La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El avilesino que corrió 25 horas para avisar al rey Leónidas

Diario de carrera del ultrafondista Nicolás de las Heras, séptimo clasificado en el legendario Spartathlon, una prueba demoledora de 246 kilómetros que rememora la hazaña de Filípides

El ultrafondista besando los pies de la estatua del rey Leónidas, en Esparta. N. H.

Cuenta Heródoto que los atenienses, atemorizados por la invasión persa, enviaron a un curtido corredor llamado Filípides a pedir ayuda a Leónidas, rey de Esparta. Era el año 490 antes de nuestra era. Llegó y dijo: “Hombres de Esparta, los atenienses os piden ayuda, y os ruegan que no permanezcáis de brazos cruzados mientras la ciudad más antigua de Grecia es aplastada y sometida por un invasor extranjero; Eretria ya ha sido esclavizada, y Grecia se debilita por la pérdida de una buena ciudad”. El pasado 24 de septiembre, el ultrafondista avilesino Nicolás de las Heras, de 56 años, repitió la misma carrera entre Atenas y Esparta, conocida como el Spartathlon. Cubrió los 246,5 kilómetros en 25 horas, 41 minutos y 33 segundos. Entró entre los 7 primeros corredores masculinos clasificados. Cuando, como manda la tradición, besó los pies de la estatua del legendario rey Leónidas, le invadió la emoción. Pero, ¿cómo habían sido esas casi 26 horas de zancada y lucha contra el frío, la oscuridad y las propias flaquezas de la mente? LA NUEVA ESPAÑA ha reconstruido –gracias al diario de la carrera escrito por De las Heras y a una larga conversación con este atleta, farmacéutico en Grado– el desarrollo pormenorizado de una prueba que puede desfondar a cualquiera. Pero no a él.

“Atenas. Son las 7:00 AM del viernes 24 de septiembre de 2021. Estamos en la parte baja de la Acrópolis, en Atenas. Allí está el Partenón. Nos disponemos a tomar la salida. Seremos unos 300. Es un día despejado, aunque todavía está fresquito. Suena la bocina, empezamos a correr hacia abajo. Estoy avisado de que tengo bastantes kilómetros por delante, de que debo controlar mis ritmos. Hay que seguir el plan. Es lo que yo digo siempre. Tú eres un Fórmula 1, tienes una estrategia de carrera, eres tu propio ingeniero, tu propio mecánico, todo. Es lo fundamental en este deporte: conócete a ti mismo. Tienes que conocer tus virtudes y tus limitaciones”.

Nicolás de las Heras y su amigo y asistente en la carrera Iván Gantes

Al pie del Partenón

“Voy corriendo por debajo de cinco minutos por kilómetro, pero sin pasarme. Claro que puedo ir más rápido. Pero luego esto me puede pasar factura. Veo alejarse poco a poco al pelotón de cabeza. Unos 25 corredores van por delante de mí. En estos primeros kilómetros me están adelantando unos pocos más”.

Accidente en la “Y” griega

“Llego al kilómetro 11, vamos corriendo por una autopista. Esto es como si nos ponen a correr por la autopista ‘Y’. A ver si me atropellan... Por miedo al tráfico desvío mi mirada hacia la derecha para ver cómo se van incorporando los coches y camiones. Hay un guarda regulando el tráfico. Tropiezo y me caigo de forma violenta. Me golpeo con el codo. Con fuerza. Me hago daño en el cuádriceps femoral izquierdo. Tremendo dolor. Se para un corredor y me pregunta si estoy bien. Me levanto. Me cuesta correr, pero enseguida empiezo a dar zancadas. Le digo que sí, que estoy bien. Muchas gracias. Pero pienso: ‘Nico, la has cagado, tantas horas y tantos kilómetros de entrenamiento para que una absurda caída acabe con tu sueño’. Entonces me digo: ‘No te preocupes, ocúpate’. Me pongo a correr. Todo está en su sitio de nuevo. De todas maneras, estoy seguro que más adelante me va molestar en la zancada. Me dolerá”.

Cerca de Megara

“Todo vuelve al ritmo previsto, entre 5:05 y 5:15 minutos por kilómetro. Voy comiendo y bebiendo según lo programado. Me voy acerando al kilómetro 43. Megara. Veo por primera vez a mi amigo Iván Gantes. No me apetece hacer esta carrera sólo. Él va en coche, me acompañará. Hemos programado encontrarnos en alguno de los puntos de control, donde podrá avituallarme. Me viene bien la ayuda de un compañero a nivel psicológico. Cuando esté bajo me animará. Me va orientando cómo va la carrera. Iván es un buen compañero, del equipo de carreras de montaña del grupo de Montaña Ensidesa. Me gustaría saber cómo se las arregló para salir del caos de tráfico de Atenas”.

