso deshielo y la crecida de los ríos, agravando la situación, como relata el geógrafo José Manuel Puente en su detallado trabajo "La gran nevada de 1888 en Cantabria y Asturias", publicada en 2006 en la "Revista del Aficionado a la Meteorología" y que puede leerse en la página web divulgameteo.es. Pero hubo más: cuando parecía que todo había pasado, en torno al 15 de marzo, comenzó una nueva nevada, intensísima, que se prolongó durante una interminable semana. Y todo ello acompañado de fuerte ventisca. El resultado de todo ello, la nevadona: la nevada más grande de la que se tienen noticias, con pueblos literalmente sepultados bajo cinco o seis metros de manto nivoso, y la acumulación de toneladas de nieve, que propiciaron "catastróficas avalanchas y grandes desprendimientos" cuando llegó el deshielo.

José Manuel Puente detalla la altura que alcanzó la nieve en diferentes puntos de Asturias: 1,26 metros en Ponga, más de 4 en buena parte de la rampa Pajares (algunas de las bocas de los túneles quedaron tapadas), hasta 3 en Grado, 1,60 en Covadonga, 5 en Tarna y en Sotres, 3,50 junto al lago Enol. Y trincheras de 8 y 9 metros en zonas de Pajares. Lo nunca visto.

Los relatos periodísticos de la época son estremecedores: una avalancha arrasa cuatro casas y mata a 10 vecinos en Pajares, donde fue necesario profundizar hasta ocho metros para rescatar a algunos de los atrapados. En San Ignacio (Ponga) el peso de la nieve sobre la techumbre provoca el hundimiento de una casa: mueren sus cinco moradores. Otra casa es literalmente arrastrada por la nieve en Villar de los Indianos (Cangas del Narcea), provocando la muerte de un niño. En el caserío de Valdesoto (Ponga) fallecen cuatro personas a causa de una avalancha. De nuevo en Pajares, otra avalancha sepulta una casa en la que una mujer daba a luz. Ella sale con vida, pero fallece el bebé. Y aún una tercera avalancha en Pajares, unos días más tarde, sepulta a una madre y a sus tres hijos. Sólo sobreviven ella y uno de los pequeños. Muere un hombre en Santa Eulalia (Tineo) al caerle encima las vigas de una casa por el peso de la nieve... "El caos y el sufrimiento eran indescriptibles, gentes hambrientas, desesperadas, aisladas del mundo durante días, entre montañas de nieve amenazadora", recoge Puente en su trabajo, rememorando las crónicas de un corresponsal de "El Carbayón", J. Laruelo, que pudo llegar a Pajares, donde una avalancha derribó y arrastro un viaducto del ferrocarril, abierto sólo cuatro años atrás. "La avalancha que arrolló el viaducto de Matarredonda, puede calcularse cubicaría unos 20.000 metros de nieve, desprendida de la montaña de la izquierda de la vía, subiendo hacia Busdongo. Sólo así se comprende que haya llenado el barranco hasta la altura del viaducto destruido, y fue la misma que destruyó las casas de Pajares a una distancia en línea recta de 500 metros", señaló el cronista.

"Ya los lobos se acercan a la ciudad. Ayer se vieron algunos en las inmediaciones del cementerio nuevo", publicó "El Carbayón" durante la nevadona. Se refería a Oviedo. "Señores, está nevando a puñados", relataba en otra crónica J. Laruelo. "Y continúa nevando atrozmente, vuelvo a repetir que los más ancianos del país están asustados, pues no recuerdan haber visto jamás una nevada tan espantosa", señalaba en los días siguientes el periodista.

En los pueblos altos de Pola de Lena la nieve cubría por completo las casas y fueron muchas las que se desplomaron bajo su peso. Esta escena se repitió en casi todas las zonas de montaña de Asturias. Sólo en el concejo de Cabrales se derrumbaron 330 edificios y murieron 229 vacas, 3.707 cabras, 5.914 ovejas y 10 caballos, según la relación de daños publicada en el diario católico "El Siglo Futuro" y recogida por Puente.

"Los edificios están cubiertos por la nieve, hasta el extremo de que intentando averiguar el paradero del hermano del capellán de Piñeres hemos tenido que recurrir al medio de llamarle a grandes voces y fuertes silbidos, logrando que él, desde la habitación en que se hallaba, se abriera brecha con un palancón en el tejado, indicándonos así el sitio a donde nos debíamos dirigir", se publicó sobre el rescate de un vecino de Aller.

