El salmón del Atlántico, «Salmo salar L.», es una especie que despierta pasiones en amplios sectores sociales, no sólo entre los pescadores y los naturalistas. Usando símiles antropomórficos, es un pez valiente que efectúa larguísimas migraciones para regresar a reproducirse, y generalmente a morir, a su región natal. La especie es sensible a numerosos problemas ambientales que están ocasionando el declive global de sus poblaciones naturales. Las que se encuentran en el norte de la península Ibérica, entre ellas las asturianas, son especialmente vulnerables, al ocupar el límite sur de su distribución en Europa. Para poder abordar dichos problemas es fundamental conocer la biología de la especie, así como su ciclo de vida, identificando las etapas más vulnerables y los posibles riesgos que existen en cada una para actuar en consecuencia y prevenir o mitigar los declives poblacionales en la medida de lo posible. A continuación resumiremos la vida de un salmón típico de los ríos asturianos.

El inicio del ciclo de vida de un salmón tiene lugar en torno a diciembre, mes en el que sus progenitores llevan a cabo el cortejo en zonas poco profundas y limpias con agua bien oxigenada. Las áreas preferentes suelen ser zonas altas de los ríos, en las que la calidad de las aguas es más adecuada. Tras varias horas de cortejo, durante el cual la hembra hace el nido (cama de freza, fregón o fragón en Asturias) y el macho espanta a posibles competidores y/o depredadores, se produce el desove. Hembra y macho liberan simultáneamente sus gametos y se produce la fecundación externa; en la fecundación de las puestas contribuyen a menudo pequeños machos en su primer o segundo año de vida que aún no han migrado al mar, llamados xirones en varias cuencas. Las hembras entierran rápidamente los huevos en la grava y los dejan en el cauce del río, donde completarán su desarrollo embrionario. La velocidad de desarrollo depende de la temperatura, es mayor a temperaturas más elevadas. Cuando los embriones reabsorben el saco vitelino que les sirve de reserva energética salen de la cama de freza y se dispersan por el entorno próximo para comenzar a alimentarse de forma autónoma. Esto sucede aproximadamente entre marzo y mayo, dependiendo de la temperatura del agua, y es una etapa en la que son muy frágiles y suele haber una gran mortalidad por su pequeño tamaño y la dificultad del aprendizaje para capturar sus propias presas. Pasan su primer verano en el río alimentándose y creciendo. A finales del otoño algunos machos maduran en el río (xirones o vironeros) y pueden participar en las puestas de los grandes salmones. Una vez transcurrido el invierno, en función de lo que hayan crecido, pueden migrar al mar o quedarse en el río durante todo el verano para migrar a lo largo de la siguiente primavera. En este último caso, prácticamente todos los machos que se quedan hasta el segundo año maduran en el río.

La preparación para las condiciones marinas (mayor presión osmótica debida al agua salada) es lo que se denomina esguinado. Es una etapa especialmente frágil para los salmones, porque implica grandes cambios fisiológicos, suele ocurrir entre marzo y abril, nuevamente dependiendo de condiciones ambientales (temperatura, caudal). Los esguines son plateados y desescaman fácilmente. Bajan por el cauce del río hasta el mar y una vez allí comienzan su etapa más desconocida: una larga migración masiva hasta los comederos marinos. No sabemos con seguridad adónde migran todos los salmones asturianos, pero mediante marcaje y recaptura se han identificado algunos salmones de esta zona frente a las costas de Noruega y también en Groenlandia, aunque los datos son aún escasos a nivel estadístico para conocer con certeza la ruta mayoritaria. Se está estudiando ahora dentro del proyecto europeo «Salsea», en el que está implicado nuestro grupo de investigación. El viaje de ida, aún más que el de retorno, es especialmente difícil: los pequeños salmones son depredados por numerosas especies marinas y muchos no pueden llegar hasta las alejadas regiones ricas en presas.

Los salmones permanecen en las zonas marinas de engorde alimentándose de una variedad de especies que incluyen gambas, calamares y otros peces, como arenques. Además de por sus depredadores naturales (peces como el bacalao, aves y mamíferos marinos), también pueden ser capturados por buques pesqueros en estos caladeros. La mayoría de los machos y alguna hembra vuelven al cabo de un año (salmones añales), y el resto (mayoritariamente hembras) vuelven tras pasar dos inviernos en el mar, por lo que han tenido más tiempo para engordar y crecer y alcanzan mayor longitud y peso. Esta estrategia favorece especialmente a las hembras, que producen puestas más abundantes y de mejor calidad. El regreso es tan largo como la ida, y en su transcurso encuentran dificultades diversas que pueden ir desde contaminación en el océano hasta las rutas de grandes transatlánticos. Van llegando y entrando al río natal secuencialmente: primero las grandes hembras, al principio de la primavera (desde marzo), y luego los machos y hembras añales, a lo largo del verano. Las hembras mayores van eligiendo su futuro lugar de desove, posicionándose en los ríos aguas arriba según la calidad ambiental y el caudal fluvial. El ascenso hasta los frezaderos puede durar varios meses o ser muy rápido, apenas unos días, dependiendo del caudal y la temperatura del río, e incluso del tiempo atmosférico. Durante la entrada al río tiene lugar la época de pesca deportiva fluvial (de marzo a julio en las últimas décadas). Los salmones se capturan en su ascenso hacia las zonas de puesta aguas arriba, salvo los que entran en verano y/o otoño después de la temporada de pesca. A finales de otoño o principios de invierno, según las condiciones ambientales, comenzará de nuevo el cortejo y se reproducirá el ciclo que empezó entre dos y cuatro o cinco años antes. La mayoría morirá tras desovar, y los escasos supervivientes (no más del 10% en el mejor de los casos) bajarán de nuevo al mar y podrán volver con mucho más peso para desovar de nuevo el año siguiente.

