Lo más significativo del pueblo de Tebongo es que son dos.

Al visitante accidental puede parecerle que Tebongo es el pueblo que está en la carretera AS-15, a escasos diez kilómetros de Cangas del Narcea. De hecho, es probable que le parezca un poco sobredimensionado, pues, para la decena de viviendas que se presentan a la vista, hay una serie de servicios de todo punto sorprendentes: farmacia, gasolinera, centro de salud, médico, bares y un recurrente, casi etnográfico ya, radar móvil de la Guardia Civil.

Lo que hay que explicar a ese turista sorprendido es que el pueblo de Tebongo, su origen y el grueso de sus casas se encuentra en la ladera de enfrente. Allí, colgados del monte y usando una pista en la que es imposible cruzarse con otro coche, porque sencillamente no se pasa, se agrupan unas cincuenta edficiaciones que, ahora sí, ya explican la cantidad de servicios de los que dispone el pueblo.

Porque Tebongo, que cuenta con más de 170 vecinos, es uno de los núcleos rurales más importantes del concejo de Cangas, tanto en tamaño como en situación. Hace poco más de un lustro que se arregló la carretera que les unía con Biescas y, por lo tanto, con el alto del Acebo, y poco a poco se han ido convirtiendo en zona de paso de una ruta alternativa hasta el santuario más popular del suroccidente, el de Nuestra Señora del Acebo.

El agrupamiento físico de las viviendas no es lo único en lo que está dividido Tebongo. Hace una década se desató una polémica entre los vecinos y el Arzobispado por culpa de la propiedad de los terrenos del cementerio.

Es el día de hoy que los habitantes de la aldea prefieren pasar de puntillas sobre el tema. No son pocos los que culpan a su cura de haberles llevado a esa situación, pero son otros tantos los que están conformes con lo que sucedió.

Benjamín Salguero, de casa Salguero, prefiere no ahondar en este tema, pero sí en el de la separación de los dos núcleos de población. «Me decía mi abuelo que antes, abajo, donde la carretera, había una fragua, y sería hace unos cien años, cuando vino algo de emigración de Argentina, que se comenzó a edificar allá abajo. La verdad que no sé muy bien a qué fue debido, no sabría decir», cuenta.

Conchita Allande, de casa Bartuelo, apunta una posible explicación: «Hubo gente del pueblo que quiso hacerse una casa, hijos de los que ya la tenían aquí, y abajo era el mejor sitio. Yo creo que fue por eso», argumenta.

Y es que las calles de Tebongo, empinadísimas, son una auténtica pista de patinaje en el crudo y largo invierno. «Antes casi no se podía ni salir de casa en invierno. Ahora es otra cosa, pero también tiene su peligro, claro, por lo empinado y por las grandes heladas que caen», explica Benjamín Salguero.

Apenas si hay ganadería en Tebongo, lo que denota que la mayoría de los hombres fue a trabajar a las minas en la mitad del siglo XX. Eso, y posiblemente también la cercanía a Cangas, parecen explicar la situación de las casas, todavía habitadas pero muy envejecidas y con poca actividad.

Una cosa por la que era muy conocido Tebongo es por sus viñas y sus bodegas, que estaban en Villar. Antaño, la gente bajaba tras acabar la jornada hasta las bodegas y allí compartía comida y vino del de casa. Ahora apenas sí se ven un par de viñas en las laderas de las montañas de la zona; el resto quedó a monte, yermo, por no trabajarse. Aún así, algún vecino, posiblemente aquejado de nostalgia, sigue yendo cada día a su bodega.