“Me acaba de alcanzar Pablo Barnes y corremos juntos. Es una tranquilidad correr al lado de un atleta de tanta experiencia. Está en un estado de forma fantástico”.

Kilómetro 43

“¡Hola, Gantes! Lo veo en el punto de control del kilómetro 43. Me pasa geles y carbohidratos. Todo OK, seguimos. Saludo a Juan María Jiménez Llorens y a Giulius, que van cubriendo la asistencia de Iván Penalba López”.

“Sigo con mi plan. La idea es ir tomando 250 ml. de carbohidratos cada hora y un gel o una barrita. Cada media hora, agua. De momento, vamos cumpliendo disciplinadamente”.

Canal de Corinto

“Llego al kilómetro 79. Continúo hacia el canal de Corinto. Tomo la carretera de la costa. Es espectacular, pero hay mucho sube y baja. Hay que ir concentrado para regular los ritmos. Algo pasa al poco. Pablo Barnes no va bien. Hoy no será su día. Tendrá que tirar del plan B si quiere llegar. Decido continuar solo, como corro siempre”.

“Empieza a apretar el calor y en cada punto de control cojo agua. Bebo un poco y me echo el resto encima. Ya no veo a los que me preceden. Voy siguiendo las marcas del camino. Están muy lejos. De repente aparece Marisa Lizak, la récord Woman USA de la carrera de 48 horas, con 391 km. Es una gran referencia para mí. Es indiscutible. Sabe marcar el ritmo durante muchos kilómetros, así que la sigo. Se me va escapando poco a poco, pero la vuelvo a alcanzar cuando se para a rellenar agua”.

Llego a Corinto, el tercio de la carrera. A un par de kilómetros del canal está el avituallamiento del kilómetro 83. Paro un poquito a comer, beber y recargar geles. Llevo poco más de 7 horas de carrera. Veinte minutos mejor que nuestras previsiones. El calor aprieta. Pero todo en orden.

Entro en el punto de control 19. Al salir, un espectador me dice que voy el decimocuarto. Da igual. Toca seguir. Poco a poco. Busco mi soñado ‘Top 10’”.

Rumbo a Nemea

“Salgo de Corinto. Voy en dirección a Nemea. Está a 122 kilómetros de la salida. Me alejo de la costa. El paisaje es bastante feo y aburrido. Pero algo me anima. A los 5 kilómetros adelanto otro corredor. Y ahora veo a mi amigo Fernando Soriano. ¿Qué, Fernando, intentamos ir juntos? Me dice: ‘tira, tira’. Buena suerte, Fernando. Sigo ruta”.

“Empieza un falso llano. Es lo que me toca hasta llegar al kilómetro 100. Después, hay una subida larga hasta el kilómetro 123. Ahí me espera una bolsa de vida y estará Gantes”.

“La subida es muy suave y agradecida. Me animo. Aparece Marisa Lizak, vamos alternando posiciones. En este tramo aparecen un par de corredores más. Pero al llegar a la mitad me vuelvo a quedar solo. Paciencia, zancada, zancada”.

“Llego a Nemea en unas 11 horas y media. Pero saltan las alarmas. Gantes me dice que el coche le falla. Quizá no me pueda acompañar más en lo que queda de carrera. Reacciono bien, bastante bien. Le digo: ‘Si Fernando Soriano va a correr en autosuficiencia, yo lo intento también’. Como no voy a volver a ver a Gante hasta el final de la carrera, empiezo a equiparme. De repente me viene a la cabeza que parezco de una película de Rambo, cuando se carga de armamento. Pásame la térmica, los manguitos, la cinta porta dorsal, el frontal, el de repuesto... Y media docena de geles.... Lo reparto todo por el cinturón. Menos mal que me puse un pantalón con bolsillos. Los llevo llenos como si viniese de robar magdalenas. Iván y yo nos reímos por no llorar, Venga, un abrazo y me piro. Me dicen que voy en el puesto 11º, ¡Vamos!”

Mara y Lisak luchan

“Pasan un par de kilómetros. Adelanto a un corredor que reconozco. Fue el cuarto en 2019. Por fin entro entre los diez primeros. ¡El “Top 10” que venía a lograr! Pero no pasan ni 500 metros y me adelanta como una bala la bicampeona de Spartathlon, la húngara Mara. Al poco también adelanta a Lisak”.

“Cómo luchan Mara y Lisak. Es el kilómetro 130. La húngara tira. La americana intenta enlazar. Miro a mi alrededor. Es una zona de viñedos, corro por una pista ancha de tierra. Es una larga subida. Aparece bajo un puente un puesto de control. Cojo un isotónico. Tiene muchísimo gas y sabor tropical. Me sienta como un tiro. Bueno, a lo mío”.

