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Párroco de la iglesia de San Pedro de Gijón

Adiós al cura Elías de Cadavedo

Un sacerdote con un gran sentido de la estética y del arte

Estoy seguro de que no le gustaría salir en el periódico, ni siquiera con la esquela, este buen cura que buscó siempre el anonimato y la soledad. Pero creo que merece esta necrológica, porque fue una persona buena, humilde y, mientras tuvo salud, trabajador y responsable. Apenas sin familia, este escrito sirve para el recuerdo y agradecimiento por su vida entregada a los demás y por hacer el bien sin meter ruido. Siempre digo que nadie debiera marchar de este mundo sin un puñado de cariño, sin un sentido "gracias por tu vida" de aquellos que le conocimos.

Treinta años estuvo Elías Fernández Rodríguez en Cadavedo, esta parroquia que celebra el último domingo de agosto la fiesta de la Virgen de La Regalina, una de las romerías más populares y de genuino folclore autóctono, llena de sabor y color asturiano, que inició en 1931 el P. Galo, religioso hijo nativo de la villa, en uno de los lugares más guapos y paradisíacos del litoral cantábrico. Cadavedo, pueblo del Occidente, cercano a Luarca, lleno de casonas de emigrantes indianos de Cuba, México, Uruguay, y de hórreos, fue una de las parroquias más apetecidas en los años 60, cuando el último concurso diocesano. Su belleza y el temperamento animoso y religioso de sus vecinos seducían.

Allí fue destinado D. Elías en septiembre de 1974, quizá como reconocimiento a su trabajo minucioso y de estricto cumplidor de las normas. Le acompañaba su madre viuda, una maestra de aquellas del antiguo método, que sabía sacar rendimiento de sus escolares. Había nacido en San Esteban de Pravia el 12 de marzo de 1935. Estudioso, inteligente y disciplinado en el Seminario, de aquellos que se tomaban en serio la santificación por el cumplimiento del reglamento, en lo que se insistía mucho en aquella pedagogía, fue ordenado sacerdote el 7 de abril de 1962. Caborana, como coadjutor, y los colegios de la Hullera Española, como capellán, fue su estreno en la misión pastoral. Tres años más tarde será la parroquia de San José de Gijón su nuevo destino, donde le recuerdan como persona tímida, con dedicación a los jóvenes y muy "buenín" y servicial. Que a uno le recuerden por su bondad es de los mejores elogios que se pueden hacer, sobre todo cuando aquellos grandes párrocos lo llenaban todo. En 1970, fue trasladado a las parroquias parraguesas de Viabaño y Llerandi. Pero fueron Santa María de Cadavedo y Santa María de Ballota las que llenaron la mayor parte de su vida ministerial.

Por su buen criterio pastoral fue arcipreste de la zona de Luarca y miembro del Consejo Presbiteral. Elías tenía un gran sentido de la estética y del arte y cuidó sus templos parroquiales con gusto y con detalle, cultivaba la lectura, se esmeraba en las celebraciones litúrgicas con escrúpulo de los rituales, por su timidez le costaba el trato con la feligresía aunque cuando encontraba confianza era afable y cercano, pero su timidez le arrastraba al aislamiento, al miedo y a la soledad que sin duda le hacía sufrir y le hicieron sufrir interiormente y que acabó afectando a su sicología. Se dio cuenta y solicitó la jubilación antes de los 70 años. La psyché es más complicada de recomponer que cualquier organismo del cuerpo humano. La vida de párroco lleva consigo mucho trato y relación con las personas. Por eso el papa Francisco habla de "iglesia en salida" o de "iglesia hospital". Quizá le hubiese venido mejor otra forma de ejercer el ministerio que pudo solicitar. Jubilado siguió prefiriendo su anonimato y soledad. Hasta que otra enfermedad implacable le empujó a la Casa Sacerdotal. Tenía 83 años, casi todos al servicio de la iglesia con sus virtudes y sus dolencias. Merece un sentido "descanse en paz". En la que fue su parroquia de dolor y gozo quiso descansar y "hallar, dejando los dolores lejos, la noche-luz tras tanta noche oscura?".

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