Como sabe todo el que lea los periódicos con alguna atención, el Rey de España es amigo personal del rey de Marruecos y la Familia Real española suele ser invitada a pasar unos días en ese país durante las fiestas del fin de año cristiano. Parece, por tanto, extraño que dos jefes de Estado que mantienen relaciones de afecto tan estrechas se dejen implicar en una confrontación diplomática como la provocada por la visita de don Juan Carlos y doña Sofía a dos ciudades españolas del norte de África. Una visita por cierto que es la primera que hace un rey español desde que estuvo allí Alfonso XIII en 1927 cuando Marruecos era un territorio colonizado por Francia y por la propia España. Con independencia de que el Rey de España sea un monarca constitucional, con sus poderes limitados por la ley, y que el de Marruecos presida una dictadura con un Parlamento seudo-democrático, resultaría presumible que el uno avisase al otro de lo que iba a pasar e intentasen ponerle remedio. «Mira Mohamed», le diría Juan Carlos, «el Gobierno socialista me ha organizado un viaje a las dos ciudades que vienes reclamando como tuyas y no puedo negarme a ir porque ambas forman parte de España y yo soy su Rey. Además, da la casualidad de que tanto la una como la otra están gobernadas por presidentes del PP y me vería en medio del fuego cruzado de una agria polémica política . Todo ello a pocos meses de las elecciones y después de una serie de ataques a la Monarquía». «¿Insinúas», contestaría Mohamed, «que el taimado Zapatero te quiere utilizar como pieza de ajedrez para devolverme el jaque diplomático que yo os hice cuando lo de Perejil, y de paso refregarle por la cara a la oposición de derechas esa españolidad de la que tanto dudaban?». «Lo has pillado, querido primo». «Pues entonces, tendré que llamar a consultas a mi embajador. Decirle cuatro frescas a tu Gobierno, organizar unas manifestaciones callejeras e insistir en la reclamación de la soberanía. Cuando pase el lío nos vemos. Un abrazo». «Otro para ti». Por supuesto, esta imaginaria conversación nunca se habrá dado, pero en la prensa española se han oído cosas parecidas y aún peores, dentro de esa línea de cada vez más perversas insinuaciones en la que nos vamos adentrando. E, incluso, no ha faltado quien deduzca que la iniciativa del viaje cabe atribuirla al propio Rey Juan Carlos con el propósito populista de darse un baño de españolismo en el norte de África, una costumbre que marcó, para mal, una buena parte de nuestra política durante el siglo XX. Las relaciones con Marruecos -al margen de la etapa colonial- están marcadas por los intereses estratégicos de Estados Unidos, que impulsaron la llamada «marcha verde» para entregar el Sahara a la Monarquía alauita y a las empresas multinacionales, aprovechando la agonía de Franco. Por lo demás, España seguirá siendo el segundo país inversor en Marruecos, los habitantes de Ceuta y Melilla -incluidos los musulmanes- preferirán conservar la condición de ciudadanos españoles y muchos miles de marroquíes continuarán arriesgando sus vidas para cruzar el Estrecho y venir a España y a Europa a trabajar. Ésa es la realidad. Lo otro son juegos de cancillería y mensajes cifrados.