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Martín García Pianista

“Viví la pandemia en Nueva York, en soledad y con plena dedicación al piano”

El pianista Martín garcía.

Martín García García (Gijón, 1996) acaba de lograr un tercer puesto en la XVIII Edición del Concurso Internacional de Piano “Fryderyk Chopin”, en Varsovia, uno de los grandes certámenes a los que puede presentarse un intérprete y para el que fue seleccionado entre más de 80 músicos.

El asturiano, que subió al escenario por primera vez a los 9 años y tiene una larga y exhaustiva formación detrás, está en racha, porque en agosto había salido triunfante en el Concurso de Piano de Cleveland. El año próximo tiene actuaciones en Oviedo y en Gijón.

–Empezó su formación musical en Gijón y ha acabado en Nueva York.

–Empecé a estudiar en Gijón con Natalia Mazoun e Ilya Goldfarb, ambos de Moscú. Fueron mis primeros profesores, desde los 5 hasta los 14 años. Durante la ESO y el Bachillerato iba a Madrid una vez por semana, a dar clase con Galina Eguiazarova, también rusa. A los 16 años me mudé con mi familia a Madrid, todos, mi hermano incluido.

–¿Y una vez en la capital?

–Estudié seis años en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, con Eguiazarova. En 2019 llegó el momento de empezar una carrera autónoma y me mudé a Nueva York.

–¿Cuánto tiempo hace?

–Llevo dos años viviendo en Nueva York, estudiando en la Mannes Music School. Este año he terminado mi máster y aquí acaba esta etapa de formación, aunque en la música nunca se para de estudiar y seguiré pidiendo consejo a mis maestros.

–Llega a Nueva York y estalla la crisis del coronavirus.

–Ha sido una aventura vital, con mi vida dividida entre dos países. Casi nadie llega a Nueva York teniendo un buen lugar donde vivir, menos aún un pianista que necesita tanto tiempo para estudiar y ensayar. Yo empecé alojándome en Staten Island, desde donde tenía que ir a clase a Manhattan.

“El artista es el pilar, pero necesita a su familia muy cerca: mi padre fue minero y luego asesor fiscal, mi madre cuidaba a la familia y mi hermano es mi mánager”

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–¿Cuánto le llevaba el desplazamiento?

–Eso supone dos horas diarias para ir y otras dos horas para volver. Durante la pandemia tuve la suerte de que una señora me acogiera en Manhattan, en una casa donde había un piano y que estaba cerca de una tienda de restauración de pianos muy famosa en Nueva York. Los días pasaban en soledad, con una dedicación completa al piano. No he podido disfrutar apenas de Nueva York.

–¿Todo su aprendizaje fue telemático?

– Aunque las clases eran online sí tuve la oportunidad de encontrarme cara a cara con mi profesor. Estudiaba con él junto a otros dos alumnos, así que, para como estaban las cosas, yo me he encontrado muy bien. He podido tener una dedicación continua y sin estrés, lo que me ha permitido avanzar a pasos agigantados.

–¿Por qué?

–Esa situación ha favorecido una introspección que permite usar la autocrítica de forma espontánea, es como recibir una clase de uno mismo.

–Enlaza un premio tras otro. ¿Es una estrategia planificada?

–Los premios dan visibilidad. Después de recibir el de Cleveland, en Estados Unidos, y el “Chopin”, en Polonia, mi carrera ha dado un giro de 180 grados. Ha sido como de la noche al día. El “Chopin” tiene un cuarto de millón de visualizaciones en Youtube.

–¿En qué sentido giró su vida?

–Después de estos dos premios me están llegando ofertas a nivel internacional, de carrera de concertino. Los premios están bien, pero trabajamos para un público. Yo estaba en la oscuridad, en un tiempo de formación, y los premios me han puesto en el foco. Hay que pasar por ello.

“Es difícil tener madurez para exponerse públicamente con 10 años, yo preferí quedarme atrás para construir mis fundamentos y una base sólida”

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–¿Cómo lo lleva psicológicamente?

–Es complicado tener el grado de madurez que se requiere para estar públicamente expuesto con 10 años, aunque puede ser. Yo preferí quedarme atrás para construir mis fundamentos y una base sólida. En pandemia vinieron dos o tres concursos juntos, luego había que elegir. Artísticamente se planifica a muy largo plazo. El nivel que quieres alcanzar y cómo te quieres dar a conocer es algo que tienes que controlar tú, día a día, y la ilusión de los premios se desvanece en la rutina.

