En su prólogo al libro del profesor De la Fuente Chaos «El dolor en cirugía», publicado en el año 1946, el médico don Gregorio Marañón, afamado patólogo, ensayista e historiador, decía que no era un secreto para nadie, menos para los médicos, el que durante siglos el cirujano fuera considerado un obrero menor de la profesión médica, aun cuando el desprecio social hacia el cirujano, cuya profesión se ejercitaba normalmente por los barberos, que iban con el clister (lavativa) bajo el brazo y la lanceta de sangrar en la faltriquera, había empezado a borrarse paulatinamente. Efectivamente, en la primera mitad del siglo XVIII la cirugía española estaba sumida en un innegable atraso, pero con posterioridad llegaron a España cirujanos franceses, hecho que dio lugar a que se elevara el nivel medio y el prestigio de dicha profesión. Pero el gran cambio, para mejor, se produjo al crearse los reales colegios de Cirugía de Cádiz (1748), el de Barcelona (1760) y el de Madrid (1787). Hoy día, se observa que el cirujano aventaja en prestigio social al simple médico. En el prólogo citado al comienzo, Marañón recuerda que en el entremés cervantino «El Juez de los divorcios» una mujer, Aldonza de Minjaca, acude al juez para que la divorcie de su marido, alegando que éste le había hecho víctima de un engaño, consistente en decirle que era médico, cuando en realidad era cirujano. En el mencionado prólogo, el doctor Marañón dice textualmente lo siguiente: «¿Qué te ocurre?», le pregunta el Magistrado, y ella responde trémula de rabia: «Señor, mi marido me dijo que era médico y ha resultado cirujano». Ante cuya razón el juez estima que puede, sin la menor duda, divorciarse. Esta afirmación es, sin duda, errónea y supone un cambio sustancial del contenido del antedicho entremés cervantino, ya que lo tenemos a la vista y en él Cervantes da por conclusa la causa de divorcio ante él esgrimida por la mujer del cirujano, de igual modo que otras tres demandas presentadas ante él por otros dos matrimonios, el mismo día y con el mismo fin de ruptura del vínculo matrimonial, manifestando: «Mirad, señores, (se dirige a los tres matrimonios), aunque algunos de los que aquí estáis habéis dado algunas causas que traen aparejada sentencia de divorcio; con todo eso, es menester que conste por escrito y que lo digan testigos y, así, a todos os recibo a prueba». Requisitos, el del previo escrito y el de recibimiento y práctica de la prueba, que no se practicaron. El pleito de Aldonza y de su viejo marido quedó, por tanto, inconcluso por falta de esos dos requisitos. ¿Qué ocurrió? Sencillamente que entraron a la Sala dos músicos representando a un matrimonio al que el propio juez había avenido con anterioridad, los cuales entonaron ante él esta canción: «Entre casados de honor / cuando hay pleito descubierto / más vale el peor concierto / que no el divorcio mejor». En conclusión, las afirmaciones del doctor Marañón no se avienen con la verdadera letra del entremés cervantino y es que, sin duda, lo que el egregio don Gregorio Marañón pretendía, pensamos nosotros, era reforzar sus afirmaciones sobre la superioridad profesional del médico en comparación con la del cirujano. Claro está que, al presente, ninguna mujer pretendería el divorcio si su marido, al casarse, le hubiera dicho que era cirujano y no simple médico.

José Antonio Fernández-Carabín y González es abogado y miembro de número de la Asociación Española de Derecho de Familia.