Más crónicas de la época que desvelan el alcance de la nevadona: "Desde el valle de las Piedras a Pajares es mucha la nieve que hay que quitar de la vía para que por ella puedan circular los trenes. Hay puntos como en la trinchera de Llana del Oso, kilómetro 59, donde la capa de nieve alcanza una altura de 8 a 9 metros de espesor en toda la longitud, y en los túneles llega casi en todos a cubrir las bocas, entrando la nieve dentro de ellos en una extensión de 60 u 80 metros".

La situación era desesperada en algunos pueblos de los Picos de Europa: "En Tielve alcanza la nieve una altura de dos metros sesenta centímetros, nada se sabe de los vecinos de Sotres desde hace 15 días. Poco más o menos pasa con los vecinos de Bulnes, del pueblo no se sabe nada desde hace ocho días", escribió un periodista.

En Sotres, precisamente, los vecinos permanecieron incomunicados durante más de un mes, y varios de ellos, expuestos a perecer a causa del hambre, resolvieron salir del pueblo en caravana hacia Espinama (Cantabria), adonde llegaron tras "esfuerzos sobrehumanos.

En Bulnes, la nevada sorprendió a cuarenta personas en las cuevas apartadas del pueblo, donde el espesor de la nieve alcanzaba los 6 metros. Allí se vieron obligados a permanecer durante más de dos semanas, hasta que pudieron salir, "no sin extraordinarios esfuerzos e inminente peligro de perder la vida, haciendo a la manera de los de Sotres, escaleras por encima del hielo", relató "El Carbayón". Y añadía la publicación ovetense: "Aquellas oscuras, tétricas y pavorosas cuevas, cerradas con nieve, y sin tener otro alimento que las mismas reses y ganados albergados con sus dueños y pastores en dichas cavernas; reses y ganados que los infelices se veían obligados a sacrificar y devorar crudos, pues les era del todo punto imposible hacerse con lumbre".

Hubo llamadas desesperadas de los afectados, como la que publicó el semanario llanisco "El Oriente de Asturias", lanzada desde Carreña de Cabrales: "Aquí todo está sepultado por la nieve, se agotaron completamente los recursos y alimentos para hombres y ganados, que los ganados que no perecieron perecerán en toda su totalidad, que un carro que venía con víveres para este concejo no pudo llegar y viose obligado a retroceder en dirección a Onís, adonde tampoco le fue posible poder llegar. De seguir así la muerte de muchas personas será cierta y el ganado todo perecerá. El hambre aprieta ya en la morada del pobre. ¡Españoles! ¡Asturianos! Si no atendieseis nuestros ruegos cometeríais un crimen ante la razón, la justicia y la historia". Algunos pueblos permanecieron aislados hasta el mes de mayo.

La nevadona afectó también severamente a Cantabria. Un vecino de Reinosa, Saturio Díez Cayón, fallecido hace diez años, llevó al papel los relatos que oyó de sus mayores, incluidos también en su trabajo a modo de prólogo por Puente: "Nieva intensamente, como nunca o como siempre. La noche se ciega. Hay relámpagos y truenos. Las nubes desbordadas, descargan sobre lo viviente toda la nieve del mundo. Millones de copos arropan las desnudeces de la ciudad y borran la cercanía de las cosas". En Reinosa la nieve se elevó hasta los seis metros en algunos puntos de la villa, como señala José Miguel Viñas en un escrito sobre la nevadona que publicó el pasado mes de diciembre. Incluye el meteorólogo un relato que aún se oye entre los reinosanos más ancianos, que a su vez lo escucharon de "los antiguos": "Al entrar en la calle Peñas Arriba se le apagó a uno el cigarro, y, arrodillándose, sobre la nieve, se agachó y lo encendió en un farol del alumbrado público".

Incluso el dramaturgo asturiano Alejandro Casona, nacido en 1903, se hizo eco de aquella histórica nevadona en un diálogo de su obra más conocida, "La Dama del Alba":

-Recuerdo otra vez, un día de invierno. Caía una nevada tan grande que todos los caminos se borraron. Parecía una aldea de enanos, con sus caperuzas blancas en las chimeneas y sus barbas de hielo colgando en los tejados.

-La nevadona. Nunca hubo otra igual.

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