Aniceto Sela pronunció en 1892 el discurso de apertura del curso de la Universidad de Oviedo con una hermosa y noble lección en la que reflexionaba sobre la deplorable situación en las aulas y la necesidad de cambios. Martínez Cachero, catedrático emérito, analiza esta pieza en la tercera entrega de su serie sobre los 400 años de la institución.

Los otros tres eran Adolfo Buylla, Adolfo Posada y Rafael Altamira, todos ellos catedráticos de la Facultad de Derecho de la Universidad ovetense en 1904 cuando ve la luz en Madrid el folleto En las garras de cuatro sabios (Buylla, Posada, Sela y Altamira). Historia que parece cuento,obra del presbítero Maximiliano Arboleya Martínez, que informa con algún pormenor de su batalla con esas personas, molestas por un artículo que Arboleya había publicado tiempo atrás en el diario ovetense El Carbayón,metido en una polémica con el diario El Progreso de Asturias,de la misma ciudad. No hacen al caso los motivos alegados por uno y otro periódicos en defensa de su opinión, que, en buena parte, no son más que una muestra de la oposición entre dos posturas ideológicas, conservadora y más avanzada. Luego de acusaciones, declaraciones de las partes implicadas, intervención de abogados y jueces, fallos parciales y recusaciones, llegado el proceso a su última instancia, el Tribunal Supremo comunicaría su fallo cuando había transcurrido ya un largo tiempo, nada menos que dos años que Arboleya, vencedor en la lid, destaca, en lo que le atañe, como «dos años alejado de alguno de mis cargos; dos años llevando a cuestas el sambenito de procesado; dos años en relaciones con la justicia; dos años sufriendo silenciosamente». Para el objeto de mi artículo importa más el hecho fehaciente de que en los primeros años del siglo XX y fallecido «Clarín», amigo de sus integrantes, se había constituido en la Facultad de Derecho ovetense un bien trabado grupo de claustrales llamado a desempeñar brillante cometido en el presente y en el futuro inmediato de la institución y tal vez, por extensión, en la ciudad y en la provincia donde radicaba.

No son pocas las coincidencias que cabe señalar entre los cuatro docentes a más de su agrupación por Arboleya; tenemos al respecto: los años de su nacimiento en las décadas cincuenta y sesenta del siglo XIX, su acceso a la cátedra universitaria en las décadas setenta, ochenta y noventa del mismo y su arribada (primer destino o destino posterior) a Oviedo, donde, a la altura cronológica del incidente con el eclesiástico asturiano, forman ya conjunto homogéneo. Quien más quien menos, todos ellos han tenido provechosa relación con Francisco Giner de los Ríos, maestro y guía indisputable de cuyo talante humano e intelectual -el de la Institución Libre de Enseñanza por él fundada- son fieles convencidos y resueltos propagadores; llegados a la condición de catedráticos universitarios y conocedores directos de la situación que entonces atravesaba la institución académica, se convertirán en reformadores o innovadores de la misma, denunciando en sus escritos -algunos discursos de apertura, v.g.- los defectos que la aquejaban e iniciando en las clases y los seminarios y en la relación con sus alumnos nuevas y más eficaces prácticas, para lo cual contarían en Oviedo con el apoyo prestado por su colega Leopoldo Alas.

Aniceto Sela Sampil (1863-1935) comenzó su docencia como catedrático de Derecho Internacional en la Universidad de Valencia (1888) para trasladarse en 1891 a la de Oviedo, donde había cursado la licenciatura en Derecho y en la que permanecería hasta su jubilación salvo el tiempo que estuvo en Madrid (1918-1919), designado director general de Enseñanza Primaria en virtud de su reconocida autoridad en cuestiones de pedagogía. Tuvo, asimismo, otros encargos oficiales de carácter jurídico o social, así como honrosos reconocimientos académicos españoles y extranjeros; añádanse sus colaboraciones en revistas especializadas y su dedicación periodística, fundador en Oviedo de La República (1893) y El Progreso de Asturias (1903), portavoces de un acendrado republicanismo no siempre bien visto.

De su abundante y variada bibliografía -libros, folletos, artículos de muy diverso asunto y carácter- destacaré Concepto de la Universidad (titulado también La misión moral de la Universidad),y, con sobrado motivo para hacerlo, el discurso de apertura del curso 1892-93 en la Universidad de Oviedo, dedicado a una cuestión de actualidad capaz de interesar a los oyentes, pues «ofrece un interés tan inmediato, tan íntimo» que su explanación conviene, sin duda, a profesores y estudiantes.

