Cangas del Narcea,

Alejandro ÁLVAREZ

La familia formada por los maestros Balbina Gayo Gutiérrez, de 34 años de edad, y Ceferino Farfante Rodríguez, de 33 años, veraneaba en el pueblo cangués de Besullo aquel verano del 36 junto con sus tres hijas, Berta, Hilda y Noemí. En aquel entonces, Hilda tenía 5 años y aún recuerda la noticia del levantamiento militar contra el régimen republicano.

Su madre ni siquiera estaba metida en ningún partido político. Simplemente era la maestra directora del Colegio Público de Cangas del Narcea. Ése fue su único delito, por el que pagó con su vida. Su marido llevaría el mismo camino unos días después.

Desde aquel suceso han pasado ya setenta años. Con lágrimas en los ojos, más por la emoción que por la tristeza, Hilda regresa a su pueblo natal, esta vez acompañada por la periodista y escritora María Antonia Iglesias, para presentar «Maestros de la República», un libro que pretende dar a conocer el Magisterio español en la II República por medio del testimonio de hijos, nietos, amigos y, sobre todo, antiguos alumnos de diez maestros de diversos puntos de la geografía española que murieron víctimas de la represión de los militares rebeldes.

Hoy más que nunca, Hilda Farfante se ha armado de valor y ha decidido coger el toro por los cuernos: volver a aquel fatídico mes de septiembre de 1936.

«A mi madre la detuvieron a unos kilómetros de la escuela y la mataron de un tiro en la cabeza, junto a otras tres maestras del concejo. Allí, bajo unos árboles, en el alto de Moal, quedaban los cuatro cadáveres de aquellas jóvenes maestras, llenas de ganas de vivir y educar en libertad hasta unos momentos antes de encontrarse con la bestia de la sinrazón de un grupo de hombres que, según decían, quería salvar patrias en nombre de no sabemos qué dios, porque ningún dios, tampoco el que ellos invocaban, por malvado que fuera, podría dar el visto bueno a semejantes tropelías», rememora Hilda.

Asimismo, esta huérfana de la guerra civil cree que nada podía ni puede justificar el tiro en la nuca para ningún ser humano: mientras el cuerpo de Balbina perdía las últimas gotas de sangre, las tres niñas, de 7, 5 y 3 años, aguardaban el regreso de su madre para que les diese las caricias habituales y les contase el cuento a la hora de dormir.

Dos días más tarde sería asesinado su marido. Ceferino Farfante hubiera salvado la vida si hubiese hecho caso de los consejos de su pariente, otro maestro de escuela, también de Besullo: Alejandro Casona, que le había dicho que lo mejor era partir hacia el exilio. Pero Ceferino, que no sabía todavía lo que había sido de su mujer, no podía marcharse. Podía exiliarse y salvar la vida, quedarse a esperar el regreso de su esposa o salir a buscarla. Optó por lo último y se dirigió a Cangas para preguntar por ella. No tardaron en detenerle. Le ataron las manos por detrás y allí, en Bimeda, al otro lado de la Sierra de Pando, donde habían asesinado a su mujer, le mataron por la espalda.