Memorias

Francisco Trinidad, escritor e investigador: "Barredos era la pequeña Rusia y yo colaboré dentro de mis posibilidades"

"No pude hacer milicias universitarias porque el brigada Vallejo no me dio el certificado de buena conducta, por rojo"

Francisco Trinidad, en el parque de La Laguna de El Entrego, a orillas del Nalón.

Francisco Trinidad, en el parque de La Laguna de El Entrego, a orillas del Nalón. / David Orihuela

David Orihuela

David Orihuela

A Francisco, Paco, Trinidad, como a su querido Clarín, le nacieron fuera de Asturias, pero es asturiano "por los cuatro costados". Es asturiano de la cuenca del Nalón, de Laviana, de Barredos, aunque nació en Santa Cruz de la Sierra, en Cáceres. Escritor, investigador, historiador, periodista, su vida ha estado siempre ligada a la prensa y a los libros. Los dos últimos que ha publicado son "Onofre, la gran olvidada. Aproximación biográfica a la esposa de Clarín" y "Pablo García. El ejemplo discreto", en el que traza la historia del líder socialista lavianés. En un par de cafeterías de El Entrego, otro punto cardinal en su biografía, Paco Trinidad va desgranando sus memorias.

Un hijo de la emigración

"Soy hijo de la emigración, nací en un pueblo de Cáceres, al lado de Trujillo, que se llama Santa Cruz de la Sierra y vine con 5 años. Por razones que no vienen al caso, mi padre tuvo que emigrar y al llegar a Asturias empezó a trabajar en el Pozo Sotón. Luego vinimos mi madre, mi abuela, mi hermano recién nacido y yo. Recuerdo perfectamente el viaje. Salimos del pueblo a las dos de la madrugada y fuimos en un carro hasta Trujillo, debimos de tardar dos horas en hacer aquellos 15 kilómetros. En Trujillo cogimos el autobús hasta Madrid y allí pasamos el día en la Estación del Norte hasta que salió el tren expreso hasta Soto de Rey, donde nos estaba esperando mi padre con un compañero. Seguimos en tren hasta El Entrego, aún recuerdo a mi padre por medio del pueblo cargando con la maleta, y cogimos el ferrocarril de Langreo hasta Blimea. El cambio era total. Veníamos de un pueblín agrícola y ganadero y llegar aquí era llegar a otro mundo. Fuimos a vivir a San Mamés. Mi padre vivía en la colonia del Sotón, pero cuando llegamos nosotros consiguió una casa en San Mamés, algo muy difícil en aquellos tiempos. Estuvimos allí dos años".

De arriba abajo, Paco Trinidad con 14 años en Barredos; el escritor, a la izquierda, con un amigo en los años setenta; y trabajando en el despacho de su casa en 1992. | LNE |  D. O.

Paco Trinidad con 14 años en Barredos. / LNE

Todo el mundo cabía en Barredos

"Al poco de llegar me incorporé a la escuela, aun en San Mamés. Recuerdo una sensación rara. Un guaje me preguntó de dónde era y le dije que de Santa Cruz, él me dijo que si era de Santa Cruz de Tenerife. Me descolocó completamente porque yo pensaba que mi pueblo era el único Santa Cruz del mundo. En 1958 nos trasladamos a Barredos, a la barriada. Éramos todos nuevos y todos pobres, todos hijos de la mina. Había un montón de gente de mi pueblo, de Santa Cruz de la Sierra, y también de otros sitios. Había mucho contraste. Los andaluces vivían y comían de manera distinta a los extremeños y asturianos. Luego había una cuestión lingüística, la famosa diglosia. Un paisano de Barredos tenía un terreno baldío, un cacho de huerta, y se la cedió a un andaluz. Un día el paisano llegó a casa todo disgustado porque se había encontrado al andaluz que venía de plantar guisantes, "cuando todo el mundo sabe que ahora es tiempo de arbeyos", clamó el de Barredos. A mi madre, nada más llegar, le preguntaron en el lavadero si tenía fíos y ella dijo que no, que hacía buen tiempo. Barredos pasó de 300 a 2.500 habitantes y casi todos éramos de fuera, cada uno con sus costumbres. Aquello era un mundo. Había gallegos, extremeños, asturianos, muchos andaluces, murcianos. Estábamos todos allí y cada uno con su forma de vida".

