Opinión | Epígrafe

El tiempo entre costuras de una tapiega en París

La peripecia vital en la emigración de Aída Tosca María Dolores Pérez Martínez

La única mujer de seis hermanos, Aída Tosca María Dolores Pérez Martínez, nació en Salave (1929) pocos meses después del encallamiento del famoso carguero "Valquenburg". Esto dio lugar a la llegada del naviero avilesino Ángel Álvarez "El Difuntín" para comprar el desguace de dicho barco, hospedándose en Porcía en la Fonda Valentín Martínez, propiedad del tío de la protagonista de esta historia. El tal "Difuntín" era un adinerado empresario, tenor en otro tiempo y loco por la ópera. Tanto así, que a todos sus barcos les puso nombres de grandes títulos operísticos. Pues bien, enamorado de Pucccini, también llegó a apadrinar a la recién nacida con el nombre de Aída Tosca, al que sus padres añadieron María Dolores, en honor a su abuela.

Pronto asistió a la Escuela de Campos, bajo la tutela de la maestra carbayona Eladia Echevarría Lavandera, y, poco después, aprendió costura en el taller de Felisa Rico, ubicado en el puerto de Tapia de Casariego. Años duros de la posguerra, cuando tener unos zapatos nuevos para el baile del "Edén" era todo un lujo. Primero, disponer del dinero correspondiente. Luego, ir en burro o en bicicleta hasta Figueras para cruzar en lancha a Ribadeo, ya por entonces epicentro comercial de la costa occidental. El regreso desde el baile a casa, por supuesto, corriendo por la carretera para llegar a la hora en punto convenida por su padre.

Ennoviada con un langreano de Barros que había laborado en Duro Felguera, y que decidió emigrar a París para trabajar de electricista, muy pronto su novio reclamó la presencia de Aída Tosca. Una tarea imposible por las exigencias sociales de la época. Primero, el hecho de no estar casada todavía, y en segundo lugar, el cumplimiento del Servicio Social (imperativo del franquismo), requisito femenino indispensable para salir al extranjero. Cumplidas dichas exigencias, la primera de ellas a través de una boda por poderes, Tosca "del Naviego" se trasladó a la capital francesa en 1958.

Tras apenas un mes de trabajo en el servicio doméstico, comenzó a relacionarse en la iglesia de Sainte Marie, donde los españoles acudían a misa los sábados por la tarde. Tras la liturgia, los emigrantes trataban de ayudarse, informándose de qué trabajos eran o no los más convenientes. Junto a su marido se instaló en la Rue Batignol 2, en el barrio de Montparnasse, y valiéndose de su formación como modista empezó a trabajar de cortadora en una bonetería que tenía un taller de confección de vestidos ubicada muy cerca de su casa, lo que le permitía ir andando al trabajo. La tarea de Tosca era cortar a raya las piezas de tela (a veces reversibles, gran novedad de la época), compradas por su jefa de origen judío, en el barrio del Sacré Coeur. Una vez que aquella le daba el visto bueno al modelo en cuestión, siempre acorde con la estación del año, se presentaba comercialmente y se confeccionaba el número exacto de pedidos, que eran terminados en las casas particulares de un grupo de modistas.

Las sesiones de trabajo podían ir de ocho a doce horas diarias en función de las necesidades, que a veces incluían sábados y domingos. La comida, a cargo de la propia bonetería, tenía lugar en el mismo taller a las doce en punto del mediodía, muy austera y en media hora rigurosamente cronometrada. Unos fideos con leche condensada, o con unos trozos de naranja, más un vaso de agua, podía ser el menú de un día cualquiera. Algunos domingos, si el trabajo lo permitía, una excursión al bosque de la vecina Fontainebleau o al parísino Mercado de los Piojos para comprar algunas telas con las que confeccionar la ropa familiar. El nacimiento de su primer hijo Roberto en 1961 y a falta de otros recursos, convirtió la bonetería, además, en su propia guardería infantil.

Tras varios años en París, y una vez cobrado el finiquito (del cual Aída Tosca presume que sobrepasaba con creces al obtenido por su marido), y todavía con el recuerdo del Sha de Persia y Soraya desfilando en comitiva oficial por los Campos Elíseos, esta tapiega se trasladó con su esposo a vivir a Fráncfort (Alemania), donde ambos ejercieron idénticas profesiones que en Francia. Desde la ciudad germana, en la que también trabajaron varios años, regresaron a montar un negocio de fotografía a Barcelona, donde Tosca "del Naviego" reside en la actualidad. En su frágil memoria, y ya con 92 años cumplidos, esta tapiega todavía es capaz de cantarme una antigua copla carnavalesca de Tapia: "Vamos muchachos, vamos/ alegres y juerguistas/ que para las conquistas/ se presta el carnaval/. Ahora nadie se casa / aunque haya ocasiones / con ricos solterones / o con algún chaval".

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