Cómo Jovellanos encontró a Adam Smith y las dos lecciones que aprendió

El ilustrado gijonés, partidario de no multiplicar las leyes sino de disminuirlas, no tanto de hacerlas nuevas como de derogar las antiguas, puede ser el «santo patrón» de los economistas actuales que piden suprimir las regulaciones

A la izquierda, retrato de Adam Smith, de autor desconocido, realizado después  de la muerte del economista escocés. Al la derecha,  Gaspar Melchor de Jovellanos retratado por Antonio Carnicero Mancio.

A la izquierda, retrato de Adam Smith, de autor desconocido, realizado después de la muerte del economista escocés. Al la derecha, Gaspar Melchor de Jovellanos retratado por Antonio Carnicero Mancio.

Juan Velarde Fuertes

Juan Velarde Fuertes

El economista asturiano Juan Velarde Fuertes (Salas, 1927-Madrid, 2023) trabajó hasta el final. Lo último que dejó escrito el premio "Príncipe de Asturias" de Ciencias Sociales y director de los Cursos de la Granda fue un extenso artículo sobre la actualidad de Gaspar Melchor de Jovellanos. Lo tituló "Jovellanos economista" y contempla cómo el escritor, jurista y político se acercó a la economía, entonces una disciplina nueva, vio su importancia y valor para regir la sociedad. Cuenta lo que Jovellanos aprendió de Adam Smith, padre del liberalismo económico (de lo que sale el extracto de estas páginas) y reivindica la modernidad del pensamiento del ilustrado en esta actualidad de cambios acelerados

Lo que más vale del mensaje de Jovellanos nadie duda que procede de Adam Smith. ¿Cómo percibió su importancia? ¿Cómo se dio cuenta de que era un buen punto de apoyo? ¿ Cómo, luego, esto va a permanecer, va a latir continuamente detrás de las investigaciones, de los puntos de vista, de los dictámenes, de Jovellanos? Creo que se trata de una especie de intuición verdaderamente genial que acaba teniendo el gran gijonés y ése es el cuarto motivo de su actualidad.

Smith es un personaje que, en realidad, pasa a convertirse en su "compañero perenne". A Smith, que se lo ilumina [Pablo de] Olavide, que Jovellanos lo va a discutir en su ámbito sevillano, también lo había seguido con pasión su mentor [ Pedro Rodríguez de] Campomanes convertido con rapidez en un smithiano incipiente e inmediato, que sería premiado con el envío por el economista escocés de un ejemplar de "La riqueza de las naciones" dedicado afectuosamente.

De Smith va a aprender Jovellanos dos cosas; las dos que, en el fondo, son el gran mensaje revolucionario que acaba existiendo dentro de "La riqueza de las naciones". La primera de ellas, que es imposible conseguir el desarrollo económico si no se amplía el mercado. Los mercados pequeños no sirven absolutamente para nada dentro de un proyecto de gran impulso a la actividad productiva. El encaje famoso que efectúa Adam Smith, le enseña al señalar que sólo con mercados grandes las series productivas pueden ser grandes y, sólo con series productivas grandes, los lugares dedicados a la fabricación pueden albergar muchos trabajadores; sólo en plantas industriales donde se fabrican por muchas personas grandes cantidades de bienes, puede haber una amplia división del trabajo; sólo cuando existe una gran división del trabajo, sube la productividad; sólo cuando sube la productividad, bajan los costes; sólo cuando bajan los costes, pueden acabar bajando los precios y ser competitiva una economía; sólo cuando bajan los precios y se es competitivo, aumenta en todos, compradores y vendedores, el nivel de gasto, el nivel de compra, el nivel de bienestar material, que se propaga a todos los miembros de esa comunidad, por lo cual, al ser más ricos los ciudadanos, se puede ampliar todavía más el mercado. Así nos encontramos en un círculo virtuoso. Ese mensaje de la necesidad de ampliar más los mercados como motor del desarrollo es algo que aprendió y le entró perfectamente en la cabeza a Jovellanos. Y he aquí que esto ha surgido en España, de modo doble, en la actualidad. Por una parte, para beneficiarnos de esto formamos parte no sólo de la Unión Europea, sino también de la Eurozona. Pero, simultáneamente, al desarrollar cada autonomía una política económica intervencionista diferente, rompemos en el ámbito español en diecisiete, piezas –o diecinueve, con Ceuta y Melilla– ese preciso mercado unido. Olvidamos toda una línea que va de Smith a Jovellanos, y que consagrará definitivamente, en 1928, Allyn Young, y que rematará, en 1935, en un artículo en Weltwirtschaftliches Archiv, Perpiñá Grau, y en su libro famoso "An American Dilemma. The Negro Problem", en 1944, Myrdal.