Un guaje solitario y soñador que descubrió la poesía en Cambados

"Yo era un guaje solitario y soñador. Leía novelas del Oeste de mi padre y me gustaba caminar solo, hacía manualidades. En el 61 pasé un año en Extremadura porque tenía una enfermedad de la piel. Era pelagra, pero el médico de Laviana no lo detectó y me recetó lo que recetaban entonces, un cambio de aires. No volví a Barredos, me fui interno con los salesianos a Cambados (Galicia). Estuve allí cuatro años y muy bien. Tuve oportunidades que no hubiera tenido en Barredos. En Cambados conocí el teatro, incluso representé alguna obra, y encontré la poesía, que fue fundamental para mí. Recuerdo al cura que nos daba Literatura, Joaquín Nieto, que nos leyó ‘Los hijos de Alvargonzález’, de Machado, y me dio un vuelco la cabeza. Para mí la poesía era una cosa de versos que rimaban, con imágenes y esas cosas, y aquello era una narración en la que además los hijos matan al padre y lo arrojan a la Laguna Negra. Cambados me cambió. Allí conocí la música clásica. Los festivos nos despertaban con ‘Las cuatro estaciones’ de Vivaldi y yo ahora se las pongo a mi nieto de 6 años. Allí descubrí la zarzuela, que me fascinó, aún me sé alguna de memoria. Estuve en Cambados de los 12 a los 16 años y fue conocer otro mundo. Después vine a acabar el Bachiller y a hacer el Preu en El Entrego".

Francisco  Trinidad,  en el parque de La Laguna  de El Entrego,  a orillas del Nalón |

el escritor, a la izquierda, con un amigo en los años setenta. / LNE

"Tiempo de silencio"

"Aquellos años en El Entrego fueron años mágicos. Mis padres no eran muy rectos. Mi madre era de ir a misa por compromiso y mi padre ni siquiera eso. Mi padre siempre decía que en misa no se aprendía nada malo. En casa imperaba el silencio de la posguerra. Habían vivido mucho y mal. Mi abuelo materno, Juan Francisco, hizo la mili en África y cuando estalló la guerra llegó al pueblo un batallón de África y detuvo a una serie de hombres, dirigentes del PCE y tal, y los metieron en la iglesia. Vinieron a buscar a mi abuelo porque el capitán de aquel regimiento había hecho la mili con él. Le dijo que si podía hacer algo por él y mi abuelo le pidió que liberase a su primo Santiago. El capitán miró la lista y le dijo que era el primero al que iban a fusilar. Todo eso pesa en las familias. Ese silencio se mantuvo durante décadas, hasta que se pudo hablar. Cuando hacíamos Preu publicamos un periódico, ‘Avanzar’, y tuvo mucho éxito entre alumnos y profesores. Al año siguiente lo cogió otro grupo, entre ellos Luis Ángel Fernández, que luego fue jefe de ‘Internacional’ de LA NUEVA ESPAÑA, y lo llamaron ‘Avance II’. Lógicamente, llegó el brigada Vallejo y lo cerró, y no los metió en la cárcel de milagro –‘Avance’ había sido un periódico socialista fundado por el sindicato minero SOMA en Oviedo durante la II República–. Por eso ahora me molesta mucho ver a los del PP defender la libertad. Defienden la libertad de tomar cañas en Malasaña. Nosotros defendíamos la libertad de pensar y de que no te metiesen en la cárcel".

Un claustro de profesores único

"El Instituto de El Entrego era un crisol de inquietudes y con un profesorado con un nivel tremendo. Estaban Covadonga Serra, Elías García Domínguez, Ramón García de Castro, Cándida Coya Arias, Juan Uría Maqua. Fui muy amigo de Covadonga Serra y de Elías, que eran los profesores de Literatura, y yo ya tenía el cauce de la literatura marcado, pero me influyó mucho Juan Uría. Yo venía de la historia que se impartía en Bachiller, la historia de fechas y batallas, y Juan Uría nos contó la historia de otra manera. Cuando empezó a hablar de los Reyes Católicos me sorprendió muchísimo. Yo había estudiado que tomaron Granada y estas cosas de ‘llora como mujer lo que no supiste defender como hombre’ y llega Uría y nos habla de la Inquisición, de la expulsión de los judíos, de la economía... era otro mundo. Era 1968, debo de ser el único español de la época que en mayo del 68 no estaba en París. La verdad es que no me enteré de las revueltas. Eso sí, aquí había mucha conciencia política y social. Barredos era la pequeña Rusia. Yo colaboré dentro de mis posibilidades. Participé en manifestaciones y huelgas, pero como redactaba bien me encargaban que escribiese los manifiestos y los panfletos".

