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la digitalización de la vida

Instagram, el espejo deformado en el que se miran los jóvenes

Los expertos alertan de la toxicidad de una red que potencia el narcisismo, la depresión y la insatisfacción de quienes acuden a ella para construir su identidad

Instagram

Instagram es una red “tóxica” para los jóvenes. Así lo reconocen los informes internos de la compañía, según acaba de revelar “The Wall Street Journal”, que ha manejado documentación interna de esta red social adscrita al monopolio digital de Mark Zuckerberg. En alguna de esa documentación se constata, por ejemplo, que el 40 por ciento de las jóvenes que empezaron a sentirse poco atractivas comenzaron a tener esa imagen de sí mismas tras entrar en Instagram. Las fotografías de esos cuerpos y rostros perfectos, buena parte de ellos retocados con filtros digitales, deterioran la autoestima de los adolescentes, cuyos aspecto real difícilmente llega a aproximarse a tales perfecciones.

Tania García Díaz, sexóloga el Servicio de Orientación e Información Sexual del Ayuntamiento de Gijón, se cuida de “no demonizar” las redes sociales, pero sí reconoce que perpetúan “modelos muy estereotipados” y “patrones sexistas” y advierte del impacto que esto puede tener en jóvenes usuarios “en fase de construcción”, dañándoles la autoestima. “El problema es cómo gestionar todo esto”.

Y al hilo de ese apunte, la socióloga Soraya Calvo, profesora de la Universidad de Oviedo, que imparte la asignatura de Tecnología en el máster para el profesorado de Secundaria, incide en que hace falta “una alfabetización mediática de la población”. Pero algo que vaya más allá del mero uso de las herramientas digitales. Digitalizarse no consiste solo en aprender a dar o recibir una clase por la plataforma Teams. “Hace falta una formación política. Concienciar, destripar qué es, qué mecanismos son los que usan estas tecnologías”. Hace falta, subraya Calvo, interiorizar en primer lugar que “las redes sociales no dejan de ser empresas con fines perversos y saber que, si no pagas, es que tú eres el producto”. Calvo habla de ahondar en las “estrategias de manipulación” que esconde el propio diseño de las aplicaciones para que sean adictivas –“Todo está pensado para que te enganches”–, en la publicidad que se esconde en todas las imágenes que difunden los influencers y, en definitiva, adquirir la conciencia de que “Instagram no es lo que tú quieres ver, es lo que Instagram quiere que veas porque gana dinero con que tú lo veas”. Calvo admite que entre los jóvenes o adolescentes hay “indefensión emocional” ante una estrategia tan apabullante. Para construir su identidad, los adolescentes consumen algo que es “un engaño, un fraude”. Calvo se confiesa impactada por lo normalizados que están los filtros, que proyectan la imagen personal hasta un límite que está más allá del puro maquillaje y lo acerca mucho al retoque de cirugía estética. Y ese choque entre el aspecto real y la belleza del bisturí digital, “produce una disonancia brutal”.

Marino Pérez, catedrático de psicología de la personalidad de la Universidad de Oviedo, incide en que “muchas herramientas de las redes sociales están construidas sobre la misma lógica de las máquinas tragaperras, con miras a enganchar al usuario. En particular, Instagram parece que fuera un invento para el narcisismo. En este sentido, son ‘tóxicas’. La gente cree que son herramientas que usamos, pero tanto o más que eso las herramientas nos usan a nosotros”. Pérez opina que el efecto “tóxico” viene “de la comparación con los demás y de la envidia”: “Uno ve lo que han puesto los otros, ni que decir, seleccionado y retocado, y tiene la impresión de que son más felices. Tú también pones cosas seleccionadas y retocadas para que otros las vean y obtener ‘me gustas’. Pero tú estás como estás. A partir de los ‘me gustas’, empieza un camino de perdición. Si no aumentan, malo. Si aumentan para otros, malo. Y tú estás como estás. De esta situación resulta insatisfacción contigo mismo, tu cuerpo, tu autoestima, tu vida, y de ahí ansiedad y depresión. La ansiedad y la depresión te llevan de nuevo a mirar en la red, con el efecto ambivalente de que te alivia y te frustra una vez más”. Y Pérez hace una advertencia: “Esta intoxicación no es cosa solo de los más jóvenes”.

Marino Pérez añade que aparte de los efectos apuntados –envidia, insatisfacción, depresión, narcisismo– “las redes sociales meten a uno en burbujas donde se expone y alimenta de lo mismo con la impresión de que sus gustos y opiniones son las mejores y únicas que merecen consideración”.

También se produce un “empobrecimiento de los valores” pues “reducen la valoración de las cosas a ‘me gusta/no me gusta’. Por otra parte, la vida en las redes sociales va en detrimento de la vida real, cara a cara, de la conversación y el trato con los demás en los contextos sociales naturales”. El catedrático de psicología de la personalidad subraya que “las relaciones en las redes sociales están prefabricadas, mediadas por emoticonos, con un lenguaje simplificado, de modo que no se corresponden con las relaciones reales, espontáneas, imprevisibles, confusas, a veces caóticas, en las que se aprende la interacción social, el manejo de ambigüedades, la empatía y la resolución de conflictos”. En resumen: “La llamada inteligencia emocional se aprende en el trato social”.

