Entrevista | Sergio C. Fanjul Escritor y periodista asturiano, publica el libro "El padre del fuego"

"La crianza se pinta de algodón, pero tiene mucho esparto"

"No tengo claro que haya que traer niños a este mundo, visto el panorama y el futuro abolido, pero ser padre también puede ser visto como un acto de esperanza, tal vez sí haya futuro, tal vez las nuevas generaciones sean mejor que nosotros"

Sergio C. Fanjul, en el barrio de Lavapiés.

Sergio C. Fanjul, en el barrio de Lavapiés. / LILIANA PELIGRO

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Alumbramiento y despedida. Fuego y cenizas. Sonrisas y lágrimas. El escritor y periodista cultural Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) vivió en poco tiempo la muerte de su madre (Marisa Fanjul, bailarina y coreógrafa, toda una institución de la danza en Asturias) y el nacimiento de su hija Candela. Fruto puro y maduro de esa experiencia es el libro "El padre del fuego" sobre el gran enigma de los hijos.

–Ahora que lo habitual es tener un perro, va usted y tiene una hija.

–Todavía no tengo claro que haya que traer niños a este mundo, visto el panorama y el futuro abolido: ser padre no es incompatible con ser antinatalista, aunque muchos padres se sientan ofendidos por las ideas antinatalistas, porque piensan que les están enmendando la plana. Pero al final, somos humanos y tenemos debilidades, como tener hijos. Por otro lado, ser padre también puede ser visto como un acto de esperanza. Tal vez sí haya futuro, tal vez las nuevas generaciones sean mejor que nosotros. Es lo que me obligo a creer.

–Nace Candela y muere su madre. ¿Cómo se gestiona algo así?

–Se siente uno mucha cosa y muy poca cosa al mismo tiempo. Uno que transmite el fuego de la humanidad de una generación a otra, un mimbre del enorme cesto de la especie humana. Un mero eslabón, pero un eslabón necesario. Insignificante, pero imprescindible. Sentimos que era una injusticia que Marisa no pudiera pasar más tiempo con Candela, solo coincidieron 10 meses en este mundo, con lo que mi madre la quería. Pero al menos pudieron conocerse durante una temporada: eso pensamos en busca de un consuelo que no existe. Le hablamos mucho a Candela de su abuela, y Candela habla de ella como si estuviese viva, porque no sabe que existe la muerte. Ojalá nunca lo supiéramos. Es muy emocionante.

–¿Le dice a su hija frases que le decían sus padres y usted dijo que nunca diría?

–Pues creo que todavía no he tenido tiempo, porque Candela está empezando a hablar y a entender. De hecho, ya lo entiende prácticamente todo, es increíble. Ver aprender a hablar a una niña es la cosa más bonita que hay en el mundo, presenciar cómo la nieve que emborrona el lenguaje se va derritiendo hasta dejar a la vista las montañas que son las palabras. Pero me he dado cuenta de que llaman a esto "los cuidados" porque uno se pasa el día diciendo: "¡cuidado con eso! ¡cuidado con aquello!".

–¿Entiende ahora la expresión "se le cae la baba"?

–Sí, se me cae mucho la baba, pero en mi caso está completamente justificado, porque mi hija es la niña más rica de la faz de la Tierra. Objetivamente hablando.

–Que dice Risto Mejide que cambiar pañales es asqueroso y se negó.

–Cuando estábamos esperando a la niña me preocupaba lo de cambiar los pañales, pero cuando eres padre y tu hija lo necesita sientes un impulso imperioso, telúrico, innegociable, de cambiarle el pañal, como si fuera el tuyo. Y milagrosamente, no te da asco; o no mucho. Invito a Risto a que se implique: seguro que siente esa llamada.

–¿Le cuenta cuentos políticamente correctos?

–Por supuesto, ¿por qué querríamos ser incorrectos? Los que más le gustan, curiosamente, son los de Teo, que son los mismos que leíamos nosotros. Cuando los leo con ella me retrotraen de una forma muy poderosa a mi infancia como, en fin, toda la crianza. Los más divertido de esta serie de Teo, tan vintage, es buscar todos los episodios, que son muchos, por librerías de viejo. Siempre encuentras, como libros de Paco Umbral. Y vaya aventuras que corrió Teo.

