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Gran Circo Gran

"Les Luthiers", una de las más precisas maquinarias humorístico-musicales jamás construidas, sigue funcionando a la perfección tras la renovación de algunos de sus componentes

Jorge Maronna, con el "Nomeolbídet". MUEL DE DIOS

A quien nos hace reír se lo perdonamos todo. Menos que se muera. O también, pero tardamos algo más. Hay que construir el duelo, dicen los psicólogos. Por un padre, por una hermana, por un reputado obstetra. ¿Cuánto debería durar el duelo de un fan por su difunto ídolo? Aquí la psicología se da mus, o da pastillas, pero no pautas. Se murió Daniel Rabinovich, el ser humano con el que más me he reído, estando ambos vestidos y en plena posesión de nuestras facultades mentales. Él nunca lo supo, pero en la indistinta masa sonora de las risas que le llegaban de la platea, la mía era la que mejor se ajustaba a su chiste. Sucedía en cada recital de "Les Luthiers" al que asistí. Yo era, en efecto, el espectador que estaba esperando, el ideal, la media ponderada. Sé que hay otros fans que, erróneamente, se arrogan ese superpoder. Lo siento por ellos. Daniel nunca lo supo, pero entre él y yo (intermediarios abstenerse) había una conexión que extraía lo mejor de ambos. Y va, y se muere.

¿Cómo superarlo? A los 12 años entregué a "Les Luthiers" mi magro sentido del humor para que especularan con él (y reconozco que siempre me rindieron pingües beneficios). No contaba con que pasara el tiempo y encaneciera las sienes y sienes de veces que los habré visto, madre mía. Y lo que imité sus frases, sus giros, su estilo, cuántos de mis torpes juegos de palabras perpetré empleando su tinta de malabar. Sólo cuando Daniel ofreció al mundo su postrer trabalenguas y Carlos "El Loco" Núñez anunció que dejaba la concha (con perdón) escénica para dedicar su tiempo a afinar caracolas, me di cuenta de que llevaba casi cuatro veces diez años confiándoles la risa, la asignatura más menospreciada (¿menos maspreciada?) de nuestra educación sentimental.

Después de premiar a la Fundación Princesa de Asturias con su presencia en 2017, el otro día volvieron ellos, y yo también volví. Pensaba que iba al Auditorio de Oviedo a oficiar una despedida, pero aquello en realidad fue un reencuentro. Para empezar, no hay recambio que valga para lo que es irremplazable. Así que los "nuevos" luthiers (O'Connor, Turano, Mayer-Wolf) no vienen a cubrir huecos, sino a ocupar puestos estratégicos en el Gran Circo Gran de "Les Luthiers", una de las maquinarias humorístico-musicales más precisas jamás construidas. Para seguir, cuando al fan se le pasa la tontería de hacer comparaciones ("esto Daniel no lo decía así, aquí Núñez arqueaba la otra ceja"), se descubre a sí mismo disfrutando como un imbécil de hazmerreíres que creía conocer al dedillo. Más imbécil aún si el tipo que se carcajea en la butaca de al lado es su hijo (el mío) de 12 años, los mismos que yo tenía cuando les confié a "Les Luthiers" mi magro etc., etc.

Y, como anunciando el final, con esto termino. Por supuesto, sigo sin perdonarles que se mueran o que prefieran disfrutar de su retiro en lugar de divertirme a mí. Estoy en mi derecho, teniendo en cuenta que, aunque ellos no lo sepan, sigo siendo su fan mejor sintonizado, su espectador ideal. La eternidad sólo se deja retratar, como hace Muel, en blanco y negro. Por lo que a mí respecta, saber que siguen coleando los libera de esa trampa asesina que es la memoria y los instala en una suerte de presente continuo, esa misteriosa suspensión del tiempo que nada más consiguen la música y la risa. Llevan una eternidad y les queda otro tanto. Véalos antes de que crezcan.

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