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Historias heterodoxas

La revolución de Manuel Prieto

El minero anarquista apodado "el Cojo", y que se presume fue formado en La Felguera, lideró la revuelta de Figols, en el Alto Llobregat, en 1932

La revolución de Manuel Prieto

En enero de 1963, una explosión de grisú se llevó a veintiún mineros en el Pozo Santa Eulalia (Llascares), de Langreo; cuatro años más tarde, en el Coto Santo Tomás, propiedad de Hulleras de Turón, hubo otras once víctimas y ya en 1995 -como aún recordamos muchos- la lista de grandes catástrofes de nuestra minería se cerró en el pozo Nicolasa con catorce muertos más

Sin embargo, el mayor desastre dentro de las explotaciones de carbón españolas en la segunda mitad del siglo XX se produjo fuera de Asturias. Fue en la mina Consolación de Figols, en el Alto Llobregat, el 3 de noviembre de 1975, mientras el país estaba en vilo porque Francisco Franco entraba en el quirófano y el Sahara español sufría la amenaza de una marcha marroquí para reclamar el territorio.

Por eso, la noticia del suceso pasó casi desapercibida a pesar de que sus consecuencias fueron terribles: la bola de fuego y los efectos expansivos se notaron a más de un kilómetro de distancia en el interior de la galería dejando 30 muertos y varios trabajadores gravemente heridos. A pesar de que cuatro directivos fueron procesados, las causas de la deflagración no pudieron establecerse del todo y por ello no hubo condenas.

El carbón de Figols es lignito y dejó de extraerse en 1991, por culpa de la misma crisis que afecta desde la década de los 80 a la hulla de la montaña central asturiana: Tiene, como ven, una historia similar a la nuestra, trabajo duro, accidentes, enfermedades crónicas e incluso su propia revolución en los años 30. Y este capítulo es el que hoy les quiero contar porque su principal protagonista fue un minero asturiano. Pero antes vamos a ver los hechos.

Se conoce como "revuelta del Alto Llobregat" o "hechos de Figols" a lo ocurrido tras la convocatoria de una huelga general revolucionaria entre los días 18 y 23 de enero de 1932, a menos de un año de la proclamación de la II República. El movimiento se inició en Berga para extenderse por los pueblos de los alrededores y tuvo su corazón en la mina de Figols, mientras Manresa sirvió de base al ejército que tuvo que intervenir para controlar la situación.

Toda la prensa del momento y los historiadores coinciden en que el alma de la insurrección fue Manuel Prieto, un minero veterano que contaba entonces cuarenta y tres años y al que llamaban "el Cojo" porque había sobrevivido con ese tributo a un derrabe en alguna mina de la cuenca asturiana antes de trasladarse con su familia a las explotaciones de Cataluña. Confieso que ha intentado sin éxito determinar su procedencia exacta, aunque basándome en su militancia anarquista me atrevo a decir que se formó en la zona de La Felguera.

Se ha escrito que Manuel era uno de esos libertarios a la antigua usanza que creía en la bondad humana y rechazaba la violencia gratuita hasta el punto de que durante los ejercicios de tiro insistía ante sus compañeros para que practicasen sobre las piedras respetando a los árboles porque también estos eran seres vivos.

El Alto Llobregat, con minas y con fábricas textiles, era en 1932 un lugar afectado por la crisis económica internacional prolongada desde el famoso crack de la bolsa de Nueva York, donde los obreros malvivían con unos salarios ajustados. Cuando los de los telares solicitaron un aumento, recibieron por respuesta lo contrario: despidos y recortes en las nóminas, por lo que la huelga se hizo inevitable.

En un principio fue solo un paro pacífico, pero los empresarios sacaron a la calle a los somatenes y empezaron a menudear los incidentes. Al mismo tiempo, los mineros también estaban a punto de explotar, cansados de sufrir despidos injustificados y continuos accidentes por la falta de seguridad del interior de los pozos, de manera que al conocer la protesta del textil no dudaron en sumarse a ella, aunque con métodos más expeditivos.

Desde hacía tiempo un grupo de la Federación Anarquista Ibérica y algunos elementos próximos a la III Internacional ya se planteaban una rebelión, con la esperanza de que los trabajadores del resto de España se iban a sumar a la propuesta. Para este fin lograron esconder un pequeño arsenal en Berga. Según algún testimonio fue el descubrimiento de este alijo lo que precipitó los acontecimientos: salieron a las calles y tras hacerse con las armas de los somatenes y de algunos particulares del pueblo tomaron el Ayuntamiento, mientras la Guardia Civil permanecía acuartelada a la espera de órdenes. Pronto el movimiento prendió en toda la comarca y en las minas cercanas se repitió la misma situación al tiempo que se cortaban las comunicaciones de la zona.