–¿Cómo llevó las ojeras y los cólicos?

–Hace una temporada volvió a salir lo del "hombre blandengue" que decía El Fary de los hombres que se ocupaban de la crianza, llevaban el carrito, hacían la compra. No sé si hay algo malo en ser "blandengue", pero, más allá de eso, la crianza es una tarea muy dura, que han ejercido mujeres muy fuertes. Se pinta de algodón, pero también tiene mucho esparto.

–¿Está preparado para que su hija bostece cuando le ponga las pelis favoritas del Sergio niño?

–Fíjate que, cuando ponemos películas, que es en pocas ocasiones todavía, trato de que sean antiguas, porque los dibujos animados de ahora son muy frenéticos. Y le encanta el "Robin Hood" de Walt Disney que me ponía mi madre, robándole a los ricos para dárselo a los pobres. Estas pelis son otra reminiscencia de mi infancia.

–¿Le compra muñecas o pistolas?

–Se me hace anacrónico cuando veo a niños jugando con pistolas, es como de otra época: qué pinta un guaje por ahí empuñando un rifle de plástico. Pero no veo a muchos: hay cosas, sorprendentemente, que van a mejor. Ahora, a cambio, tenemos a todos esos niños pequeños a los que les colocan un móvil delante con pocos meses de vida, para que no molesten. Entiendo que ser padre implica estar atento a tu hija, aunque te apetezca tomar el vermú tranquilo.

–"Papá, ¿existen los Reyes Magos?" ¿Ya tiene respuesta?

–Todavía no me ha llegado, pero no me gusta la tradición de los Reyes Magos. Supongo que tendré que pasar por el aro, más que nada por la presión social y que no me linchen los otros padres. Lo que más me molesta es el argumento de la "ilusión". La ilusión en los niños se cultiva todos los días del año y no se compra prefabricada: es cuestión de dedicarle tiempo e imaginación.

–¿Le canta "Susanita tiene un ratón" y "Había una vez un barquito chiquitito" o es más rompedor?

–Cuando era muy bebé a veces le ponía techno muy oscuro y muy duro, y parece que le gustaba, porque es una música sencilla y percusiva. Como los que le ponen el ruido blanco de un secador. Ahora escucha de todo, jazz, electrónica, pop, pero también los clásicos de la infancia: los cinco lobitos o la del barquito chiquitito. Con Spotify todos tenemos gustos más eclécticos, también las niñas.

–Ahora que es padre, ¿empatiza mejor con el Rey y los disgustos del Emérito?

–Empatizo con la Familia Real en general porque son individuos a los que se les hurtan libertades desde el nacimiento. Soy republicano, pero por compasión.

–¿Las redes sociales están llenas de cocos?

–Sí, y dan mucho la brasa. Hay mucha cobardía, porque casi todo el mundo que insulta y agrede lo hace escondido tras un pseudónimo y una imagen de una rana, de un templario o de Don Pelayo. Supongo que muchas son cuentas falsas financiadas por alguien.

–¿Putin es el lobo feroz?

–En todo caso el oso feroz, como siempre se ha caracterizado a Rusia. Me preocupa la ligereza con la que Putin presume de arsenal atómico, y que se banalice la posibilidad de una guerra nuclear, que supondría el fin del mundo. También es responsabilidad de Occidente no entrar en espirales belicistas ni carreras armamentísticas. A veces la situación me recuerda a los años previos a la Primera Guerra Mundial, cuando todo el mundo se estaba armando hasta los dientes y exhibiendo lemas patrióticos, y los jóvenes se fueron muy contentos al frente hasta quedar encallados en el infierno de las trincheras y el gas mostaza. Una horrenda picadora de carne.

–El Congreso, ¿patio de colegio?

–Es un lugar más violento y malhablado que un patio de colegio. Los diputados son muy proclives a la teatralización, como escribe Xavier Coller: el desacuerdo real es menor que el que se representa. Pero eso les reporta votos, aunque polariza la sociedad y hace un país peor.

–¿Le veremos en la taberna de Pablo Iglesias?

