Jesús Sanz

Cierre de ejercicio que diría un contable de humor corto y ya sobre los libros asturianos recién colmados convendría analizar en estas últimas horas del año los activos con que contamos.

Lo importante es crear valor. En una empresa -y sobre todo en las de este solar donde tantas viven del monopolio o de un proteccionismo que las salva de sus carencias- lo que cuenta es el hecho diferencial, las personas, los sistemas o los factores que la hacen distinta y mejor a otras.

Por lo común, en cualquier rama todo el mundo se parece tanto en lo bueno como en lo malo, así que gana quien cuenta en su organización con ese diamante que permite diferenciaciones positivas, ventajas competitivas, vectores para superar a los demás.

Cierre de ejercicio en la empresa Asturias y la pregunta se impone: ¿cuál es nuestro factor diferencial positivo?

Para no andar por las ramas o repitiendo mil tópicos -ciertos, pero no por eso menos cansinos- puede reducirse la pregunta a una versión: ¿qué o quién ha aparecido o sobresalido en la escena astur en estos últimos doce meses que prime sobre lo que es de tabla, común, igual que en otros sitios, redundante o mero simulacro?

A mi juicio y mejorando lo presente, la respuesta es obvia: Jesús Sanz Montes, nuevo arzobispo de Oviedo.

Destaca por sus hechuras, si no mundanas, muy del mundo, por su nivel intelectual -ahí están las homilías para oírlas y leerlas-, por el carisma franciscano que viene como anillo al dedo en esta crisis tremenda que atravesamos y, a más a más, por su abierta valentía que en este pequeño reino de hipocresías y cobardías lo convierte en un gigante de arrojo y decisión.

Es un modelo para tirios y troyanos y, por lo tanto, un personaje incómodo para el establishment, para el sistema, para la red de intereses que, lo comentaba el otro día, nos ha llevado en cinco décadas de ser la tercera provincia de España en presupuesto a lo que vemos. Y amén, tratándose de quien se trata.