La situación es desesperada, pero no grave, como diría Joaquín Garrigues. Un diario nacional recoge el rumor de que ZP quiere fusionar departamentos en una posible remodelación del Gobierno y que una de esas fusiones consistiría en la creación de un macroministerio con las competencias de Sanidad, Igualdad, Trabajo y Asuntos Sociales.

Así sería posible integrar el Ministerio que ha conseguido casi triplicar el desempleo con el de esa gripe cuyas vacunas han sobrado por millones, junto al que va a conseguir que sean exterminados doscientos mil niños por año antes de salir al aire, y, en fin, los Asuntos Sociales, un cajón de sastre como refugio para las más extravagantes subvenciones, también millonarias. Esperemos que no se lleve a cabo.

El nombre que suena para asumir tan altas responsabilidades, sin que se conmuevan los pilares de la tierra, es el de Bibiana Aído. Lo que supondría la irresistible ascensión de una osada muchacha sin talento que concentraría en sus manos la salud y el empleo de todos los españoles. Una auténtica provocación, como lo fue el nombramiento de Carme Chacón como ministra de Defensa.

Aído es, como se sabe, medalla de oro en el campeonato mundial de ocurrencias surrealistas, caso de la aportación de neologismos como «miembra», la idea de la cofia para los camareros, la consideración no humana del «nasciturus», el apoyo al estudio del clítoris, la comprensión hacia el burka musulmán y muchas otras no menos superferolíticas. Ya que se trata de feminizar, de ella se ha dicho que no es un cargo público, sino una «carga pública».

Aumentar la productividad sería el objetivo principal de este eventual propósito. Repasen ustedes las cifras anteriores y háganse una idea de lo que puede pasar. Confiemos en que sea un globo sonda y toquemos madera.