Opinión | Lo que hay que oír
Francisco García Pérez
Soy profesor
El manifiesto en defensa de los profesionales de la docencia que circula por internet
Circula por internet un manifiesto anónimo sobre los profesores. Personalizado, lo transcribo aquí en defensa del trabajo al que dedicamos nuestras vidas. Dice así:
Soy profesor, sin complejo alguno por ello, sin ningún temor ante la campaña que se ha montado, una más, contra mi profesión, a base de mentiras y medias verdades.
Soy profesor y a mucha honra: me enorgullezco de mi oficio, noble entre los nobles.
Soy profesor, con lo que tengo nómina, sí, aunque la verdad es que me curré a tope ese derecho o ese privilegio. Y a diario lamento que no todos mis conciudadanos puedan tenerla: mi solidaridad total con los que sufren por ello.
Soy profesor, y, para ejercer mi trabajo, estudié Primaria, Bachillerato elemental, Bachillerato superior (con sus correspondientes reválidas), Preuniversitario (con su prueba de acceso a la Universidad incluida), cinco años de carrera y un curso de aptitud específica, pagándome con becas y trabajos esporádicos muchos de los gastos. Me pasé en las aulas, aprendiendo y formándome, desde los cinco hasta los veintidós años. Luego, sin que se exigiese, hice un doctorado para servir mejor en mi cargo.
Soy profesor de la enseñanza pública, con plaza que gané en limpia, concurrida y difícil oposición. No me destinaron al principio a mi ciudad: hube de vivir fuera de ella hasta que mediante los méritos que fui acumulando y mediante concursos de traslados sin trampa volví a ella.
Soy profesor, y accedí, luego, a catedrático de Secundaria, asimismo en limpia, concurrida y difícil oposición. Por lo tanto, pertenezco al cuerpo de funcionarios, según ley: no encuentro razón para avergonzarme.
Soy profesor, trabajo treinta y siete horas y media semanales, también según ley, sólo en mi instituto: con personas sensibles, frágiles, inseguras, volubles, rebeldes, porque aún no han alcanzado la madurez.
Soy profesor, y trabajo otro tanto fuera de ella, preparando clases, estudiando, leyendo, corrigiendo, adaptándome a las nuevas tecnologías y usándolas: gran parte de la sociedad española no sabe de esas horas extras jamás pagadas o ha decidido ignorarlas.
Soy profesor, tengo dos meses de vacaciones, sí, y también tengo el resto del año un horario de docencia directa muy denso, con un grupo de más de veinte alumnos adolescentes que exigen atención tan constante como intensa y, a continuación, otro grupo de más de veinte alumnos adolescentes? y así sucesivamente.
Soy profesor, y no discuto los días de descanso de los bomberos, ni los de los funcionarios de prisiones, ni de los médicos, ni de los periodistas, ni de los policías, ni de los políticos, ni de los futbolistas, fontaneros? de profesión alguna.
Soy profesor e intento inculcar a mis alumnos los valores del trabajo, el esfuerzo y la dignidad, en durísima y desigual competencia con el bombardeo a que les somete un cuerpo social cada día más volcado en el aplauso al vago, en reverencias al delincuente y en reconocimiento al mangante.
Soy profesor, y procuro que mis alumnos desarrollen cada día las competencias que les faculten para ganarse la vida con honradez y para construirse un entorno mejor para ellos y para el grupo.
Soy profesor, y acojo cada año a un centenar de chavales a los que transmito mis conocimientos y de los que aprendo constantemente: chavales que me sorprenden, alegran, cabrean, disgustan, animan y me hacen sentirme vivo a más no poder.
Soy profesor, y debo preocuparme por enseñar mi asignatura, pero también por ejercer de psicólogo, de enfermero voluntarioso, de higienista estricto, de padre sustitutorio, de orientador laboral, de confidente, de consolador en las llantinas, de sosegador en alborozos, de pacificador en reyertas, de librero, trabajador manual, animador, conferenciante, operador de cine y vídeo?
Soy profesor, y he cometido errores en el ejercicio de mi trabajo, he debido pedir disculpas por ellos y lo he hecho sin dudar, ni me he escondido ni he hurtado mis responsabilidades.
Soy profesor, con lo cual renuncié para siempre a hacerme rico; pero también renuncié a sacar tajada, a trincar, a especular, a ser famoso de la tele, a timar, estafar o robar.
Soy profesor, y veo cómo me bajan el sueldo y me suben las horas de trabajo. Al ser funcionario, me lo quitan por la mano, de mi nómina, con la que pago mis impuestos al dedillo, asimismo detraídos por la mano, sin ocultamiento posible.
Visto todo ello, ¿qué turbio interés moverá a quienes no cesan de meterse con mi profesión a decir que todos en ella trabajamos poco y mal? ¿Qué méritos les asisten? ¿Cómo tienen tanta cara?
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