Menos lobos, los de aquellos que adjudican al Parlamento catalán la norma padre de la fiesta madre, con lo de la exclusión taurina en aquella autonomía española.

El Ayuntamiento asturiano de Castrillón, fue mucho más allá prohibiendo la utilización de «animales vivos en espectáculos, peleas y fiestas y otras actividades que impliquen tortura o sufrimiento». Unos adelantados en lo del derecho de los animales (excluida raza humana, oiga).

Otros escriben que fue en la autonomía española del País Vasco, donde «se inventaron» los toros. Mentira podrida, también.

Porque aunque ahora, los asturianos conserven una escasa tradición taurina: Gijón, con una feria anual, y Oviedo ni media? fue en el reino de Asturias donde la «Crónica General» de Alfonso X, sitúa en el año 815 la primera mención de corrida de toros de la historia de España. ¡Pero si hasta toreó en Oviedo, en 1075, Rodrigo Díaz de Vivar, «el Cid Campeador»!

Los toros siempre fueron excusa para festejo y alimentación. Una corrida significaba abundante carne fresca.

Tomemos el ejemplo de Avilés, donde en su impagable Archivo Histórico están recogidas referencias a la llamada fiesta nacional. A comienzos del siglo XVII, las corridas tenían lugar en la plaza de «Fuera de la Villa», hoy plaza de España, desnuda entonces del 90% de las edificaciones actuales. Carros y muralla perimetraban el coso, que ¡contaba hasta con servicios médicos! ya que el Hospital de San Juan estaba ubicado en el solar del inmueble donde hoy asienta Sabugo ¡Tate Quieto! (¡Tente Firme!) Una de las últimas corridas celebradas fue en una plaza portátil instalada, en 1953, exactamente donde ahora se levanta el Niemeyer. De tomar nota.

Y toreros asturianos: un par? de gijoneses: Severino Díaz «Praderito» al que no lo mató un toro, sino su apoderado de un tiro, que también manda calao, durante una discusión tabernaria, en 1920. Y Bernardo Casielles que palmó, el hombre, en un asilo de ancianos en 1983. O sea que de mitos, nada.

Algo escribieron de toros Gil de Jaz, David Arias, Evaristo Casariego y Pérez de Ayala del que recuerdo: «Si yo fuese dictador en España prohibiría las corridas de toros; como no lo soy, no me pierdo ni una». El científico y escritor Adolfo Álvarez-Buylla era un detractor pertinaz del festejo. Como lo fue Jovellanos.

Hoy, los asturianos son más vacunos que taurinos. Y sobre las medias verdades que circulan sobre las corridas: ¡toréelas! Parando, templando y mandando. Porque manda muchos pitones, lo que escriben estos días, sobre las cosas del coso, una panda de bribones.

Hay más rimas, oiga.

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