Esta información permite identificar las etapas más vulnerables de la especie. Aunque conocida, no es banal recordarla, porque permite planificar diversas actuaciones para cada una de las etapas. En primer lugar, no puede haber desoves sin reproductores. Facilitar el rápido acceso de las grandes hembras de principio de temporada a sus futuras zonas de desove, sobre todo si éstas están en zonas altas vedadas a la pesca, favorece una mayor producción de futuros alevines. Para ello puede protegerse a la especie durante los primeros meses de entrada en el río, restringiendo y/o retardando la pesca deportiva y evitando en lo posible interferencias en la migración (obstáculos en el río, vertidos, etcétera). El estricto control del furtivismo es una necesidad evidente en esta etapa, como en las demás. Pero las hembras no pueden desovar si no tienen sitios adecuados para hacer las camas de freza. La protección especial de las áreas de desove y la extensión de las mismas, facilitando el remonte aguas arriba de embalses o eliminando obstáculos en la medida de lo posible, pueden ser buenas medidas para el mantenimiento de las poblaciones.

La siguiente etapa vulnerable es la dispersión del nido de los frágiles alevines. El mantenimiento de las zonas de alevinaje, aguas limpias y bien oxigenadas y, a su vez, con numerosas presas (pequeños crustáceos, larvas de insecto, etcétera), son fundamentales, así como una buena cubierta vegetal y un fondo diverso para protegerse de los depredadores naturales. El control de la contaminación y los vertidos y la buena conservación del resto de especies del ecosistema, incluyendo las vegetales, parecen ser las actuaciones más adecuadas en esta etapa. El mantenimiento del caudal ecológico es vital para que los juveniles sobrevivan y crezcan durante el verano, ya que con caudales bajos las temperaturas pueden ser elevadas y los pequeños salmones pueden verse forzados a desplazarse a hábitats menos favorables. En esta etapa suelen producirse las repoblaciones con alevines o juveniles de piscifactoría (entre junio y septiembre). Antes de proceder a repoblar hay que asegurarse de que hay suficiente espacio, caudal y alimento en el río para mantener a los nativos y además dar cabida a nuevos habitantes acostumbrados a condiciones de mayor densidad y competitividad.

Las mismas consideraciones pueden aplicarse a la siguiente etapa vulnerable, el esguinado. La conservación del hábitat y la prevención de actuaciones descontroladas (furtivismo, vertidos) son probablemente las mejores medidas que puede adoptarse para proteger la bajada de los esguines. Una vez llegan al mar, las posibilidades de intervención humana disminuyen considerablemente. Deberán arreglárselas por sí solos para esquivar a los depredadores y sobrevivir al largo viaje que les espera. Lo que parece obvio es que cuantos más esguines salgan de un río, más adultos podrán retornar. Se pueden promover actuaciones como la limitación de las capturas en los caladeros marinos, no sólo de salmón, sino también de las presas que le sirven de alimento. La vigilancia ambiental en el océano para evitar furtivismo y la contaminación es otra medida más que deseable.

Finalmente, cualquier actuación que se plantee será favorecida con una adecuada educación ambiental, con la divulgación de lo que sabe sobre esta especie y todas las demás de su entorno, y con una especial atención a incentivar la sensibilidad pública hacia la naturaleza. Como los humanos, el salmón no vive solo, sino en medio de un complejo entramado de especies que se encuentran en un equilibrio delicado entre sí y con su hábitat. Es parte de los ecosistemas fluviales y también de los marinos. Los gestores pueden abordar cada uno de los puntos propuestos arriba mediante diversas estrategias de manejo. Necesitarán el apoyo de todos los sectores interesados en conservar el patrimonio natural, tanto de los no pescadores como de los pescadores, directos usuarios del recurso. Algunas estrategias, como la protección de los reproductores que entran temprano en el río, no se han ensayado hasta ahora. Aunque, como todas las medidas restrictivas, pueden ser discutidas, parece razonable dar un voto de confianza a cualquier esfuerzo conservacionista debido a que la situación de la especie se percibe públicamente como muy adversa. Al fin y al cabo, conservar un bien público y un recurso natural y cultural como el salmón es lo que todos queremos. Vale la pena sumar iniciativas para que las futuras generaciones puedan disfrutar de esta especie emblemática, este pez valiente, si los lectores nos permiten la licencia sentimental, en los ríos asturianos.