“Empieza a anochecer. Llego a un alto. Saco por primera vez el móvil. Lo llevaba en modo avión. Me conecto. Llamo a la familia. Los tranquilizo, por si ya estaban al corriente de que Iván no puede seguir acompañándome. Hablo con Maite, mi mujer, y le digo que voy bien. Al menos hasta el kilómetro 159, la base de la montaña, seguro que voy a correr. Les mando un audio a mi grupo de asistencia, Manu, Isaac, Peci... Les digo lo mismo, que empieza la noche. Lógicamente cansado, pero tengo buenas sensaciones. La pierna me duele en las bajadas”.

Tres minutos y medio

“Ya he cubierto 140 kilómetros. Llego al puesto de control número 40. El isotónico tropical le ha jugado una mala pasada a mi estómago. El control está en un bar y veo al fondo un WC. Me voy allá como un tiro. Pierdo exactamente tres minutos y medio. Al salir bebo un par de vasos de Coca-Cola y cojo una botella de agua y continúo. Otra vez solo”.

“Llego al kilómetro 149. ¡Qué alegría! Ahí está Iván Gantes, mi compañero. Me tiene preparado un caldo y me dice que me abrigue. De momento voy bien, Gantes. Me da varias indicaciones de cómo es el puerto que se viene ahora. Como algo y salgo de nuevo. Lo voy a correr todo, aunque sea a paso de tortuga”.

“Me esperaba un puerto más tendido, pero sigo corriendo. A mitad de subida las cuestas se hacen más suaves. Mando un audio a mis amigos del ultrafondo español. Sé que están muy pendientes de la carrera. Un saludo a todos. Estoy cansado, pero voy a seguir corriendo”.

“Llego a la base de la montaña. Solo me quedan 300 metros de desnivel. Miro hacia arriba y me dispongo a caminar, a recordar viejos tiempos, de cuando hacia trail. Hay mucho aire pero el recorrido está totalmente balizado y con luces rojas. Camino con paso firme. Subo bastante cómodo”.

“Llego a la cumbre. Euforia. Levanto los brazos para celebrarlo. Me meto en la carpa del punto de control. Hace mucho viento. Bebo un poco. Me pongo el chubasquero. Comienzo un descenso por recorrido desconocido”.

Voy a sufrir

“Sólo llevo kilómetro y medio pero me doy cuenta de la cruda realidad: voy a sufrir muchísimo. Es una pista ancha y bastante lisa pero muy pendiente. Entre el cansancio de mis piernas y el dolor de mi cuádriceps, bajo más despacio de lo que subo. Qué frustración. Este es el peor momento de la carrera. Toca sufrir mentalmente y mucho. Enseguida noto calor y me quito el chubasquero, me lo ato a la cintura y sigo bajando como puedo. Cuando llegue al llano tengo que intentar recuperar. Hace hora y media que no voy al ritmo que me propuse”.

“Paso un pequeño pueblo donde hay un control y me vuelvo a meter en la carretera. Estoy totalmente solo. Está todo muy oscuro. El frontal lo llevo con el haz de luz a tope para ahuyentar a la soledad que siento. Por la noche, si te pierdes, cien metros te pueden amargar la carrera. Te hunden. Hay que ser fuerte. Viniste a llegar a Esparta, para eso entrenaste. No te vengas abajo. Para eso has entrenado tanto. Para eso has invertido tantas horas de esfuerzo y sacrificio. Esos días en los que, yo qué sé, salías de Avilés a las seis de la mañana y volvías a las siete de la tarde... Días enteros corriendo”.

Nunca más voy a correr

“Vuelvo a coger unos ritmos decentes pero a base de mucho esfuerzo mental. Entro en crisis. Juro y perjuro que hoy no me voy a rendir, pero que no pienso volver a correr una carrera en mi vida. Nunca más. Estoy loco por llegar a Nestani, en el kilómetro 172. Allí me espera otra bolsa vida. Veo el pueblo arriba. Tengo que subir una cuesta. Es casi un kilómetro. ¡Lo que me faltaba!”

“Entro en el control. Voy el undécimo. Llevo 17 horas y 22 minutos corriendo. He ha costado 80 kilómetros mejorar dos puestos. Esto se está poniendo complicado. Veo a Luca Videtic, el esloveno. Competí en Italia con él. Está sentado. Rendido. ¡Voy a ponerme décimo! Pero no. Entra en el control Diana, la corredora letona. Hablo con Gantes y le digo que voy a por Luca, que sale delante, y que me voy a intentar pegarme a Diana. Soy un iluso. Poco a poco la letona se va escapando pasito a pasito, sin hacer ruido”.

Los grandes doblan la rodilla

“Diana es inalcanzable. Me queda pillar a Luca. Lo voy a adelantar en seguida. Tampoco. Parece que ha revivido. Se me escapa. Me vuelvo a quedar solo. Ahora tengo que llegar al kilómetro 195. Allí me espera una subida de quince kilómetros”.

