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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

La comunicación es imposible

Una crítica a la falta de esfuerzo por comprender y reformular lo que el otro nos dice

Desisto de hacerme comprender, he llegado al convencimiento de que la comunicación es imposible. El otro día, en clase de bachilleres, me dejaba yo la voz y la paciencia explicando el tema «Las variedades internas de la lengua». Ahí estaba, lunes, ocho y diez de la mañana, rodeado de jóvenes somnolientos, tratando de hacerles comprender (Dios me perdone) que no son lo mismo las variedades diacrónicas que las diatópicas, las diafásicas o las diastráticas. Con el fin de disminuir el estado de sopor ambiental, acentuado por la penumbra a la que había sometido al aula para proyectar el «power point» correspondiente, me engorilé con anécdotas sobre el esperanto, esa lengua universal que promoviera el oculista polaco Zamenhof. Silencio absoluto y yo contando que si los anarquistas españoles la usaron durante la Guerra Civil, que si «buenos días y buena suerte» se dice «Bona tago kaj bona fortuno» en esperanto. Entonces, tras mi exposición tan científica, tan culta, tan informada, tan expresada en español estándar, una alumna decidió intervenir. Levantó la mano y resumió lo que había entendido: «O sea, profe, que el esperanto es así como todas las lenguas mezcladas al mogollón». Encendí las luces, apagué el proyector y le puse a la criatura un sobresaliente.

Mueres en el intento de denotar a tope, en connotar muy poco, pero con la copla que se queda el prójimo es con la suya, con su nivel diafásico y distrático (Dios me vuelva a perdonar), con la situación comunicativa que elige y con su nivel cultural, quiero decir. Enseña Xavier Guix, especialista en Programación Neurolingüística, autor de «Pensar no es gratis», que nada de emisor, receptor, código, mensaje, canal y referente como elementos para hacer posible una comunicación, que la cosa está en «lo que se quiere decir / lo que se sabe decir / lo que se dice / lo que se oye / lo que se escucha / lo que se atiende / lo que se acepta / lo que se retiene / lo que se practica», o sea, que de mi intención comunicativa inicial el oyente se va a quedar no con que el esperanto sea un idioma que pretende convertirse en universal si se estudia como segunda lengua en todos los países, sino con que el esperanto es así como todas las lenguas mezcladas al mogollón, ole y ole. Lo que yo quiero decir llega al otro tamizado por lo que sé decir, lo que digo en realidad, lo que el otro oye y decide escuchar, atender, aceptar, retener y practicar. Tras tan largo viaje cognitivo, mi propósito primero queda en nada.

A esto hay que añadir la decisión firme de algunos hablantes o escribientes de no hacerse entender, rebuscando atroces construcciones morfosintácticas que les deben de sonar más cultas que un tratado de hermenéutica, pero que resultan incomprensibles, feas como demonios, insensatas, infectadas por el virus de la tontería moderna lingüística. Vean lo que escribió un señor licenciado en Derecho para indicar a los vecinos de una comunidad que, en caso de no poder asistir a la junta, delegasen su voto: «Lo que comunico a Usted a efectos de que no pueda asistir a la Junta General Ordinaria, rogándole al asistir a la misma, la presentación del boletín que figura al pie, con la firma del propietario con indicación de su representante, en el caso de que asista representado, para el control de asistencia». ¿De qué cavernas idiomáticas sale tamaño disparate? De la caverna administrativa, empecinada en que no nos entendamos cuando ya tan difícil resulta entenderse usando la bendita fórmula de sujeto, verbo y complementos.

No sé si han entendido ustedes que estas líneas critican la falta de esfuerzo por comprender y reformular lo que el otro nos dice, y, sobre todo, apuntan a los destructores del español, causantes de tanto mal desde sus covachas administrativas. Si no lo han entendido así, no se preocupen: la comunicación es imposible, o «la konekto estas neebla», que se dice en esperanto.

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