El segundo mensaje revolucionario smithiano es el que procede del teorema de la mano invisible. Esta segunda gran aportación de "La riqueza de las naciones", se inicia con la frase famosa –que cito en la versión del profesor Carlos Rodríguez Braun– y está en el capítulo 2 del libro 1: "No es la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su propio interés y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas. Por eso, ni intenta promover el interés general, ni sabe en qué medida lo está promoviendo al orientar su actividad de la manera en que intenta así alcanzar un beneficio máximo. El hombre, como completa Smith en el Libro IV de su obra inmortal, "busca sólo su propio beneficio pero, en este caso como en otros, una mano invisible le conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés, frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si, de hecho, intentara fomentarlo. "Nunca he visto –termina Smith– muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo".

Esto era, repito, un planteamiento revolucionario en aquellos momentos. Dejémonos, pues, de buscar proyectos de medidas para alcanzar el bienestar del pueblo. En vez de ello, procuremos eliminar los factores que están impidiendo el que cada uno pueda buscar con libertad, incluso en pugna con otros, su propio provecho. Y eso, como base esencial del fundamento de su economía. Jovellanos nos lo va a manifestar de una manera perfecta. Incluso efectúa una comparación muy elegante con Newton: "Pero, ¿es posible –me decía yo– que no haya un impulso primitivo, que influya generalmente en la acción de todas estas causas y que produzca su movimiento, así como la atracción produce todos los movimientos necesarios en la naturaleza?". Ese principio o impulso primitivo es, señala Jovellanos, "aquella continua lucha de intereses que agita a los hombres entre sí, que establece, naturalmente, un equilibrio que jamás podrán alcanzar las leyes de los hombres". Ese equilibrio y ese desarrollo mediante esa lucha, ese buscar el interés personal para promover el general, es Smith clarísimo, a través del teorema de la mano invisible. Ahí encontramos la segunda gran recepción del pensamiento smithiano en Jovellanos.

Hoy en día, el mensaje es muy oportuno. Recientemente hemos intentado superar ese teorema de Smith, por considerar egoísta y perturbador el perseguir como cuestión prioritaria, el propio interés. Hemos pasado a no creer que así se fomentará el progreso material de la sociedad mucho más eficazmente que si, de hecho, intentara fomentarlo. Sin embargo, nosotros, concretamente el mundo occidental, como mínimo desde el año 1929 y, en general, desde la I Guerra Mundial, habíamos decidido progresar, actuando en bien del pueblo. Este fue el cambio antismithiano, la gran novedad, lo que está detrás de intervencionismos, de corporativismos, de nuevos sistemas, de alternativas a situaciones que se consideraban promotoras de la que se consideraba abominable búsqueda del lucro. Esa acción directa es lo que intenta la Humanidad continuamente, y lo hace a través de utopías, de doctrinas, de situaciones continuamente nuevas -pero, por cierto, históricamente plagadas de precedentes- que se agolpan y que están detrás de los acontecimientos contemporáneos.

Por consiguiente, al volver atrás la vista y al tratar de encontrar las raíces de un cambio antiintervencionista muy necesario, el mundo español observa que tiene que hacerlo caminando por el sendero señalado por Jovellanos. Esa actualidad portentosa de este economista está hoy todos los días en todos los textos, en todos los gobernantes, en todos los regímenes, en todas las situaciones. ¿No es admirable decir que España, desde el año 1959 y hasta ahora, ni en un solo momento ha dejado de caminar en esa dirección? El pensamiento neoclásico, que es el heredero de ese pensamiento smithiano, ha estado detrás de las decisiones fundamentales de la política económica contemporánea nacional. Hay siempre tendencias a saltarse ese mandato, a eliminarlo, a olvidar el planteamiento básico de que tiene que ser el mercado el que ha de actuar de manera fundamental. Como es lógico, todo ese conjunto de situaciones intervencionistas, acumulado desde, al menos, 1914, es el que ahora, de alguna manera, tiene que alterarse fundamentalmente y volver a ese mensaje primitivo que escuchó Jovellanos. En suma, hay que retornar a las situaciones que se alteraron a lo largo de este siglo, y defender el mercado, la libre competencia.

Este cambio fundamental es el que Jovellanos nos va a explicar indirectamente al decir, en el informe hecho por la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País al Real y Supremo Consejo de Castilla sobre la Ley Agraria: "Los celosos ministros que propusieron a Vuestra Alteza sus ideas y planes de reforma en el expediente de ley agraria, han conocido también la influencia de las leyes en la agricultura, pero pudieron equivocarse en la aplicación de este principio. No hay alguno que no exija de Vuestra Alteza nuevas leyes para mejorar la agricultura, sin reflexionar que las causas de su atraso están, por la mayor parte, en las leyes mismas y que, por consiguiente, no se debería tratar de multiplicarlas sino de disminuirlas, no tanto de establecer leyes nuevas como de derogar las antiguas". Es también la solicitud inmediata que se efectúa ante la situación presente. Las reglas que se están pidiendo ahora ansiosamente por los economistas son las de suprimir las reglas, con lo que ha aparecido una especie de santo patrón para argumentar bajo su recuerdo: Jovellanos.

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