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trabajando en el despacho de su casa en 1992. / LNE

Historias de la puta mili

"Mi madre tenía obsesión con que yo estudiara. Fui un mal hijo aunque nunca me lo dijo –risas–. Su obsesión era que fuera médico o maestro, supongo que eran los títulos que ella conocía. Fui por Filosofía y Letras y fue otra historia. En el Instituto de El Entrego, con 18 años, empecé a hacer mis pinitos en periodismo y desde entonces. Escribía en un periódico con un seudónimo impenetrable. Viendo la hemeroteca, aquellos textos no estaban tan mal, estaban bien redactados. Aquello me sirvió para seguir, lo mío siempre fue escribir, la literatura, el periodismo. Hice Filosofía y Letras en Oviedo, en la plaza Feijóo. El primer año vivía en una pensión en la Argañosa, compartiendo habitación. Luego, vivía en un piso con mi hermano. Esos años los pasé de manifestación en manifestación, iba a todas. Terminé la carrera en junio del 74 y en julio me fui a la mili, la puta mili. Quería haber hecho milicias universitarias, pero el brigada de la Guardia Civil de Laviana, Teodoro Vallejo Palacios, muy buena gente, no me dio el necesario certificado de buena conducta, probablemente por rojo, así que me tuve que ir a hacer el servicio militar. Cuando acabé la mili y tocaba regresar a casa tomé otro camino y no volví a Asturias".

Madrid y la explosión de libertad

"Cuando acabé la mili no volví a Asturias. Gente que bien me quería, Juan Cueto y Elías García Domínguez, me dijeron que me fuera a Madrid, que si quería escribir, allí estaba el origen de la literatura. Me gustaba escribir, pero también diseñar y maquetar libros. He maquetado muchos más libros de los que he escrito. Pensé lo de ir a Madrid y allí nos fuimos mi novia y yo. Estuvimos siete años y mi novia, Pilar Castaño, tiene la mala suerte de seguir conmigo, tenemos dos hijos y tres nietos. Aquellos años en Madrid fueron muy intentos, mucho politiqueo y mucho Raimon. A salir de un mitin de Raimon en el Contintental nos dieron hostias por todas partes. Fui a muchas manifestaciones pero no corrí mucho delante de los grises porque los grises corrían en la Universidad y yo iba a las manifestaciones del centro. Cuando murió Franco la cosa amainó mucho. Recuerdo que el día que se legalizó el Partido Comunista estábamos en el rastro y empezaron a salir banderas rojas por todas partes. Era un mundo en ebullición. Al morir Franco hubo una explosión de libertad. Llegó la Movida, en la que todo era nuevo y todo era alcanzable, el cielo estaba al alcance de la mano, pero lo vivíamos con una ingenuidad absoluta. Teníamos libertad por primera vez después de la larga noche del franquismo, de los grandes temores. Era amigo de un personaje que probablemente sea la persona más inteligente que he conocido en mi vida, Eduardo Haro Ibars, Eduardito, que era homosexual y siempre tuvo miedo de que le aplicaran la ley de vagos y maleantes. Se cuidaba muy mucho de darle un beso a su novio o tener cualquier gesto de cariño en público. Llegó la movida y aquello fue una eclosión, eso sí, con toda la ingenuidad del mundo. En política esos años fueron un hervidero, todo el mundo estaba afiliado o a punto de afiliarse. Yo tuve mis coqueteos con el Partido Comunista, por aquello de los compañeros de viaje, pero siempre fui del PSOE, aunque nunca fui político ni quise serlo, o no me ofrecieron lo que me gustaba. Es cierto que una vez me llamó Elías García Domínguez para decirme que Pedro de Silva estaba pensando en él como Consejero de Cultura y que si iba, quería que fuese con él para montar el servicio de publicaciones del Principado. Al final, Pedro de Silva nombró Consejero a Rodrigo Artime. Pero volviendo a Madrid, me tocó muy de cerca el asesinato de los abogados de Atocha. Trabajé tres años muy cerca de aquel despacho, en la General Española de Seguros (GES), cerca del palacio de las Cortes. Lo dejé para dedicarme únicamente a escribir y traducir, para vivir el mundo bohemio de las ideas".

"Los ‘Cuardenos del norte’ no fue como esperaba porque era una publicación bimensual y yo comía todos los días"

La llamada de Juan Cueto

"En una de estas, estando en Madrid, me llama Juan Cueto y me dice que va a sacar los ‘Cuadernos del Norte’ y me pide que regrese a Asturias. Yo estaba trabajando en la revista ‘Ozono’ que había montado Manu Leguineche en el 78. Me encargaba de la publicidad. Había aprendido a vender con lo de los seguros y se me daba bien. Juan Cueto me pidió que me encargase de la publicidad de los ‘Cuadernos del Norte’. Acepté pensando que iba a ser mejor de lo que luego fue. No por Juan Cueto, que me trató exquisitamente, sino porque los ‘Cuadernos’ eran una revista bimensual y yo comía todos los días. Y eso que yo tenía la comisión por publicidad y cobraba más que Juan, que cobraba 25.000 pesetas por número. Además de los ‘Cuadernos’ estuve en otros proyectos como ediciones Noega o la revista ‘La hora de Asturias’, que duró seis números. Al final tuve que buscarme un trabajo y acabé en Hunosa".