Arranca Sela de la situación actual de la Universidad española, «que dista mucho de hallarse a la altura de su misión», pues no educa ni física, ni moral, ni intelectualmente, ni, en suma, se «asocia a ninguna empresa viva del país», deplorable estado del cual no van a sacarla intentos de supuesta renovación como uno que «acaba de hacerse con un criterio que solemos llamar administrativo», atento únicamente a «la corteza» de la institución, donde hasta ahora ha primado la instrucción sobre la educación, cuando se trata de compañeras inseparables, y lo que ante ellas procede es que al alumno, «haciéndole aprender menos cosas de esas que en seguida procurará olvidar, se le educara armónicamente, concediendo a los sentimientos y a la voluntad la debida atención».

Yendo más de cerca a los defectos de la Universidad española, Sela arremete primeramente contra el profesorado, cuyas corrupciones de vario orden -v.g.: «sus hábitos de desorden», «su falta de formalidad», «su mal humor eterno», «sus intolerancias y sus injusticias», «la vida relajada» que llevan algunos- constituyen una conducta que «inquieta, perturba y a la larga destroza la conciencia de los jóvenes escolares», los cuales podrían preguntarse «¿dónde están las lecciones de virtud» que deberían recibir de sus maestros?, todo lo cual sucede por desgracia cuando el alma mater está más obligada que nunca a cumplir una misión nacional redentora y a ocupar la primera fila en «la honrosa campaña» que es urgente emprender entre nosotros contra lacras tan arraigadas como «la superficialidad, el egoísmo, las bajas pasiones, el saber precipitado y vano (...), en suma, lo que nos separa de la sociedad civilizada y culta». Empeñarse en la lucha contra semejante situación sería muestra fehaciente de «verdadero patriotismo» y su denuncia significa decidido acuerdo con lo que por entonces mismo proclamaban los escritores novetayochistas.

En el capítulo tercero del discurso se ocupa Sela de cómo debe ser la relación existente entre el alumno y el profesor, haciendo de nuevo hincapié en «la fuerza del ejemplo» de éste en aquél y afirmando que la profesión docente resulta ser «como el sacerdocio» y debe ejercerse de modo tolerante: dentro de la tolerancia cuentan aspectos como la no imposición del magister dixit como verdad única e indiscutible, «la sinceridad científica», «los buenos modales» y «el buen humor», el respeto a la dignidad de los alumnos, con quienes «viviría en comunicación constante», incrementada merced a las excursiones escolares para las que Asturias se presta muy especialmente, pues en nuestra tierra, proclamará convencido Sela, «cabe hacer alpinismo con relativa comodidad y sin grandes riesgos; abundan los paisajes de primer orden y no faltan tampoco monumentos que admirar y estudiar; todo, a una distancia que pueden franquear hasta los más débiles», y apela al testimonio de posibles oyentes de su discurso que en alguna de ellas habrán conocido «la cordialidad y la agradable expansión» que las presiden.

Fuera del ámbito profesor/alumno e implicados en una completa labor innovadora, el disertante se complace en considerar otros ámbitos más colectivos que se refieren a las aulas, las bibliotecas, el aspecto exterior del edificio universitario e incluso los lugares de aseo, aspectos en los cuales la Universidad ovetense de entonces se mantenía a buen nivel.

Algo de lo indicado por Sela en su discurso roza a veces la utopía y, apercibido de ello, el disertante advierte que «es indispensable que el número de alumnos no exceda en cada clase de aquel que permita al profesor mantener un trato personal con cada uno de ellos» y «sin esto, huelga gran parte de lo dicho» (páginas 80 y 81). Los exámenes, en aquellas calendas cuestión batallona, considerados por Giner y sus adictos como «un obstáculo», se verán consiguientemente afectados por el número de alumnos, el cual puede facilitar o imposibilitar su efectivo conocimiento por el profesor.

Los últimos párrafos del discurso los dedica su autor primordialmente a los estudiantes, alentando su patriotismo, su capacidad para el bien, dirigido amor a la mujer, pues «una juventud sin amor es como una mañana sin sol», y recomendándoles, a modo de culminación de cuanto quedó dicho, «sed honrados».

Hermoso y noble el discurso de Aniceto Sela en su desarrollo y bien construido formalmente, vivo y sentido por el autor, idealista o espiritualista, siguiendo muy de cerca a Giner y a la Institución; acaso utópico más de una vez y moviéndose en la práctica dentro de unas condiciones materiales que no siempre se darían. Hay en sus páginas una actitud patriótica y una mentalidad noventayochista y ambas enlazan con otros discursos de apertura ovetenses coetáneos o posteriores en fecha.