José Luis Rodríguez Zapatero vive su primavera negra. Es un presidente cuestionado constantemente dentro y fuera de su partido. Aseguran que ha perdido legitimidad asumiendo el desplome del Estado del bienestar social impuesto por la derecha europea. Lo dijo el otro día Duran i Lleida en una entrevista, a modo de gran titular que precede a un buen obituario: «Zapatero es un presidente amortizado». En las palabras de Duran no sólo se expresa una crítica política, sino un trágico sentimiento de la vida. Descubrimos que la historia y la vida asumen el lenguaje del capitalismo para determinar el final de los hombres. Quiere decirse que, del mismo modo que hay una lavadora y un coche amortizados, uno advierte que también hay una esposa y una suegra amortizadas y, por qué no, un presidente y un hombre que se acercan paulatinamente a su fin.

El diablo se pasea en los detalles de la vida. Hay algo diabólico en las palabras de Duran i Lleida porque amortizar a los hombres es matarlos prematuramente y, precisamente, contra eso se opone Zapatero, de un modo exasperantemente ingenuo. En cualquier caso, aceptar nuestra propia amortización es asumir, en términos capitalistas, el escaso tiempo que nos queda, esas horas en las que aún creemos gozar de cierto valor, aunque la muerte nos anuncie despiadadamente una despedida arrojando al fuego las hojas de nuestro calendario.

José Luis Rodríguez Zapatero vive una amortización política que pone en juego su yo último, ese tipo definitivo, terminado, oculto tras los cargos, los oficios y otros lazos, que se juega su destino y el de todos antes de pisar el cadalso. La Historia está llena de catástrofes como ésta. Todos los sueños, filosofías, sistemas, ideologías se estrellan contra la historia que, irremediablemente, nos amortiza a todos. Las cosas ocurren sin piedad, de modo que es imposible pensar en la historia sin sentir un terrible pavor.

Por el mundo fluye una corriente de sensatez y otra de locura que se interfieren con demasiada frecuencia. El sinsentido, el absurdo, la violencia primera de la que quizá han nacido las galaxias, sigue estallando cada día en la cabeza de los hombres. Aquí y ahora, lo que tratamos es de organizar un poco ese caos original, como tantas otras veces, y el caos, claro, se nos resiste. Las resistencias del caos se llaman dinero, poder, confusión, dominio, ambición, muerte, terror. Pero lo cotidiano no se decide a pisar seguro, lo cotidiano es ese gato que duda si entrar o no en la vecindad absurda del hombre.

Las últimas decisiones de Zapatero ponen de manifiesto la melancolía de un presidente que creía en el progreso y descubre, tras elevar la mirada al horizonte, que en la historia sólo existen la tecnología, el coche eléctrico y poco más. El resto es volver a pisar el camino andado y tener el valor suficiente de encender la pira que ponga a funcionar el sacrificio antes de que venga un notario a dar fe de nuestra propia amortización.