De peón de exterior al gabinete de comunicación de Hunosa

"Entré en Hunosa porque mi suegro había fallecido en la mina y por aquello de la preferencia a familiares de muertos en accidentes mineros. Las dos categorías más bajas que había en la empresa eran mujer de la limpieza y peón de exterior, así que empecé de peón en los almacenes de El Entrego 1986; pero claro, yo no me venía de peón, qué hacía un filólogo de peón minero. Estudié el organigrama de Hunosa y vi que en todos los centros de trabajo había un graduado social así que empecé a trabajar en agosto y en septiembre ya estaba matriculado en graduado social en Gijón. Ascendí y fui para Oviedo, al gabinete de comunicación de Hunosa, con Luis José de Ávila, con quien aprendí muchísimo; era un auténtico personaje y como compañero de trabajo era insuperable. Pero me dejó colgado. En 2019 en agosto, fui a verle a Oviedo, quedamos en La Goleta. Me duele el recuerdo. Él ya estaba enfermo pero teóricamente había superado el cáncer. Yo estaba terminando un libro sobre la mina y la literatura, en el que recopilaba todas las cosas que había escrito sobre la literatura de la mina. Le dije que me hiciese el prólogo y me dijo que le llevase el libro. Quedamos en vernos en octubre y se murió en septiembre. El libro lo tengo ahí y no me atrevo a tocarlo, me duelo. En 1995 me mandaron en comisión de servicio a Fucomi (Fundación de las Comarcas Mineras), que llevaba un año funcionando y solo había salido una vez en el periódico por una huelga de los chavales. Me pidieron que saliese en el periódico todas las semanas y así lo hice. Ahora no sale porque no hay nadie de comunicación. Ni en Fucomi ni en ningún lado han entendido que los periodistas no son adivinos, que hay que contarles las cosas. Me prejubilé en 2001 y desde entonces me dedico a los libros. Tengo 15 libros publicados, o por ahí, pero lo importante no son los libros que he publicado con mi nombre sino los que he propiciado o coordinado, como todos los de Palacio Valdés, que si no los hago yo, no se habrían hecho".

Armando Palacio Valdés

"El profesor Roca Franquesa me instaba a leer a Palacio Valdés. ‘Usted que es de Laviana tiene que leer a Palacio Valdés’. Pero yo estaba en otro ambiente y tenía entre mis lecturas a los ‘clásicos’ de aquellos años: Lukacs, Goodman, Della Volpe y afines, junto a los estructuralistas (Barthes, Eco...). Palacio Valdés sonaba a rancio, como Menéndez Pelayo. Pero estando en Madrid, por un golpe de la fortuna, leí ‘La aldea perdida’. Aquella carga de nostalgia y añoranza que yo vivía en Madrid encontró su acomodo y ese libro que me abrió las puertas a todo Palacio Valdés, al que hice objeto de estudio y, por qué no decirlo, veneración. En 1983, de acuerdo con el alcalde Arturo Carrio, inicié una serie de actos para recuperar la casa natal de Palacio Valdés en Entralgo (Laviana), entonces en ruinas, y convertirla en un museo o algo similar. Publiqué entonces mi primer libro, ‘Palacio Valdés y Llaviana’. Desde entonces no he parado. Por fin, en 2003 se inauguró la casa natal como Centro de Interpretación y en colaboración con el alcalde, Marcia Barreñada, y la concejala Belén Corte conseguimos que tuviera brillo propio. Organizamos cuatro congresos internacionales, varios ciclos de conferencias, editamos once libros y trajimos a todos los que tenían algo que decir de Palacio Valdés en Asturias y en el mundo. Aquella efusión inicial quedó en un pálido reflejo. Ahora la casa está cerrada y es un dolor. También soy patrono de la Fundación Emilio Barbón y biógrafo de Emilio Barbón. Me ocupo de las publicaciones y del boletín anual de la Fundación, siempre en recuerdo de quien fue buen amigo y referente político y personal. Mi biografía de Emilio Barbón se subtitula ‘El triunfo de la voluntad’ porque fue lo que rigió la vida de Emilio: solo con una voluntad férrea como la suya se pueden superar las dificultades físicas que lo acuciaron desde recién nacido".

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