–¿Se siente abrumado cuando afronta concursos de esa categoría?

–Es bastante normal que suceda cuando no se va muy preparado. Yo, no sé por qué, voy muy mentalizado. Para evitar sentirte abrumado tienes que estar preparado. Yo no me presento a una prueba sin saber que estoy suficientemente preparado para afrontar lo que viene detrás, aunque nunca se tiene la seguridad. Yo me siento más emocionado que abrumado.

–Se subía al escenario con 9 años, ¿se siente un niño prodigio?

–Cuando se es muy joven los que lo ven claro son los profesores y los padres. El niño no hace mucho, en verdad, solo absorbe muy rápido. Si tiene actitudes para algo el resultado se aprecia muy rápidamente. Sea como sea, si es un niño prodigio también, tiene que tocar y no hay mejor escuela que un escenario. Al final todo es un balance entre formación y estudio, escenario y familia. Talento hay mucho, lo que cuesta es moldearlo. También les ha costado a los grandes maestros. El niño no es un prodigio por sí solo.

–Ha citado varias veces a su familia.

–Cuando hablo de familia hablo de los padres, los hermanos y de esas personas muy allegadas, muy confiables.

–Pero al piano y en el escenario está solo.

–Hay muchos momentos complicados para los artistas, profesionalmente, pero también a nivel personal y de interrelaciones. Si cojea una pata la mesa se cae. El artista es el pilar, pero necesita a su familia muy cerca. En mi caso, mi hermano es mi mánager, y desde muy pequeño mi carrera ha discurrido muy ligada a mi madre, ella me llevaba a clase y en casa era quien me escuchaba.

“Talento hay mucho, lo que cuesta es moldearlo”

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–¿Proviene de una familia de músicos?

–No es una familia vinculada al mundo de la música. Mi padre fue minero y, luego, asesor fiscal; mi madre se ocupaba de cuidar a la familia.

–Tanta dedicación al piano, ¿tiene tiempo para algo más?

–Los días tienen 24 horas, que se quedan en catorce o dieciséis utilizables y hay que dedicar las máximas posibles, todos los días del año, incluidos domingos y fiestas de guardar. Yo no soy mucho de salir, pero lo hago de vez en cuando o juego una partida a la Play.

–No es mucho...

–Tengo solo un diez o un cinco por ciento del tiempo que tienen el resto de jóvenes de mi edad para desconectar, pero lo hago.

–Es comparable a la disciplina de un deportista.

–Se puede comparar, sí. Los músicos, en general. En el caso de los solistas el sacrificio es aún mayor que el de los deportistas. A nivel mental es muy parecido.

–Dice que tras los premios le han llegado muchas ofertas. ¿Cómo anda su agenda?

–En diez días empiezo un tour por Polonia, luego tengo un concierto con la Filarmónica de Varsovia, después me voy a Dubái. Para 2022 tengo compromisos en Japón y un debut en el Carnegie Hall, en Nueva York.

–No va a tener ocasión de acercarse hasta Asturias.

“No me presento a una prueba sin saber que estoy suficientemente preparado para afrontar lo que viene detrás, aunque nunca se tiene la seguridad”

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–Siempre acabo yendo, cada cinco o seis meses, incluso cuando estaba en Nueva York con la pandemia. El año que viene tengo dos conciertos en Asturias.

–¿Cuándo?

–El primero en Gijón, el 12 de enero en el teatro Jovellanos. El otro, en las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni” en Oviedo, a final de 2022.

–¿Cuál cree que es su marca personal como pianista?

–No sabría decir. Sé que lo que me gustaría es pasar desapercibido, que el público no se fije en mí, porque los artistas, a no ser que seamos compositores –y aun así–, respondemos a algo que está por encima de nosotros.

–¿A qué se refiere?

–Yo no soy más que un instrumento de algo abstracto que es el arte, cosas que no podemos expresar con palabras. Así que cuanto menos se me vea, yo más contento.

–¿Percibe el efecto que causa en su público?

–Puedo sentir al público, sí. En Varsovia era obvio, era un momento muy especial y había algo… No sé, no me gusta hablar de espíritu o de corazón, pero había algo. Fue inolvidable.

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