–Ya he estado allí, cae cerca de mi casa de Madrid, en Lavapiés. Deberían mejorar la ambientación, más allá de los pósteres de Rafaella Carrà y Marisol diciendo que son rojas. Eso sí, los precios muy competitivos.

–Cuando Candela sea mayor, la IA dominará el mundo y el cambio climático ni se sabe. ¿Teme por ella?

–Sí. Una de las cosas que más me echaban para atrás antes de ser padre es esa abolición del futuro. Cuando yo era niño, el futuro era un lugar apetecible al que daban ganas de ir. ¡El año 2000! Hoy el futuro no se puede ni imaginar. Por eso estoy más convencido de darle a Candela una infancia feliz: no sabemos lo que habrá después, y no tiene buena pinta.

–Miles de niños asesinados en Gaza, de la edad de Candela.

–Esa masacre es horrorosa, y lo es más cuando eres padre reciente. Nunca me llegó tan fuerte un conflicto lejano como me ha llegado el de Gaza. Lloré mucho en los primeros compases de la matanza imaginando a esos niños y familias, encerrados en una ratonera sin luz y bajo las bombas asesinas. Y mucha gente alrededor me contaba lo mismo. Ahora lo de Gaza parece que ya se ha cronificado, que nos hemos acostumbrados, supongo que es lo que esperaban los israelíes. Hay que seguir presionando, porque los miles de niños muertos no tienen justificación política ni militar. Eso debería ser sagrado.

–¿Ayuso sabe contar cuentos?

–Lo dijo el escritor Servando Rocha en la presentación de "La Noche de los Libros": el único cuento posible en Madrid es un cuento de terror. Se refería a los protocolos de la vergüenza en las residencias de ancianos durante la pandemia o a el terrorífico estado del asunto de la vivienda. Es un infierno habitacional: la ciudad ha dejado de ser un sitio para vivir para convertirse en un producto donde algunos buscan sacar la máxima rentabilidad a costa del sufrimiento de resto. El turismo está muy bien, pero no puede convertirse en una metástasis, que es lo que está ocurriendo. Se persigue con obsesión establecer la imagen exterior de la urbe: grandes eventos, musicales, congresos, Formula I, atraer inversión, generar la Marca Madrid, competir en el ranking mundial de las ciudades globales. Pero se abandona a los vecinos, que muchas veces son expulsados. Lo de la vivienda es un desastre. Hay que actuar ahí, pero los gobernantes madrileños prefieren no hacerlo, en gran medida por motivos ideológicos que no responden a los intereses de la población.

–¿Qué político es la reencarnación de Pinocho?

–Ninguno, porque no les crece la nariz cuando mienten. Eso es un problema. De hecho, como vemos en casos como el de Ayuso o Trump, la mentira descarada y cínica –lo que conocemos como conducta trumpista– no parece tener ningún coste electoral. Se puede decir cualquier burrada y el electorado sigue fiel, como se sigue a un equipo de fútbol. La sociedad está tan atrincherada que cada cual comulga con lo que hacen los suyos, sin asomo de crítica. Esta lealtad contra viento y marea está muy arraigada en la derecha y la ultraderecha. La izquierda, como tanto se ve, es mucho más tendente a disgregarse a la mínima de cambio e iniciar guerras internas. No sé qué es peor.

–Trump, ¿el cuento de nunca acabar?

–Espero que no vuelva a salir, pero también deberíamos preguntarnos por qué demonios tiene otra vez tantas posibilidades, cuáles son las razones del avance del oscurantismo y qué se puede hacer ante ello. La interacción de Trump con los conflictos en marcha, además, puede resultar explosiva.

–¿No querías Koldo, taza y media?

–Lo de Koldo me parece estéticamente un asunto muy chusco, como de una corrupción muy garrula que pensaba que se había superado en otras épocas de la historia reciente.

–Colorín colorado, esta charla casi se ha acabado: ¿Candela le ha llevado a la vida adulta?

–En lo que dura un año nació mi hija, murió mi madre, me hicieron un contrato indefinido y me encontraron un inicio de artrosis entre dos vertebras del cuello. Sí, esto debe de ser la vida adulta.

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