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La Canal, el inicio de lo que pudo ser el fin del estuario

La ría no solo es un espacio humanizado por los porreos; existe una íntima relación entre el estuario y el poblamiento ya desde el Paleolítico, y durante siglos fue una importante vía comercial, mediante la navegación de cabotaje, para la salida de diversos bienes: sal, madera, frutos secos, cal, carbón, sidra... Pero ya a finales del siglo XVIII empezaron a registrarse problemas de colmatación, al tiempo que se iban deteriorando los puntos de atraque y de carga ría adentro. Todo ello acabó desembocando en un proyecto de canalización del estuario elaborado en 1890 por el ingeniero José Lequerica y Aguirre, autor del puerto de Laredo (Cantabria) y de la reforma del complejo portuario de Santander.

El plan preveía canalizar la ría en toda su longitud (7,7 kilómetros), construir una dársena en El Puntal y otra en la cabecera del estuario, en El Salín, y desecar todos los terrenos que quedasen fuera del canal. Por fortuna para la hoy Reserva Natural Parcial, este proyecto -que perseguía reactivar la actividad comercial y económica local- se vio lastrado desde el principio por un rosario de problemas que lo dilataron durante décadas y llevaron a su cancelación definitiva en 1926 y a su archivo en 1930. Solo se ejecutaron los diques de la desembocadura y el puerto de El Puntal.

La Canal ha quedado así como testigo de lo que pudo haber sido el fin de una de las joyas naturales de Asturias, pues la ejecución del proyecto habría destruido las comunidades de vegetación marismeña y habría reducido al mínimo la capacidad de acogida de aves acuáticas, los dos grandes valores del estuario. Tampoco el marisqueo, el aprovechamiento más antiguo de los recursos de la ría, habría sobrevivido a la intervención.

El tramo "urbanizado" de la ría, su salida al mar, presenta una rotura notable, ya antigua, en la margen derecha, que permite la entrada y salida de agua en la ensenada de Misiegu, donde se desarrolla una extensa barra de arena de 53.200 metros cuadrados de superficie, con una longitud máxima de 325 metros y con un espesor de seis o siete metros, que tiende a crecer por la acción de las mareas y del oleaje.

Tanto la bahía arenosa como la propia formación de marismas se relacionan con los procesos de colmatación del estuario, es decir, con su progresivo relleno, debido a que pesa más el depósito de sedimentos que el efecto de la erosión. Es un proceso natural, del que depende la producción de materia orgánica.

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