La Universidad de Oviedo alberga en su Edificio Histórico una exposición sobre la evolución de la escuela desde el siglo XIX, centrada concretamente en los objetos de la vida escolar, incluyendo una recreación de tres aulas de diferentes épocas. Lo cierto es que hay una generación de maestros que primero como alumnos y después como docentes ha visto evolucionar la enseñanza de una forma casi inimaginable, desde el pizarrín, la pluma y el tintero hasta el «pen drive» y los ordenadores portátiles. También los que asistimos al colegio en los años 70 y 80 fuimos testigos de alguna que otra innovación durante nuestros años escolares, aunque nada comparable con la revolución tecnológica de la última década. Nosotros usamos rotuladores Carioca, pinturas Alpino, ceras Plastidecor o pegamento Imedio. Actualmente, salvo las marcas en algunos casos, la cosa no ha cambiado mucho en cuestión de material. Aun así, nosotros vivimos la llegada de la fotocopia, por ejemplo, que se generalizó a finales de los 80, o el tippex, anteriormente usado sólo con las máquinas de escribir y que empezó a utilizarse en clase en los 90. También vimos la llegada del subrayador fluorescente, o del post-it.

Con el paso del tiempo las escuelas se han visto obligadas a jubilar algunas cosas, como las esferas y los mapas del mundo que se han quedado obsoletos con la creación de nuevos países, y han visto también cómo se dejaba de usar progresivamente el material en VHS, las diapositivas o las transparencias. Sin embargo, otras cosas, sorprendentemente, aún no han desaparecido, como la tiza, que sigue manchando nuestra ropa y causando alergias y molestias. Eso por no hablar del ruido de la tiza sobre la superficie del encerado, que en muchas ocasiones nos ha puesto los pelos de punta o nos ha hecho rechinar los dientes a más de uno. Supongo que algún día será desterrada para siempre cuando se generalice el uso de la pizarra digital, una herramienta formada por un ordenador, un videoproyector y un dispositivo de control de puntero que permite escribir sobre la superficie directamente, manteniendo así el uso clásico del encerado, o accionar botones para visualizar programas informáticos, integrando sonido y vídeo en la proyección. Además, permite guardar en un archivo lo que hemos escrito en la pizarra, almacenarlo para su modificación posterior, enviarlo a los alumnos que no han asistido a clase o imprimirlo. Es decir, una tecnología mucho más acorde con esta generación de adolescentes que apagan sus móviles 3G, sus ipods o sus PSP antes de entrar en clase, y a los que, acostumbrados a tanta imagen digital y sonido envolvente, si un profesor quiere llamar su atención a golpe de tiza y pizarra tiene que hacer poco menos que magia.