Marino Pérez compara las redes con una sustancia adictiva bien conocida, y ahora muy repudiada socialmente, la nicotina. “El hecho de que las tecnologías de las redes sociales hayan sido construidas para generar adicción conductual y sus propietarios reconozcan el daño que producen sin por ello retirarlas o reformarlas, las sitúa en la misma posición del tabaco y sus efectos en la salud. Se hace necesaria una regulación estatal, porque al final van a ser los Estados los que van a pagar los daños con cargo al gasto sanitario, amén del empobrecimiento de la educación de los ciudadanos empezando por los niños. No hacer alguna regulación supone ceder el bienestar y la formación de la ciudadanía a empresas supraestatales cuyo interés no es otro que el lucro, la influencia y el poder, a costa de lo que sea”. En este punto, Marino Pérez hace una advertencia: “Pero aquí va a surgir un problema en las biempensantes democracias occidentales acerca de la libertad individual, como si la libertad fuera algo previo e independiente de la educación y de la propia regulación racional. De nuevo, los chinos no se atascan con estos remilgos y ya han puesto en juego la regulación del uso de las redes sociales. Las propias democracias pueden morir de sí mismas por no asumir la autoridad racional, que diría Erich Fromm”.

Logo de Facebook. Shutterstock

Facebook de nuevo en la picota: incapaz de frenar el odio y los daños que reconoce causar


Facebook acaba de ser pillada en cuatro renuncios de consideración tras la publicación en “The Wall Street Journal” de una serie de exclusivas elaboradas a partir de informes internos de la compañía que desvelan hasta qué punto la gigantesca red social de Mark Zuckerberg es consciente del impacto negativo que está generando o de las distintas varas de medir que aplican con sus usuarios. En primer lugar, y según a documentación de este diario estadounidense, se derrumba el principio proclamado por Zuckerberg de que todos los usuarios están sometidos a las mismas condiciones de vigilancia de los contenidos que publican. WSJ desvela que la compañía tiene un sistema de verificación cruzada denominado “XCheck”, diseñado para controlar la calidad de algunas cuentas de personalidades de la política, la cultura o el periodismo y que les protege, permitiéndoles que abusen de ese estatus “publicando material que incluye acoso e incitación a la violencia que normalmente daría lugar a sanciones”.

Los “Papeles de Facebook” también revelan, según WSJ, que el fracaso registrado por cambio del algoritmo que efectuó en 2018 al objeto de “sanar” la red social para alejar a sus usuarios de contenidos más sensacionalistas y extremos e incentivar su “bienestar” promoviendo interacciones con familiares y amigos. El resultado, según los informes internos a los que ha tenido acceso el periódico estadounidense, es que se ha generado más división y enfado, más toxicidad y reenvío de contenidos sin contrastar. Los empleados, según los informes internos, advirtieron de que la reforma “estaba enojando más a Facebook y a quienes lo usaban”, pero Zuckerberg rechazó hacer los cambios porque consideraba que esto podría llevar a un desplome de las interactuaciones. El fundador de la compañía podría permitir que se redujera el número de usuarios (tiene de sobra, casi un tercio de la población mundial), lo que no podía tolerar es que dejasen de usarlo casi a diario, por los daños que ello supondría al negocio.

Una de la revelaciones de WSJ que más impacto mundial ha causado es la relativa a cómo Facebook conoce a la perfección el efecto “tóxico” que está causando entre los jóvenes una de sus redes sociales más utilizadas, Instagram. Informes internos, constataban que el relato filtrado e idealizado de la realidad que se puede ver en esta red social “empeora la relación con su cuerpo en uno de cada tres adolescentes”, que incrementa los niveles de ansiedad y depresión al punto de que, en marzo del año pasado, según datos internos de la compañía, el 32% de las chicas “dicen que, cuando se sienten mal con su cuerpo, Instagram les hace sentir peor”.

La última revelación, por ahora, afecta a la capacidad de Facebook para limitar la difusión de contenidos de odio o, directamente, para impedir la utilización de su plataforma para actividades ilegales, como el tráfico de personas. Así lo demuestra documentación interna relativa a los usuarios que no son de Estados Unidos; es decir, el 90% de las personas que tienen un perfil en Facebook. El motivo es que la inteligencia artificial que usa esta compañía es incapaz de leer algunos de los idiomas que usan esos usuarios y tampoco tiene bastantes trabajadores capaces de leer esos contenidos locales y, en ocasiones, altamente dañinos. Así, en esta documentación interna se reconoce que cárteles de la droga o de tráfico de personas han reclutado a sus clientes o víctimas directamente a través de la red social de Zuckerberg.

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