“Empieza hacer frío. Esta zona es muy aburrida. Veo una luz roja que avanza muy despacio. Es Luca. Se ha puesto a caminar. ¡Entro en el ‘Top 10’ de la carrera! Entro en el siguiente control. Voy mucho más animado. Me permito hacer la broma de levantar los brazos cuando pasa la alfombra. Otro caldo y a correr a por el kilómetro 195. Es el último obstáculo para llegar a Esparta”.

“Sigo a ritmos regulares. Me presento en el kilómetro 195. Ya sé una cosa: salvo un accidente o lesión voy a llegar corriendo hasta los pies de Leónidas. Se lo digo a Gantes por primera vez: ¡vamos a llegar!”

“Estoy contento. Al mismo tiempo veo cómo se retira destrozado el actual campeón de la carrera y subcampeón del mundo, Marek. Esta es la dureza del Spartathlon. Hasta los más grandes doblan la rodilla”.

“Hace mucho frío pero sigo con la térmica de manga corta, los manguitos y, encima, la camiseta de tirantes. Llevo los guantes puestos y el chubasquero a la cintura. Salgo con ritmo penitente. Me quedan 15 Kilómetros de subida y ya a partir de ahí todo en bajada hacia Esparta. Sobre el kilómetro 200 adelanto a la corredora húngara que no está pasando un buen momento. Hace bastante frío en esta subida”.

Vuelven las dudas, hace frío

“Corono un puerto y comienzo una bajada. Pienso que ha terminado el desnivel. Ingenuo. La carretera vuelve a picar para arriba otros cinco kilómetros que se me hacen muy largos. La niebla y el frío empiezan a crear de nuevo dudas en mi mente”.

“Alcanzo el kilómetro 210. Me pongo el plumífero. Tomo un caldo, como algo. Gantes me dice que la primera chica, Diana, está con problemas. Tuvo que abrigarse a tope por culpa del frío. Hay 4 grados, pero la sensación térmica es incluso más baja, como de cero grados”.

“Le digo a Gantes que voy bien. Me quito el plumífero y salgo a correr. Pero empiezo a tiritar como un pollo. Sigo corriendo. Me preocupo, sigo tiritando. Paro. Me pongo el chubasquero que llevo en la cintura. Es tan fino que no noto nada. ¿Y si doy la vuelta a coger más ropa? No. Continúo. Por suerte enseguida cojo temperatura, encuentro ritmo y empiezo la bajada. Ya me veo imparable”.

“Van ya 22 horas de carrera. Queda un par de horas para amanecer. Lo estoy deseando. Tengo 14 kilómetros hasta el próximo control. Allí estará Gantes”.

Amanece, felicidades

En el kilómetro 230, amanece. Al pasar un control me gritan: ‘Congratulations, Espartano’. A Filípides o le engañaron o le pusieron una espada en el cuello para que hiciera esto que estoy haciendo yo”.

“Corro cuesta abajo. Brilla el sol, pero está fresco. Es un día perfecto para correr. Ojalá no estuviese tan cansado. Quedan 10 kilómetros para llegar a meta y miro por primera vez hacia atrás por si hay que defender la posición. No veo a nadie”.

“A 4 kilómetros de meta me cruzo con el coche de Iván Penalba a Juan María Jiménez y Giulius. Me animan y felicitan”.

La escolta, la emoción

“Entro en Esparta. Estoy a 2 kilómetros de meta, hay un puesto de control, el último. Voy solo. Voy a disfrutar de mi llegada. Vaya que sí lo voy a disfrutar”.

“¿Qué está pasando? ¡Qué sorpresa! Una moto de policía se me pone detrás de escolta. Y hay 12 o 15 niños en bicicleta. Me van a escoltar hasta la meta. Veo toda mi vida deportiva y personal pasar, me acuerdo de muchas cosas. Rompo a llorar. De agradecimiento a la vida, orgulloso de todo el esfuerzo y sacrificio para rematar esta gran aventura. Llegar a los pies de Leónidas...”

“Recta de meta, un único kilómetro. Ahí está Gantes para grabarme y para celebrarlo juntos. Por los altavoces dicen ‘De las Heras Monforte, España’. Es un sueño”.

“Ya estoy en Esparta. 25 horas y 41 minutos después. Estoy ante el Rey Leónidas, como Filipides hace 2.511 años. Beso los pies de la estatua del rey de los Espartanos. Yo también soy un espartano, uno de aquellos 300. ¿Por qué corro? ¿Por qué corro si no tengo ninguna cualidad especial para correr? Todo ha sido a base de superación. Pero si a mí realmente no me gusta correr... Corro simplemente porque me siento bien. Porque correr te hace sentir enorme, te da una satisfacción que no tendrás nunca sentado en un sillón, viendo la final de la Champions”.

Compartir el artículo

stats