Ignoro qué mal aquejará a Fernando Ferrín Calamita, el juez de Murcia que le ha dado la custodia de dos niñas a su padre, porque su madre es homosexual y a él no le gusta eso, para tomarse una baja y quedarse en casita. Puede que se trate tan sólo de un resfriado común y quiera evitarle a los que demandan justicia los efectos de sus estornudos. Unos mocos en la cara, sin embargo, no le sientan peor a algunos ciudadanos que otras cosas de Ferrín Calamita, como esas «expresiones innecesarias o improcedentes, extravagantes o manifiestamente irrespetuosas desde el punto de vista jurídico», que al decir del caducado Consejo General del Poder Judicial, que quiere meterlo ahora en vereda, ha vertido en su sentencia. Lo que demuestra que lo de Ferrín no se arregla con antigripales. Estos exabruptos suyos tienen más relación con la cabeza que con las vías respiratorias; no resulta difícil, pues, aventurar que su mal sea un mal de la testa, y no jaquecas precisamente, y que sea eso lo que lo mantenga estos días en su casa. No es la primera vez que ante casos similares de jueces iluminados sugiere uno la necesidad de que a un aspirante a juez se le examine a fondo su salud mental, pero menos mal que ahora son algunos vocales del Poder Judicial los que entienden que debería verificarse la salud psíquica del magistrado para ver si debe seguir o no en su cargo. Es preciso tener en cuenta que la salud mental tiene mucho que ver con la salud social y es evidente que Ferrín no llegó a tiempo de estudiar educación para la ciudadanía. Ya en 1987, cuando mandó a detener en Cádiz a dos mujeres que mostraban sus pechos en la playa, contó que sus libros de cabecera eran la Biblia y «Camino», la obra singular de San José María Escrivá de Balaguer. La Biblia es un texto muy hermoso, pero de tan amplia interpretación que puede servir para perder la cabeza o para ganarla, según la inteligencia del lector. Y además a Ferrín, dado su talante tan poco misericordioso, le debe gustar más el Antiguo Testamento que el nuevo. «Camino» es un conjunto de textos breves, en el que no faltan las malas greguerías o el chiste malo y en el que aparecen anatemas mayores que los de Ferrín en su sentencia. Pero, como se ve, las lecturas bíblicas sin capacidad de discernimiento, mezcladas con ocurrencias simplonas para criar fundamentalistas, dan como resultado mentes con cierta atrofia. Cada uno es muy dueño de elegir su cultura, hasta coincidir con la de Antonio Cañizares, si se quiere, pero lo peor de un juez habitado por un beato es que no expulse al beato o lo deje en casa cuando se pone la toga. Especímenes como el juez Ferrín explican la necesidad de una educación laica y por qué la rechaza Cañizares.