Desde que comenzó el curso subo todos los días en bicicleta eléctrica a la Facultad, en el Cristo. Aclaro que se trata, según la normativa legal, de una bicicleta con asistencia al pedaleo, es decir, no tiene mando del gas como una moto, y si no das pedales no anda. Una solución que mata varios pájaros de un tiro. Se hace ejercicio diario, llegas a trabajar rápido y sin sudar, a la vez que contribuyes a no contaminar el ambiente. La desventaja es que la ciudad no está preparada para este medio de transporte, y los conductores no están concienciados para compartir el tráfico con las bicicletas.

Leo unas declaraciones de un concejal ovetense justificando la inexistencia de carriles bici por razones orográficas y técnicas. Se argumenta que Oviedo no es una ciudad llana, está muy peatonalizada y el tráfico discurre por calles en las que la velocidad del tránsito rodado hace peligroso un carril bici. Habría que recordar que los regidores públicos ocupan sus cargos para solucionar los problemas que les plantea la ciudadanía, no para que ésta no se los plantee. El reto es reducir el tráfico de vehículos contaminantes de humo y ruido, no dificultar sus alternativas más ecológicas.

Mis colegas de la Universidad al ver que yo -y otros pocos profesores- nos animamos a subir en bicicleta eléctrica al Cristo, muestran su asombro. La primera objeción queda descartada de inmediato al ver que se llega sin la lengua afuera y tan fresco o más que si se subiese andando. La segunda es cultural. ¿Cómo un profesor, y más un catedrático, puede ir a la Facultad en bicicleta, ataviado con chaleco fosforito y casco? Lo que es normal en países centroeuropeos aquí parece una extravagancia o un desmerecimiento social. ¡Qué se le va a hacer! Cuando, por otra parte, prende en ellos la idea de ¿y por qué yo no?, viendo los beneficios de este medio de locomoción, surge el inconveniente mayor para convencerse de que es mejor subir en coche: andar en bicicleta por Oviedo es un peligro. Y, efectivamente lo es, pero no tanto como parece, y depende del Ayuntamiento y de los demás conductores el reducirlo.

Desde el Ayuntamiento de Oviedo debe cambiarse la idea de que las bicicletas son un incordio, un vehículo molesto para los peatones y para los coches, como ya está haciendo el Ayuntamiento de nuestra vecina Gijón. Evidentemente, son un incordio en las aceras, en las que debería estar prohibido su uso, salvo en aquellas de anchura importante; no así en las zonas peatonales, donde está permitido el tránsito parcial de vehículos y podría crearse fácilmente un carril bici.

Trazar carriles bici por las calles ha de contemplarse no sólo como un elemento de seguridad del ciclista, sino como un medio disuasorio del coche, de igual manera que el carril bus no está para proteger físicamente al autobús, sino para hacerlo más competitivo y provocar un efecto de desaliento en los conductores particulares. Para ello, es fundamental concebir la bicicleta como un medio de transporte en la ciudad y no como un instrumento de ocio. La conclusión «técnica» no puede ser abstenerse de crear carriles bici para provocar el efecto de desaliento en los potenciales usuarios de la bicicleta y así conseguir unas calles más seguras. La solución pasa por hacer visible este medio de transporte a los ojos de los conductores de coches, camionetas y autobuses, y que se conciencien de su existencia y de su fragilidad. De ese modo se hará también visible a los ojos de los potenciales usuarios la alternativa de la bicicleta para desplazarse al lugar de trabajo, incluso combinándola con el tren o el autobús. Además, el carril bici no tiene por qué concebirse como un espacio exclusivo de las bicicletas y vedado al coche. Basta con calificarlo como de uso preferente de bicicletas, lo que permitiría una gran flexibilidad que redundaría en mayor facilidad para crear estos carriles.

No puede haber un carril bici en cada calle, pero sí puede y debe haber bicicletas por cualquier vía urbana. Por eso no es suficiente la intervención pública y es preciso que los conductores se conciencien y eduquen en compartir la calzada con los usuarios de bicicletas y, evidentemente, éstos cumplir con las reglas de tráfico. Una forma de hacerlos visibles es creando carriles bici, pero otra más importante aún es hacerse bien visible encima de la bicicleta. Para ello es fundamental llevar luces y ponerse prendas reflectantes, a ser posible el conocido chaleco fosforito. Se va «dando el cante», pero de eso se trata, de llamar la atención sobre tu presencia. Seguramente no es necesario usarlo para ir en bicicleta a trabajar en Alemania, pero aquí parece imprescindible.

Lo que me ha movido a usar la bicicleta eléctrica para ir a la Facultad no es una razón ecológica, que también, sino, sobre todo, de salud. Ofrece la posibilidad de hacer ejercicio diario sin tener que dedicar un tiempo extra -que nunca se encuentra- para mantenerse en forma. Hasta ahora debo decir que pocas veces me he sentido atosigado por conductores impacientes. Tampoco hay que dejarse intimidar.

Como el primer paso no lo da la Administración y los conductores deben ser educados en la presencia de bicicletas en la calle, animo desde aquí a todos a convertir la bicicleta, eléctrica o no, en un vehículo para ir al trabajo. Hagámonos visibles. Si no nos ven como una solución, que nos vean como un problema. Lo importante es que nos vean. ¡Somos un peligro!