Una huelga general es inaceptable en una democracia, pero igual de inaceptable o más aún es que el presidente del Gobierno, a los nueve días de tomar posesión del cargo, falte groseramente a su palabra y suba los impuestos o que al mes vuelva a las mentiras masivas y bonifique los despidos, exactamente lo contrario de lo que había prometido en la campaña electoral, y de paso dinamite cualquier posibilidad de entendimiento en las empresas y en la sociedad, porque los contratos se han convertido en papel mojado y entre la ciudadanía ha resucitado la vieja lucha de clases, que era lo que nos faltaba a los españoles. Quien aún no lo vea que pregunte por la calle: indefectiblemente le dirán que están a favor o en contra de la reforma si el interrogado es empresario -o, quizá, si se encuentra al margen: clases pasivas, funcionarios y tal y tal y tal- o asalariado.

El pasota Rajoy, que durante ocho años no hizo más que esperar la herencia política, le tiene más miedo a Merkel que al pueblo español, y por eso el día 29 el pueblo le intentará meter miedo a Rajoy. Creo que el empeño está llamado al fracaso porque Rajoy sólo sabe obedecer a su jefa alemana, y si las cosas se ponen imposibles -que me temo que sí- se irá a su registro de la propiedad a ver las nubes, como está haciendo ZP desde su paro dorado.

Y es que nada es como parece. En realidad, lo mejor que le puede ocurrir a Rajoy es que la huelga general triunfe, porque así saldrán reforzados los sindicatos que tiene en nómina.

Lo peor, un fracaso de la huelga y que la ciudadanía desborde a los sindicatos verticales, salga a la calle semana tras semana y España arda.

La hoja de ruta de Merkel es mandar a España al Tercer Mundo: un competidor menos.

La hoja de ruta de los españoles -salvo, a lo que se ve, Rajoy y los suyos- es salvar lo que se pueda y recuperar posiciones, siempre en el Primer Mundo. Dos siglos y diez días después de la Pepa, esto.