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Joaquín Pixán

Cariñoso, ocurrente y gran trabajador

En el adiós a Antón Chicote, amante de la canción asturiana, con un inteligente sentido del humor y que supo defender como pocos el vino del occidente asturiano

Aunque siempre causan dolor, algunas despedidas son más duras que otras. A veces, la ausencia del que ya no está a nuestro lado se percibe con más intensidad desde el primer momento. Este es el caso de Antonio Álvarez, Antón Chicote, un entrañable amigo al que voy a echar mucho de menos. Acaba de irse después de una no muy larga enfermedad y deja un gran vacío en todos los que le conocíamos y también en los que le conocían desde la lejanía, a través de los medios de comunicación y por todas las cosas que apoya.

Antón Chicote era –seguirá siendo– una personalidad que, como se suele decir, si no existiese, habría que crearla. Estoy seguro que estas palabras que me dicta el profundo cariño y la admiración que le tengo –y quiero hablar en presente, su memoria nos acompañará el resto de nuestras vidas– las suscribirían la legión de amigos y admiradores de los que él disfrutaba y, sobre todo, de los que disfrutábamos con él. Era siempre ocurrente, cariñoso, profundo trabajador, con un humor inteligente y gran defensor de la canción asturiana y muy especialmente la del occidente asturiano, con personalidad propia, y que reivindico aquí como homenaje a su persona. Chicote conocía y era portador en el tiempo de aquellas formas de cantar, con estilo muy de Cangas, de nuestros referentes mayores. Nos ofrecía unos cantos muy personales, que son en esencia la personalidad y el estilo de la canción de nuestra zona. Aprovecho para invitar a todos los intérpretes de canción del occidente asturiano a que se inspiren en su manera de cantar para rendirle el homenaje que, con toda seguridad, más le hubiera gustado.

Además de la amistad, me unen a él nuestros ancestros familiares en el pueblo de Castro de Limés. Mi abuela Josefa nació allí, Antón Chicote también, en la casa del Chongo, aunque toda la familia se trasladó pronto a otros lugares cercanos, recalando finalmente en la Villa de Cangas, donde instauró una bodega con una marca de vino que bautizo como La Galiana, que toma de la viña que posee en Limés y que es una de las marcas de referencia suyas, reconocida con premios nacionales importantes. Desde esa casa llamada Bar Chicote, que ya regentaba su padre, al que también conocí, impulsó la promoción de los vinos propios y de toda la viticultura del occidente de Asturias, una actividad milenaria en Cangas y concejos aledaños que ha sido trascendental para la economía de la zona y que le debe, y mucho, al trabajo y al esfuerzo de Antón Chicote. Es de justicia reconocer la gran labor de promoción que su fuerte personalidad le dio a la hostelería de Cangas del Narcea. Su bonhomía, su agudeza natural y su sabiduría, –tan características del mundo rural– para otorgar el justo valor a cada cosa, le hicieron una persona a la que todo el mundo escuchaba. Era un hombre de consenso, que mediaba siempre en las disputas y desencuentros que hubiera y creo que Cangas del Narcea hoy está un poco más vacía, triste, porque ha perdido un gran referente, un amigo.

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