No hubo víctimas, robos ni violencia, pero lo que hizo que este movimiento pasase a la historia fue la proclamación del comunismo libertario: durante una semana la vida se organizó sin dinero ni más autoridad que la de los comités revolucionarios que llamaron a la votación de todos los mayores de 16 años para elegir a sus miembros en menos de 48 horas. Manuel Prieto fue la cara visible de la insurrección y siguiendo sus indicaciones la economía funcionó con vales improvisados y las minas se mantuvieron abiertas para tareas de conservación pensando que sus ganancias no iban a tardar en ser gestionadas por los trabajadores.

Cada familia sacaba del economato de acuerdo a sus necesidades; en Suria se llegó a prohibir la venta de bebidas alcohólicas y el juego; en Cardona se dictó una norma para condenar con la muerte a los saqueadores? pero no hubo necesidad de ponerla en práctica.

Como todas las utopías, la de Figols duró muy poco y fue el propio Manuel Prieto quien decidió ponerle fin. La impaciencia por conocer lo que estaba sucediendo fuera de aquel pequeño mundo que los mineros habían blindado le decidió a hacer una escapada hasta Barcelona y lo que vio le hizo perder toda esperanza: en la capital la normalidad era absoluta y aunque se estaba preparando una huelga en solidaridad con su acción, nadie pensaba en convertirla en revolucionaria.

Ya de regreso, hizo saber a sus compañeros cuál era la realidad y la conveniencia de deponer las armas: la reacción fue muy parecida a lo que iba a suceder en Asturias poco tiempo después cuando a Belarmino Tomás le tocó jugar el papel de poner fin a la revolución de 1934. Mientras una mayoría aceptó la situación, los más exaltados se sintieron engañados manifestando su intención de resistir hasta la muerte. Finalmente, como aquí, se aceptó la rendición, con la diferencia de que las tropas del Gobierno no llegaron a enfrentarse a los mineros ni hubo sangre por ningún lado y, en consecuencia, la represión sobre los alzados se limitó a la deportación de sus dirigentes.

Manuel Prieto, decidió asumir su responsabilidad. Cuando ya tenía un pie en la frontera dio media vuelta para entregarse y sumarse a los detenidos en Figols. Junto a los protagonistas de la huelga, también fueron apresados un puñado de destacados militantes de la CNT acusados de estar detrás del asunto, entre ellos algunos tan conocidos como Buenaventura Durruti y los hermanos Ascaso. Entre todos sumaron 108 hombres, que por decisión de las Cortes Constituyentes republicanas fueron embarcados hacía Guinea Española en el trasatlántico "Buenos Aires", un cascarón de chatarra que estaba esperando el desguace en el puerto de Barcelona.

Al amanecer del 10 de febrero el barco se hizo a la mar protegido por un destructor, ante la desilusión de los detenidos que esperaban una reacción obrera que impidiera su marcha; tras hacer escalas en Valencia y Cádiz para recoger a más deportados siguió su ruta hacia Bata en un larguísimo viaje que incluyó protestas, enfermedades, huelgas de hambre e intentos de fuga, pero finalmente el Gobierno decidió alterar su destino y el desembarco se produjo en Villa Cisneros.

Hasta hace poco, se daba por bueno que todos habían bajado allí para esperar la liberación que no llegó hasta agosto; ahora se ha sabido que el Gobernador del Sahara colonial no quiso hacerse cargo de Durruti porque lo consideraba responsable de la muerte de su padre, Fernando González Regueral, exgobernador de Vizcaya, en un atentado ocurrido en mayo de 1923. El caso es que todavía hoy se discute esta autoría, pero el anarquista y un puñado de compañeros, entre los que se encontraba el minero asturiano fueron conducidos hasta Fuerteventura, donde permanecieron cuatro meses y medio.

Manuel Prieto García volvió a presentarse ante la historia el 21 de julio de 1936. Fue de los primeros en incorporarse a la lucha contra el golpe militar y también de los primeros en caer, ya que el grupo de milicianos que había organizado cayó frente a un destacamento emboscado de la Guardia Civil en los alrededores de Pina de Ebro, a unos treinta kilómetros de Zaragoza. Es uno de esos personajes interesantes de la Montaña Central, que aún tiene su biografía por hacer.

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